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Aymeric Caron, diputado de Francia Insumisa, llegando a la Asamblea Nacional en París

Aymeric Caron, diputado de Francia Insumisa, llegando a la Asamblea Nacional en ParísLafargue Raphael / GTRES

Francia

Aymeric Caron, el tiro por la muleta en la plaza de París

El diputado de la fallida propuesta de ley para prohibir la tauromaquia en Francia también aboga por prohibir caza y pesca y quiere obligar a los comedores escolares a ofertar un menú vegano

La escena de un Aymeric Caron (Boulogne-sur-Mer, 4 de diciembre de 1971) anunciando, cariacontecido en el atril de la Asamblea Nacional, la retirada de su propuesta de ley para prohibir la celebración de corridas de toros en todo el territorio francés, resultó patética.

Concretamente, Caron pretendía reescribir el artículo 521-1 del Código Penal, que condena el maltrato animal al tiempo que exime de sanción «a las corridas de toros cuando se puede invocar una tradición local ininterrumpida».

De haberse aprobado la propuesta de Caron, alrededor de una quincena de provincias meridionales de Francia se hubieran quedado sin un espectáculo multisecular. De ahí que los parlamentarios de aquellos territorios, sin importar su adscripción ideológica, hicieran preventivamente causa común para para tumbar la propuesta. La apuesta de todos ellos fue acertada, dando al traste con meses de anuncio a bombo y platillo por parte de su polémico colega.

Caron resultó elegido diputado el junio pasado por el decimoctavo distrito de París, que abarca a una notable porción de los barrios norte de la capital, zona popular, asolada desde hace unas décadas por una fuerte inmigración de procedencia, en su gran mayoría, subsahariana.

Nada de extraño, pues, que el parlamentario neófito consiguiera su escaño bajo la bandera de la coalición de izquierda radical Nupes. Con todo, se hubiera ajustado más a su perfil haber gozado de la preferencia de los votantes del séptimo distrito, uno –pero ni mucho menos el único– de los feudos que los bobo tienen en París.

Bobo –pronúnciese bobó– es, en Francia, el acrónimo de bourgeois bohème, expresión que se utiliza para describir al pijo progre urbanita, que se desplaza en bicicleta, que se alimenta (casi) exclusivamente de productos bio, que pide (obviamente) la prohibición de la tauromaquia; pero que, al mismo tiempo, se muestra seguro de su superioridad, ajeno por completos a los cada vez mayores padecimientos de las clases populares y luego organiza brunches, cenas o meriendas en su casa en las que exhibe irremediablemente su indignación porque amplios sectores de esas categorías a las que desprecia derivan su voto hacia Le Pen.

El parlamentario Caron encaja a rajatabla en esta categoría con su media melena y su camisa cuidadosamente medio desabrochada que suele desbordar un pantalón vaquero de marca. Y, sobre todo, proyectando durante años sus obsesiones ideológicas, con un suplemento de radicalidad izquierdista, en los platós, donde fue uno de los entrevistadores más agresivos del país vecino.

Ese es el origen de su popularidad que alcanzó su punto culminante en el programa On n’est pas couché, presentado por el no menos carismático Laurent Ruquier hasta que fue suprimido de la parrilla del canal público. Todos los sábados, Caron acorralaba, o intentaba acorralar, a políticos y novelistas con ínfulas de inquisidor general.

Como era de esperar, semejante estilo, muy alejado de los cánones de la entrevista periodística, dio lugar a memorables clashes, término anglosajón utilizado en Francia para los choques catódicos. «Il m’emmerde!», se exclamó una vez el exministro Bernard Kouchner –poco sospechoso de conservadurismo– cuando Caron le sometió a un interrogatorio de tintes policiacos acerca de su actividad consultora en África. Kouchner respiró hondo y replicó a Caron con un buen zasca: el marisabidillo entrevistador no había comprobado unos datos que le había lanzado a la cara a modo de proyectil.

Animalismo desmesurado

Peor fue un duro enfrentamiento con Bernard Henri Lévy, en el que Caron hizo gala de antisionismo primario: al día siguiente, el y su familia tuvieron que aceptar escolta policial durante una temporada. Fue el inicio de su declive ante las cámaras, pues las siguientes experiencias distaron mucho de ser satisfactorias. Sin embargo, supo utilizar su popularidad para ponerla al servicio de sus mantras.

El principal de ellos es el «antiespecismo», que su inventor, el universitario norteamericano Richard Ryder, define como la «discriminación o explotación de ciertas especies animales por los seres humanos, basada en la presunción de superioridad del género humano». En nombre de este animalismo desmesurado, Caron aboga, además de por la prohibición de las corridas, por la prohibición total de la caza y de la pesca, así como por el final del consumo de carne.

Un extremismo que hace extensivo a otras materias: desea acabar con la energía nuclear, con las fronteras y con los pesticidas, implantar la semana laboral de cuarenta horas, obligar a los comedores escolares a ofertar un menú vegano o imponer por ley un tope salarial de 40.000 euros mensuales. Si uno ganase más, su tipo fiscal sería del 100 %. El que avisa no es traidor. Igual sus amigos bobo le reprenden de alguna manera por sugerir esta última medida.

En 2022, Caron ha iniciado su carrera política y también la literaria. ¿El título de la novela? Moriremos por habernos odiado tanto. Igual está contribuyendo a sentar las bases de la masacre.

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