153 días de guerra
La tormenta perfecta: hambruna, pobreza y conflictos
Se avecina una tormenta perfecta: los sistemas agrícolas y alimentarios del mundo están cerca del colapso. La crisis de la COVID-19 superpuesta con la guerra en Ucrania ha conjugado los elementos necesarios para desencadenarla.
El cuello de botella en la cadena de suministro de productos como el trigo y otros cereales, en el mar Negro, donde la ONU trata de desbloquear las exportaciones para transportar con seguridad los 22 millones de toneladas de grano atrapadas en los silos y puertos ucranianos. Se trata de una cantidad suficiente para cubrir el consumo anual de las economías menos desarrolladas del mundo.
«No abrir esos puertos en la región de Odesa será una declaración de guerra a la seguridad alimentaria mundial», declaraba en mayo el responsable de la ONU del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Naciones Unidas habla de «la mayor crisis del coste de la vida en una generación»
Por eso, Naciones Unidas habla de «la mayor crisis del coste de la vida en una generación». Los líderes mundiales no pueden permitirse el lujo de ignorar la catástrofe que se avecina: no solo la situación energética, sino un rápido aumento de los precios de los alimentos se espera para otoño. El mundo está sumido en una emergencia alimentaria.
Una hambruna en los países pobres y en vías de desarrollo y carestías en las naciones desarrolladas no solo generarán un enorme sufrimiento humano, sino que también contienen la amenaza de desestabilizar el orden político y social.
Según datos del PMA, en medio de esta crisis, el suministro diario de alimentos a nivel mundial es de aproximadamente 3.000 calorías, 85 gramos de proteínas y 90 gramos de grasa por persona, lo que supera con creces las necesidades metabólicas humanas para una vida saludable. Eso significa que hay alimentos más que suficientes en el sistema mundial para todos.
Ese es el motivo de que unos tres mil millones de personas sean demasiado pobres para permitirse una dieta saludable y quizás otros mil millones podrían sufrir pronto lo mismo. Ahí queda en nada el primer objetivo utópico de la agenda 2030.
El aumento de los precios de los alimentos perjudicará desproporcionadamente a los pobres por la sencilla razón de que gastan una parte mucho mayor de sus ingresos en alimentos.
Sin redes de seguridad adecuadas, preferiblemente las que se activan para las personas con ingresos inferiores a un determinado umbral o cuando los precios de los alimentos suben demasiado, la gente sufre innecesariamente.
La historia y la crisis actual demuestran, lamentablemente, que las respuestas discrecionales de los políticos occidentales suelen ser insuficientes e incluso pueden agravar las desigualdades preexistentes. Un gran gasto en propaganda, secretarías de Estado, palabras e ideología, pero una enorme falta de realismo.
Si la comunidad internacional no se toma en serio la tarea de abordar la crisis alimentaria, y de arreglar un sistema agroalimentario mundial que atienda eficazmente a las comunidades más vulnerables y marginadas expuestas a la hambruna, hay poco que hacer.
Las subidas de los precios de los alimentos solo causan malnutrición masiva si no hay redes de seguridad adecuadas.
Los países del G-7 acaban de prometer 4.500 millones de dólares adicionales para la ayuda alimentaria mundial de emergencia, lo que parece generoso
Los países del G-7 acaban de prometer 4.500 millones de dólares adicionales para la ayuda alimentaria mundial de emergencia, lo que parece generoso. Desgraciadamente, no es así, esto hace que los compromisos globales sean solo de 14.000 millones de dólares, menos de un tercio del total de 46.000 millones de dólares de los llamamientos humanitarios actuales en todo el mundo.
Inflación
Lo cierto es que la ayuda internacional ha disminuido por causa de la pandemia. Los enormes costes que los gobiernos han asumido para financiar las respuestas nacionales a la COVID-19 han limitado, comprensiblemente, el gasto humanitario en el extranjero.
Pero cualquier agencia humanitaria puede atestiguar que es mucho más caro atender las necesidades de los desplazados y los movimientos migratorios que ayudar a las personas en sus propios hogares antes de que las circunstancias les obliguen a marcharse.
Una cosa arrastra la otra, por eso el número de desplazados va en aumento. A finales de 2021, ya había una cifra récord de 89 millones de personas desplazadas por la fuerza, incluso antes de que la invasión rusa añadiera a los 12 millones de ucranianos que han huido de sus hogares.
Los altos precios de los alimentos aumentan el riesgo de conflictos y disturbios políticos en países con redes de seguridad social débiles. La crisis migratoria de Europa comenzó en 2011 con los disturbios masivos en el norte de África y Oriente Medio, precedida por la crisis mundial económica y de alimentos en 2008.
Estos problemas vuelven y amenazan con extenderse a los países de renta alta.
La muy difundida invocación al Altísimo: «¡Del hambre, la guerra y la peste, líbranos, Señor!», del medioevo, vuelve a ser actual.