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Manifestación comunista China 1949

Manifestantes del Partido Comunista chino portan retratos de Mao en 1949GTRES

Francia fue el primer país que rompió con Taiwán y se acercó a Pekín

El 29 de enero de 1964, París y Pekín establecieron relaciones diplomáticas: De Gaulle afirmaba su singularidad; Mao salía de su aislamiento

«China es algo gigantesco. Está aquí. Vivir como si no existiera equivale a ser ciego, sobre todo porque está existiendo cada vez más».

Estas son las palabras, rebosantes de realpolitik, que pronunció el presidente de la República francesa, general Charles De Gaulle, durante el Consejo de Ministros celebrado el 8 de enero de 1964, para anunciar, primero a su Gobierno, el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas con la China maoísta.

Este último detalle es importante pues, como precisa Valérie Niquet en La Chine en 100 questions, en 1949 varios países europeos –Austria, Dinamarca, Finlandia, Gran Bretaña, Suecia y Suiza– reconocieron a la República Popular de China (Rpc), «pero sin enviar embajadores».

En otras palabras, las relaciones diplomáticas no eran plenas.

Un paso que sí dio Francia cuando oficializó sus intenciones, mediante un comunicado conjunto con la Rpc, el 29 de enero, exactamente tres semanas después de las palabras de De Gaulle.

El 6 de junio, el primer embajador de la República Popular de China, Huang Chen, presentaba sus cartas credenciales en el Palacio del Elíseo.

Prosigue Niquet, en su explicación de este sobresalto geoestratégico que resquebrajó durante unos años la unidad occidental: «Para Mao, en plena ruptura chino-soviética, era necesario encontrar nuevos socios».

Un reconocimiento que Pekín elevó al rango de «acto fundador que permite presentar la relación franco-china como el modelo normativo de relación armoniosa en un mundo multipolar».

Esta perspectiva se fue paulatina y definitivamente verificando a partir de 1971, cuando Estados Unidos, seguido por el resto de los países occidentales, empezó su acercamiento a la Rpc.

Para De Gaulle, en cambio, se trataba, siempre según Niquet, «de imponer a bajo coste –China no era en ese momento una potencia mayor– su visión de una 'tercera vía' entre Washington y Moscú y de expresar su independencia para con Estados Unidos para afirmar el lugar y la singularidad de Francia en el mundo».

El veterano estadista lo consiguió gracias a una hábil operación diplomática minuciosamente diseñada, por lo menos desde el 6 de junio de 1962, día en que confió a Alain Peyrefitte –su ministro y memorialista– su propósito de reconocer al régimen de Pekín.

La operación no estuvo exenta de cinismo.

Cuenta en su libro de recuerdos Jean-Paul Alexis, jefe adjunto de Protocolo del Elíseo a principios de los sesenta, que en la primavera de 1963 sugirió al presidente ofrecer un almuerzo de despedida al encargado de negocios de Taiwán.

El diplomático no se hacía ilusiones, sabedor de que el jefe del Estado solo tiene esa deferencia para con los embajadores de pleno derecho –el taiwanés no lo era– de los países importantes.

Pero De Gaulle accedió. El almuerzo transcurrió tan bien que, al salir del Elíseo, el encargado de negocios telegrafió a su presidente, Chiang Kai-shek para tranquilizarle acerca de las intenciones del mandatario galo y disipar rumores sobre un acercamiento entre París y Pekín.

Cuando en octubre de ese mismo año, 1963, De Gaulle recibió en secreto al ex primer ministro Edgar Faure para darle las instrucciones sobre su inminente viaje a Pekín, Alexis entendió «tardíamente» que la decisión de reconocer a la Rpc estaba tomada desde hacía mucho tiempo.

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