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El ministro de Defensa ruso Sergei Shoigu participa en el desfile del Día de la Victoria, que conmemora la victoria soviética en la IIGM, celebrado en Moscú, Rusia este lunes

El ministro de Defensa ruso Sergei Shoigu en el desfile del Día de la Victoria en Moscú, RusiaEFE

Un año de guerra en Ucrania

El lúcido discurso que anticipó las agresiones rusas

Hace exactamente 29 años, el 25 de febrero de 1994, el entonces presidente de Estonia, Lennart Meri, advirtió de las intenciones expansionistas del Kremlin de Yeltsin: todo lo dicho se ha cumplido

El lugar del discurso: la ciudad alemana de Hamburgo. Su autor: Lennart Meri, presidente de una Estonia por fin democrática. La fecha: el 25 de febrero de 1994, es decir, menos de cinco años después de la caída del Muro de Berlín, cuando los pueblos afectados disfrutaban de la libertad recobrada y el Occidente democrático de su victoria geopolítica sobre el comunismo.

Faltaban meses para que las últimas tropas rusas abandonasen Estonia. Una época, también, en que las élites occidentales se rendían a Francis Fukuyama y su tesis sobre la expansión imparable de la democracia liberal.

De entrada, el mandatario lamenta la «falta de conciencia» por parte de Occidente en relación «a lo que está ocurriendo actualmente en las extensiones de Rusia». Alusión a las batallas que ya se libraban en el Cáucaso.

«Desde un punto de vista subjetivo», señalaba Meri, «es comprensible que el hundimiento de la Unión Soviética provocara una especie de triunfo en Occidente; también es comprensible, [siempre] desde un punto de vista subjetivo, que Occidente centrara todas sus esperanzas y empatías en las fuerzas reformistas, reales u ostensibles, en Rusia».

Mas lanza su primera advertencia: «esta actitud, sin embargo, ha puesto a Occidente en peligro de confundir sus deseos con las realidades». Y el primer balance: «cuando hacemos balance de los logros de los últimos años, nos invade la inquietante sensación de que nos hemos alejado de nuestro objetivo [el de lograr una Rusia estable política y económicamente]».

La política de Occidente, en nombre de la paz, ha sido mantener a los rusos lo más lejos posible de los Balcanes

Proseguía: «¿Qué preocupa a los estonios, y no sólo a ellos, de los actuales acontecimientos en Europa?» Meri empezó respondiendo que se habían quedado sorprendidos de que «Occidente invitara a las tropas y tanques rusos a Sarajevo», en el marco de las guerras de los noventa en la antigua Yugoslavia.

De ahí que se permitiera recordar que «desde Bismarck y el Congreso de Berlín de 1878, la política de Occidente, en nombre de la paz, ha sido mantener a los rusos lo más lejos posible de los Balcanes». También que, «desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Occidente han invertido más de 80.000 millones de dólares para mantener vivo el titismo y a los soviéticos lejos del Adriático».

Pregunta Meri, refiriéndose de nuevo a Rusia, la de Boris Yeltsin, aún no la de Vladímir Putin: «¿es posible que a un Estado que se enfrenta a los problemas étnicos y éticos más difíciles se le pida que actúe como árbitro y pacificador en otros Estados que también tienen problemas étnicos?»

Quien quiera ayudar realmente a Rusia debe dejar claro a los dirigentes rusos que una mayor expansión imperialista no tiene ninguna posibilidadLennart MeriPresidente de Estonia (1992-2001)

El mandatario estonio, aporta, preocupado, un esbozo de respuesta, apoyándose en un documento oficial (de aquella época) del ministerio ruso de Asuntos Exteriores, según el cual el problema de los grupos étnicos rusos en los países vecinos no puede ser resuelto por Rusia únicamente por medios diplomáticos. Por lo tanto, otros medios podrían ser considerados.

Primera conclusión de Meri [de febrero de 1994]: «Me temo que, una vez más, el irracionalismo se está descontrolando en la política exterior y la filosofía política rusas. Hace años, Solzhenitsyn pidió a los rusos que se despidieran del imperio y se centraran en sí mismos. Utilizó la palabra ‘autocontrol’ y pidió a los rusos que resolvieran sus propios problemas económicos, sociales, pero también intelectuales. Haciendo caso omiso de este imperativo de su gran compatriota, los políticos rusos responsables han empezado de repente, una vez más, a hablar abiertamente del llamado papel especial de Rusia, una función de 'mantenimiento de la paz' que la nueva Rusia debe cumplir en todo el territorio de la antigua Unión Soviética».

Segunda y definitiva conclusión de Meri: «La experiencia de los últimos años ha demostrado claramente que la tendencia general del Occidente libre a considerar insustituible a cualquier dirigente de Moscú –ya sea Jruschov, Brézhnev, Gorbachov o Yeltsin– ha llevado a inversiones y juicios extremadamente equivocados. Quien quiera ayudar realmente a Rusia y al pueblo ruso hoy debe dejar claro a los dirigentes rusos que una mayor expansión imperialista no tiene ninguna posibilidad. Quien no lo haga, de hecho, estará ayudando a los enemigos de la democracia en Rusia y en otros Estados poscomunistas».

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