La mirada emotiva y crítica de las víctimas de la violencia en Colombia
Los colombianos viven entre el temor y la incertidumbre, anhelando una paz total y duradera que, sin embargo, no todos ven posible a corto plazo en el país. Los Acuerdos de Paz con las FARC, en 2016, son el antecedente de la mesa de diálogo entre el Gobierno y el ELN iniciada el mes recién pasado en Venezuela. Desde una mirada emotiva y crítica, familiares dan testimonio de la desaparición forzada de personas durante el conflicto armado.
«Nuestra esperanza es que el nuevo Gobierno tenga más acercamiento a las víctimas y entable diálogo permanente, para que se den cuenta de las necesidades de las víctimas y brinden apoyo». Son palabras de Teresita Gaviria, conocida como doña Teresita, representante legal y presidenta de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria en Medellín.
Los miembros de la asociación llevan dos décadas comprometidos con la defensa de los derechos de las víctimas. Cada miércoles las madres realizan un plantón en el atrio de la Iglesia de la Candelaria, que da al parque Berrio, en el centro de Medellín –solo interrumpido durante la pandemia–. En 2006 la asociación recibió el Premio Nacional de Paz.
Son madres que buscan a sus hijos desaparecidos durante el conflicto. Aseguran que no pararán hasta encontrarlos y darles fortaleza a las mujeres para que puedan salir adelante en medio de su dolor. Han perdido su salud, recibido amenazas, pero no cejarán en su empeño hasta conseguir su objetivo, que es saber de sus seres queridos, a los que quieren ver «Vivos, Libres y en Paz», como reza el lema de la asociación.
Doña Teresita es el alma mater de la asociación. «En mi familia ha habido seis desaparecidos y siete muertes. Algunos desaparecieron en «pescas milagrosas» –retenes para secuestros sorpresivos–, eran bajados de los carros, otros por no negociar sus viviendas».
Lo más importante es escuchar, hay mucho dolorRepresentante legal y presidenta de la Asociación Caminos de Esperanza
La asociación actúa como un grupo de interés en la defensa de los derechos de las mujeres antioqueñas que buscan a sus familiares y allegados desaparecidos; las anima a salir de casa para que acudan a los talleres de formación en derechos humanos, y actividades de teatro, danza, panadería, tejido, y, sobre todo, que en el local de la asociación encuentren conversación y compañía para que, como dicen ellas, no mueran de pena en vida. «Lo más importante es escuchar, hay mucho dolor».
Muchas han tenido que pasar por un cáncer de pecho, o por una cirugía de matriz, y achacan a la tristeza la causa de sus dolencias: «En la tiroides, vesícula, presión arterial, sufrimos hemorragias, la piel se recorta». Algunas venían de familia bien, «pero llegamos aquí como pordioseras. Aprendimos la humildad, la cooperación con el otro. Aquí transformamos el dolor en esperanza», me explican.
Aquí transformamos el dolor en esperanzaRepresentante legal y presidenta de la Asociación Caminos de Esperanza
Vecinos que se negaban dejarse enrolar o a pagar la vacuna, «la plata mensual», fueron víctimas de secuestros y asesinados en el clima de tensión y miedo creado por la presencia de guerrilla y paramilitares. Pero no siempre había sido así. Hacia 1985 «había libertad para todo. La guerrilla pasaba, pero no se metía». El ambiente de violencia se fue caldeando poco a poco.
La asociación lucha firmemente por el derecho de las mujeres a saber de sus seres desaparecidos. «Nosotras buscamos a los desaparecidos. Se nos acabaron los zapatos de tanto caminar buscándolos. Aquí nos fortalecemos, acompañamos y apoyamos para lograr lo que queremos, encontrar a los nuestros. Todos los días hay desaparecidos. Lo único que deseamos es saber de ellos, de nuestros esposos, hijos y padres», explica doña Teresita, a sabiendas de que su labor de búsqueda es casi un imposible tras largos años de espera, «pero que no desaparezca, como lo hicieron nuestros familiares».
Se nos acabaron los zapatos de tanto caminar buscándolosRepresentante legal y presidenta de la Asociación Caminos de Esperanza
El espíritu emprendedor paisa llena el local de actividades. «Mientras tejemos, contamos nuestras historias. Hablamos solo, sin mirar. En estas situaciones solo deseamos que los demás nos escuchen», me explican. En una mesa se amontonan las muñecas abrazadoras, el símbolo de la asociación, que ellas tejen. Una muñeca de trapo sin ojos, simbolizando que el amor es universal, no distingue entre personas, y con brazos largos, capaces de abrazar el dolor que las aflige. En la pared hay un mural en forma de árbol del que cuelgan las fotos de desaparecidos.
Pero, ¿quién tiene la verdad? «Solamente las víctimas, los desaparecidos», responden. Las madres llegan hasta las cárceles para hablar con paramilitares y guerrilleros. «Fuimos a hablar con los paramilitares –sacamos 60 verdades–. Nos colaboró un fiscal. 'Aquí está. Vaya a una finca que queda en Urabai. Pregunte por el dueño. Que va de mi parte'». Son conscientes de que se mueven en un mundo de falsedades. «Esto es muy horrible para nosotras, psicológicamente nos vamos preparando. Nadie nos va a decir».
Su particular deseo de venganza queda satisfecho con poder ver a los ojos brillantes de los culpables, que bajan los ojos en su presencia, más por miedo que por vergüenza, justificando sus acciones con malas excusas: «Yo hacía lo que me decía mi comandante, por orden». Tampoco ocultan cierto descontento hacia la lentitud de la justicia restitutiva del Estado, del que demandan más colaboración.
«En el partido del dolor de las mamás rendimos homenaje solo a Dios. En Colombia queda mucha historia que narrar, y a los responsables les da miedo decir la verdad», concluye Teresita.