203 días de guerra en Ucrania
¿Qué consecuencias tendrá para Putin la derrota militar rusa en Jarkov?
Atrincherado en su residencia de Sochi y aislado de su cúpula militar, a la que no quiere ni ver, Vladimir Putin asiste impertérrito al desmoronamiento de su Ejército en el este de Ucrania.
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A la pérdida de casi 6.000 kilómetros cuadrados de territorio, se le suma la destrucción o captura por parte del enemigo de una gran cantidad de armamento.
En su precipitada huida, las tropas rusas ni siquiera han tenido tiempo de inutilizar el equipo militar que dejaban atrás para evitar que cayera en manos ucranianas.
A pesar de la férrea propaganda rusa –el portavoz del ministerio de Defensa, el general Igor Konashenkov, salió en la televisión pública explicando que el repliegue en Jarkov se debía a una reestructuración planeada para una nueva ofensiva en Donetsk– el discurso derrotista se extiende entre los sectores más militaristas y ultranacionalistas rusos.
La poderosa e influyente comunidad de blogueros militares rusos, principal altavoz de la propaganda rusa, se ha alzado contra sus jefes del Kremlin y exigen que rueden cabezas por la humillación en Jarkov.
Desesperados, los blogueros militares reclaman un giro de timón. Para empezar, exigen que el Kremlin deja de lado los eufemismos y empiece a llamar a las cosas por su nombre: no hay un repliegue en Jarkov, hay una derrota, y no hay una «operación militar especial», hay una guerra en Ucrania en la que mueren miles de soldados rusos.
«Ahora podemos observar el resultado de la irresponsabilidad criminal de los responsables de esta operación», criticaba uno de los principales blogueros militares, Zakhar Prilepin, con más de 250.000 suscriptores en Telegram, señala la CNN.
Los propios blogueros, hasta no hace tanto firmes defensores del Gobierno encabezado por Vladimir Putin, advierten que «el odio al gobierno y al mando crece aún más» por los fracasos en Ucrania.
Otro de los blogueros citados por la CNN, escondido tras el seudónimo de Kholmogorov y que se define como «nacionalista ortodoxo ruso», publicó un mensaje en su cuenta de Telegram donde reza: «Señor, salva a los soldados rusos de los golpes en el frente, y todavía más, de los golpes por la espalda».
Estos mismos blogueros no fueron capaces de esconder su indignación cuando el sábado, en pleno descalabro del Ejército ruso en Jarkov, Putin decidió participar en las celebraciones del Día de Moscú e inaugurar varias instalaciones en la capital, entre otras, un gimnasio de artes marciales.
Putin, que ha sostenido su régimen en el apoyo de los generales de su Ejército, ha decidido ahora cortar con ellos después de haber tratado de enderezar la guerra mediante una campaña de purgas entre sus altos oficiales.
Tal vez con la intención de cuidarse de sus «idus de marzo», aunque sea septiembre, ha abandonado Moscú y se ha refugiado en su mansión de Sochi, a orillas del mar de Negro, y ha suspendido todos los encuentros con los generales del alto mando militar.
Este extraño movimiento se produce cuando hay evidencias de que Putin ha perdido la lealtad de sus más fieles. Empezando por su incondicional, el líder de Chechenia, Ramzan Kadyrov, que ya critica abiertamente la estrategia del Kremlin y anunció que hablará personalmente con el presidente ruso para exponerle su visión de la situación.
Sin embargo, en un país donde toda disidencia interna hace tiempo que ha sido erradicada, el movimiento que más ha llamado la atención es la carta firmada por 84 concejales de toda Rusia, aunque principalmente de Moscú y San Petersburgo, en la que piden la destitución de Putin.
Según los firmantes de la carta, el inquilino del Kremlin habría incurrido en un acto de alta traición contra Rusia por iniciar la invasión a Ucrania.