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Netanyahu celebra la victoria en las elecciones del 1 de noviembreEFE

Israel

Causas y efectos del voto de castigo en Israel

Hay quienes piensan que el procesamiento de Netanyahu es una injerencia del poder judicial que vulnera el voto de los ciudadanos y no ven inconveniente en que pueda liderar el país mientras no haya sentencia firme

En Israel, una mayoría de los votantes ha dicho alto y claro que quiere un gobierno de derechas liderado por Benjamin Netanyahu.

No ha sido así porque los votantes a la derecha del Likud han castigado duramente que hace un año y medio uno de sus partidos formara coalición con el centro y la izquierda para impedir que Netanyahu formara gobierno, y que lo hiciera con el apoyo de una formación árabe.

Tan poco comprendida ha sido la maniobra de Naftalí Bennet, que en tan poco tiempo ha pasado de ser primer ministro, a retirarse de la política y dejar a su partido fuera del Parlamento.

El principal error de Bennet fue creer que, negándose a entrar en un gobierno con Netanyahu mientras este estuviera inculpado en tres casos de corrupción, en el Likud surgirían voces reclamando un nuevo liderazgo que no condicionara el futuro del partido a ese procesamiento judicial.

Con Netanyahu apartado de la primera línea política y acorralado en los tribunales, él tendría la oportunidad de convertirse en el nuevo y joven líder de la derecha.

Al ver, elección tras elección, que se consolidaba un frente anti-Netanyahu con partidos de ideología distinta, en junio de 2021 decidió sumarse.

Ahí estaría acompañado por Avigdor Lieberman, líder del conservador Israel Nuestra Casa y verdadero responsable de que el Likud tenga problemas para formar gobierno a pesar de que Israel cuenta desde hace una década con una mayoría parlamentaria de derechas.

El problema es que esa coalición de siete partidos no contaba con una mayoría de votos, y para sostenerse en el gobierno necesitaban el apoyo de una lista árabe.

Ese apoyo lo encontraron en Ra'am, con la que el entorno de Netanyahu ya había entablado diálogo en previsión de que el Likud no consiguiera con sus aliados tradicionales una mayoría clara para formar gobierno.

Roto el tabú de negociar con los árabes israelíes, para el frente anti-Netanyahu fue más sencillo apoyarse en esta pequeña formación. Pero lo que algunos ciudadanos ven como un proceso de normalización, otros lo han vivido como una traición a Israel.

En un país en el que buena parte de los partidos tienen un importante componente étnico y sectorial, las listas árabes nunca han formado parte de un gobierno a pesar de que, en sus más de setenta años de historia, Israel siempre se ha gobernado con coaliciones.

Con el país dividido en dos, que una formación a la derecha del Likud liderara el Ejecutivo de la mano de la izquierda y con el apoyo de un partido árabe conservador fue visto como una traición al electorado de derechas, de ahí que el castigo haya sido ejemplar.

En solo un año y ocho meses, el partido de Bennet ha perdido los siete escaños que tenía y que en marzo de 2021 le situaron como el quinto partido más votado de los trece que obtuvieron representación parlamentaria.

Algo similar ha ocurrido al otro extremo político de esa amplia coalición. Los laboristas han logrado el peor resultado de su historia, cuatro escaños, al tiempo que Meretz, situado más a la izquierda, no ha conseguido llegar el 3,25 % de los votos y ha quedado fuera del Parlamento por primera vez desde su fundación en 1992.

Por el contrario, los socios más en el centro no han sufrido ningún castigo por parte del electorado; ni el conservador laico del electorado de origen ruso Israel Nuestra Casa, ni el árabe Ra’am, ni los partidos de centro-derecha.

Dos son los grandes vencedores de estas elecciones. Por una parte, el primer ministro saliente, Yair Lapid, que para muchos israelíes antepuso lo que consideraba eran los intereses del país con el fin de sacar adelante una amplia coalición anti-Netanyahu.

Eso implicó dejar a Bennet ser primer ministro en la primera mitad del mandato, sin estar seguro de que la coalición duraría lo suficiente como para relevarle en la segunda mitad.

Una parte del electorado ha premiado por ello a Hay Futuro, que ha vuelto a ser el segundo partido más votado, pero esta vez con siete escaños más que en 2021.

A pesar de conseguir su mejor resultado electoral, con 24 parlamentarios y a tan solo ocho del poderoso Likud, esta vez no tiene socios suficientes para intentar formar gobierno.

Quien sí tiene opciones de entrar en el Ejecutivo es el partido Sionismo Religioso, el principal beneficiado del castigo a Naftalí Bennet por esa extraña alianza formada en 2021.

Los votos que ha perdido Yamina los ha ganado esta coalición de pequeñas formaciones de extrema derecha, a cuyos líderes Netanyahu convenció de la necesidad de ir a las urnas unidos para superar el umbral electoral.

Han subido ocho escaños, de manera que sus catorce parlamentarios permitirán al Likud formar un gobierno de derechas con el apoyo de los ultraortodoxos.

Más allá de los partidos, estas elecciones han supuesto la derrota de quienes en Israel defienden que un primer ministro que está siendo juzgado por tres casos de corrupción debería retirarse de la primera línea política.

Se han impuesto quienes consideran que el procesamiento de Netanyahu es una injerencia del poder judicial que vulnera el voto de los ciudadanos, y no ven inconveniente en que pueda liderar el país mientras no haya sentencia. Esta es la verdadera fractura que vive Israel en la actualidad.

  • Natalia Pérez Velasco es profesora de Periodismo en la Universidad San Pablo-CEU. Experta en el sistema político de Israel y autora del libro 'La política israelí y el proceso de paz'.