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Imagen de una planta de gas

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197 días de guerra en Ucrania

Un largo y gélido invierno: la Unión Europea, puesta a prueba

La llegada del invierno enfrenta a Europa a la decisión de si mantener la presión sobre Rusia con las sanciones a pesar de la crisis energética, o aflojar la soga para evitar una fragmentación política de la UE

El verano europeo toca a su fin, se cerca un incierto otoño y un temido invierno. De hecho, la gran noticia es que Rusia inaugura el mes de septiembre cortando el gas a Europa occidental. Casi todos los países de la Unión se enfrentan a una crisis energética.

La política de Moscú hace uso de una de sus grandes armas y agita las fricciones en el seno de la Unión Europea (UE). Es el precio a pagar para los europeos por unirse a Estados Unidos y otros países para imponer sanciones y embargos al gas natural y el petróleo ruso, a pesar de la arraigada dependencia que muchos miembros de la UE habían fraguado durante años.

Reducir el consumo de energía

Estas medidas han agravado el aumento de los precios, elevando bruscamente el coste de la vida de muchos europeos. Algunos gobiernos europeos ya han intentado reducir el consumo de energía, por ejemplo, limitando el uso del aire acondicionado en los edificios públicos y exigiendo a los comercios que apaguen las luces por la noche. Pero la crisis no hará más que empeorar. Los gobiernos se apresuran a prepararse para un frío otoño y un gélido invierno.

La mala noticia para todos nosotros, los ciudadanos, es que soportamos gobiernos de dudosa eficiencia

La mala noticia para todos nosotros, los ciudadanos, es que soportamos gobiernos de dudosa eficiencia. En su mayoría reticentes a disminuir impuestos y presión fiscal para poder sostener el enorme gasto que nos han generado. El Gobierno español es un claro exponente de extrema presión fiscal para sufragar su enorme coste y sus políticas ideológicas. No es el único en la UE, pero quizás el más caro.

Los responsables políticos de la UE se centran en reforzar los suministros nacionales. Los Estados de la UE han llegado a acuerdos bilaterales para obtener energía de proveedores alternativos, como Argelia, Canadá y Qatar. Los gobiernos debaten ahora cómo construir gasoductos que transporten el gas a través de los países del sur y el centro de Europa.

El gobierno español de Sánchez ha propuesto una iniciativa larga y costosa, que gustó al canciller alemán Olaf Scholz, pero que Macron ha frenado en seco. Los funcionarios europeos están estudiando seriamente cómo hacer que sus países sean más eficientes y autónomos desde el punto de vista energético.

El Consejo de la UE aprobó en julio un plan de ahorro energético que exige a los Estados miembros reducir el consumo de gas en un 15 % para este invierno. Algunos gobiernos, como los de Francia, Italia y España, han establecido objetivos de recortes, pero otros Estados miembros, como Alemania, se han mostrado reacios a establecer más medidas al respecto.

Sin embargo, a decir verdad, estas medidas no son suficientes para abordar la crisis a la que se enfrenta Europa, se limitan a tratar síntomas ignorando las causas. Los Estados de la UE se encuentran entre defender sus valores y la satisfacción de las necesidades básicas de sus ciudadanos, un ejercicio precario que perjudica al proyecto europeo, por la ausencia de realismo.

Ni siquiera los esfuerzos más valientes por diversificar sus fuentes de energía pueden superar la histórica y excesiva dependencia de Rusia

Ni siquiera los esfuerzos más valientes por diversificar sus fuentes de energía pueden superar la histórica y excesiva dependencia de Rusia. En julio, las autoridades alemanas, con el apoyo de otros Estados, presionaron a Canadá para que eludiera sus propias sanciones a Rusia para reparar el gasoducto Nord Stream 1 y mantener el flujo de gas hacia Alemania.

El Kremlin, lo han dicho tantos analistas, no calculó bien porque no contaba con la reacción, por ejemplo, de Alemania, ante su ocupación de Ucrania. Aquí hubo que elegir entre «seguridad» o la «energía» y se optó por la seguridad. Pero la otra cara de la misma moneda es que Rusia sí había hecho bien sus cálculos con respecto de la dependencia europea, a sabiendas que los efectos de sus sanciones pueden llegar a ser insostenibles para Europa occidental.

El compromiso de Europa de que Rusia rinda cuentas por sus acciones en Ucrania tiene el reverso de las necesidades energéticas. Una señal de advertencia la hemos tenido en Italia este verano, cuando varios partidos políticos (el «Movimiento Cinco Estrellas», la «Lega» y «Forza Italia») derrocaron de hecho al gobierno de Mario Draghi por sus intentos de alejar la economía italiana de la energía rusa. La oposición argumentó que ese gasto era innecesario, insistiendo en seguir siendo un cliente fiel del gas ruso.

El hecho de que Italia, uno de los mayores Estados miembros de la UE, se haya desmarcado del consenso, en su postura frente a la guerra en Ucrania, ha provocado escalofríos en otras capitales europeas. En la misma Alemania, hay una creciente tendencia en esta dirección.

Las bajas temperaturas de la República Federal van a poner a prueba a los alemanes este invierno. Su alianza energética y comercial con Rusia había sido excesiva, eso sí, pero por una sola razón: era muy ventajosa y un motor fundamental de prosperidad, de la que han disfrutado en las últimas décadas.

Si Italia puede abandonar este esfuerzo colectivo, otros pueden seguir su ejemplo y, dado que la UE ha basado su concordia en la economía, hay poderosas voces que pueden cambiar el rumbo. En Francia, en Alemania, en Holanda crece la opinión de considerar «inútiles» las sanciones a Rusia.

Las decisiones que se tomen en las próximas semanas determinarán si se sigue un sacrificado camino de independencia o bien una fragmentación del proyecto político europeo.

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