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Volodimir Zelenski y Vladimir Putin, dos hombres en el tablero de la guerra de Ucrania

Volodimir Zelenski y Vladimir Putin, dos hombres en el tablero de la guerra de UcraniaPaula Andrade

Un año de guerra en Ucrania

12 meses sin piedad

Putin lanzó un órdago por Kiev sin cartas suficientes –con doscientos mil hombres no se conquista un gran país– y ha pagado su error teniendo que ceder el terreno que tanto le costó ocupar

Pocos creían hace un año que Putin, tan solo diez días después de achacar a la histeria de occidente los reiterados avisos de Biden sobre la inminente invasión de Ucrania, daría a sus tropas la orden de cruzar la frontera. Quizá fueran todavía menos los que habrían predicho que, un año después, el ejército ruso habría fracasado estrepitosamente.

La guerra no ha terminado, es verdad. Y, mientras dure, Putin puede albergar esperanzas o, cuando menos –todavía resuena su voz asegurando a todos que Rusia es invencible– fingir que lo hace. Pero, por el momento, el espía reconvertido en dictador solo puede ofrecer promesas como pago del sacrificio de decenas de miles de sus soldados.

Si Putinquería devolver a Ucrania al redil ruso, la ha arrojado a los brazos de occidente, probablemente para siempre

Si las tareas están por hacer, los objetivos que hay detrás de ellas se encuentran hoy mucho más lejos que hace un año. Si quería devolver a Ucrania al redil ruso, la ha arrojado a los brazos de occidente, probablemente para siempre. Si quería resolver definitivamente el problema de Crimea, solo ha conseguido exacerbarlo. Si quería debilitar estratégicamente a los EE.UU., ha reforzado su liderazgo. Si quería alejar a la OTAN o dividirla, la ha acercado y la ha fortalecido.

¿No hay nada, entonces, de lo que el Kremlin pueda presumir? ¿Ningún éxito que presentar? Sí, Rusia, hoy, es más grande. Y ha convertido el mar de Azov en un mar interior. O, al menos, eso asegura Putin.

Aunque la Asamblea General de la ONU haya rechazado categóricamente la conquista de tierra ucraniana, desde el mes de septiembre la Federación Rusa dice contar con cuatro territorios más. Todos sabemos que solo han sido ocupados parcialmente y que el precio ha sido inmenso, en sangre, en rublos y en prestigio. Pero son el único botín de la cabalgada del dictador, y es mejor que quienes en España apuestan por la diplomacia –o aparentan apostar, a cambio del puñado de votos de los pacifistas honestos y de quienes, más cínicamente, aceptarían poner la otra mejilla solo a condición de que sea la mejilla derecha– sepan que no los va a devolver de buen grado.

La marea rusa

Sobre lo ocurrido en Ucrania durante el último año se han escrito ríos de tinta, un exceso del que yo también soy culpable. Sin embargo, es bastante fácil de resumir. Putin lanzó un órdago por Kiev sin cartas suficientes –con doscientos mil hombres no se conquista un gran país– y ha pagado su error teniendo que ceder el terreno que tanto le costó ocupar en las regiones de Kiev, Chernígov, Sumy, Járkov, Mikolaiv y parte de Jersón.

Putin ve en Ucrania lo que Hitler vio en Polonia, Stalin en Finlandia, Mussolini en Abisinia y, más recientemente, Sadam Hussein en Kuwait y Milosevic en Bosnia

Como marino que fui, no puedo resistir la tentación de comparar esta guerra de ida y vuelta con una marea, en la que el poderoso influjo de la luna –o lo que el lector crea que provoca la crecida de las aguas, que en un mundo tan woke como el que vivimos no desearía ofender a los terraplanistas– se ve sustituido por la atracción que todos los dictadores sienten por la conquista.

Porque no cabe engañarse: Putin ve en Ucrania lo que Hitler vio en Polonia, Stalin en Finlandia, Mussolini en Abisinia y, más recientemente, Sadam Hussein en Kuwait y Milosevic en Bosnia. Hasta utiliza los mismos pretextos que quienes le enseñaron el camino.

Siguiendo esa atracción fatal, en los últimos días de febrero las aguas rusas amenazaron con anegar completamente Ucrania y, quizá, desbordarse hacia otras naciones europeas. Pero ya hace muchos meses de la pleamar, y hoy las preguntas que nos hacemos son muy diferentes: hasta dónde bajarán las aguas y, si acaso, cuándo y en qué lugares podría volver a producirse una nueva subida.

Verdades alternativas

Casi tan interesante como lo que ha pasado en Ucrania en el último año es lo que nunca ha ocurrido, lo que solo existe en el fértil terreno de la desinformación. La lista es larga. Aunque se oponga a la aventura colonial de Putin, la OTAN no está en guerra con Rusia. La entrega de armas al ejército de Zelenski, como hizo en su día Rusia con los de Ho Chi Minh, Gadafi o Sadam Hussein, no contradice el derecho internacional humanitario ni convierte a las naciones que lo hacen en beligerantes. No hay rusofobia alguna en la oposición a los crímenes de guerra cometidos por el líder ruso y por sus tropas. Nadie tiene la menor intención de atacar Rusia, destruirla o dividirla, y nadie va a perseguir al ejército de Putin cuando se retire de los territorios ocupados a la fuerza en el país vecino.

Todo el entramado de mentiras tejido por Putin para justificar la guerra se ha ido cayendo poco a poco, y se ha terminado de desmoronar cuando el líder ruso, culpando como no a Occidente, ha prometido a su pueblo que nadie arrebatará a Rusia «los territorios históricos que hoy se llaman Ucrania.»

Y ya que hemos entrado en el capítulo de la desinformación, ¿qué decir de las apocalípticas amenazas con las que Putin trató de amedrentarnos desde el primer día? Esta fue, probablemente, la más importante de las bazas estratégicas malgastadas por Rusia.

Pocos creen ya que el Kremlin pueda usar sus armas nucleares

Pocos creen ya que el Kremlin pueda usar sus armas nucleares. Ni siquiera las tácticas, que no le ayudarían a conseguir la victoria militar y sí provocarían la condena unánime de la comunidad internacional, China incluida. En el terreno de la economía, Europa no se ha congelado por falta de gas natural y, aunque todavía tenga que luchar contra la inflación, va encontrando en el mercado global los proveedores que necesita para sustituir los combustibles rusos.

¿Dónde estamos?

Descartado el apocalipsis anunciado por los agoreros, lo cierto es que la Guerra de Ucrania, sin perder su crudeza, se ha ido haciendo más y más pequeña. Basta mirar los mapas de los territorios ocupados para darse cuenta. ¿Seguirá bajando la marea hasta la línea de partida del 24 de febrero o aún más allá?

Parece difícil. Desde que el ejército ruso abandonó la margen derecha del Dniéper, la campaña ha recuperado la dinámica del pasado verano: un sangriento forcejeo en las trincheras del Donbás en el que Rusia se siente más cómoda que Ucrania. Amparados en la superioridad numérica de su artillería y en el uso de decenas de miles de mercenarios, en su mayoría criminales sacados de las prisiones, como carne de cañón, los generales de Putin han conseguido contener el reflujo de la marea, consolidar las líneas que Rusia querría haber inundado para siempre y hasta amagar con una futura crecida.

¿Qué podemos esperar?

¿Hay posibilidades de una nueva pleamar? Pocas o ninguna. Un año después, Rusia tiene menos misiles, menos blindados y menos reclusos que al comenzar la invasión. Su única baza adicional, los 300.000 reservistas apresuradamente movilizados, en absoluto compensa sus cuantiosas pérdidas. Lo que no hizo en 2022, menos parece a su alcance en 2023.

Zelenski tiene más soldados, más armas y más apoyo que hace un año, pero le falta mucho para alcanzar la paridad en carros y en aviación

¿Puede Ucrania hacer que baje más la marea? Zelenski tiene más soldados, más armas y más apoyo que hace un año, pero le falta mucho para alcanzar la paridad en carros y en aviación, y mucho más para conseguir la superioridad que parece necesaria para que tenga éxito una campaña ofensiva contra objetivos bien defendidos.

Así pues, desde el punto de vista militar, y a pesar de los continuos rumores de ofensivas y contraofensivas, nada sugiere que los frentes se vayan a mover mucho en los próximos meses, quizá años.

Queda, desde luego, una variable por considerar. Quizá la más importante: lo que puede ocurrir en las capitales. Pero tampoco ahí cabe esperar grandes sorpresas. Zelenski no dará su brazo a torcer, porque están de su lado la razón y la esperanza. Putin tampoco dará un paso atrás, porque tiene miedo a perder el poder… y quien sabe si también la vida. Sabe mejor que nadie que las peligrosas ventanas del Kremlin están abiertas para todos.

Seguramente la guerra terminará algún día. Todas lo hacen, aunque en absoluto sea cierto que siempre acaben en la mesa de negociaciones. Una mentira repetida mil veces puede parecer verdad, pero no lo es. Hay ejemplos en la historia en los que los contendientes, por puro agotamiento, dejan de luchar. Hay guerras que terminan en tablas, fruto de la resignación o de la impotencia más que del acuerdo. Quizá sea ese el final de la Guerra de Ucrania. Pero eso, por desgracia para todos, no sucederá este año.

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