El decepcionante discurso del dictador del Kremlin y su parecido con Milosevic
Putin ha copiado sus argumentos a muchos dictadores, pero si hay uno realmente similar al belicoso ruso ese es Slobodan Milosevic
El reciente discurso de Putin a su pueblo y al mundo sobre la guerra en Ucrania ha sido decepcionante para muchos rusos. Putin les ha asegurado que Rusia es invencible, y eso está bien. Pero, como prueba de tan venturosa condición –de la que en su día también alardearon muchos de sus colegas, desde Hitler a Saddam Hussein, antes de ser derrotados– solo ofreció su palabra. Aparte de apelar a las gestas históricas de su sufrido pueblo, no ha dado ninguna pista que aclare cómo piensa salir del apuro en que él mismo se ha metido.
El discurso fue, además, aburrido para los analistas occidentales. Para sacar un titular de la hora y media de espesa intervención, algunos han tenido que exagerar las repercusiones de la «suspensión» de un tratado de control de armas nucleares, el nuevo START, que en la práctica ya estaba suspendido.
Si Maquiavelo, el maestro de quienes aspiran a destacar en la demandada asignatura de hacer política sin escrúpulos, hubiera podido escuchar el discurso de Putin, probablemente no le habría puesto mucho más que un cinco. «Aplicado, pero falto de originalidad», imagino oírle decir desde el más allá.
En solo doce palabras de su obra El príncipe, el brillante politólogo florentino, que ejercía su profesión antes de que se inventara tan feo término para describirla, explicó mucho mejor que Putin las verdaderas razones de la invasión de Ucrania: «Nada le proporciona mayor estimación a un príncipe que las grandes empresas». Maquiavelo pone como ejemplo la conquista del Reino de Granada por Fernando el Católico. Ucrania, para Putin, tiene un papel parecido.
No le reprocharía Maquiavelo a Putin haber mentido para ocultar su ambición. El italiano comprendería mejor que nadie que era necesario hacerlo porque, cinco siglos después de la toma de Granada, la humanidad ha proscrito el derecho de conquista. Pero sí criticaría al líder ruso por su falta de imaginación. Porque todo lo que expuso Putin en su discurso lo ha dicho algún dictador antes que él.
Sin que se le moviera un músculo, Putin nos dijo que se vio obligado a ordenar la invasión porque Ucrania amenazaba la seguridad de Rusia. De tan absurdo, el argumento podría parecer original. Pero no lo es. Stalin, cuando invadió Finlandia en 1939, ya había alegado que lo hacía por razones de seguridad. La frontera entre los dos países estaba entonces a solo 32 kilómetros de San Petersburgo y ¿quién le iba a asegurar a él que la poderosa Finlandia no albergaba la intención oculta de arrebatarle a la pobre Unión Soviética la gran ciudad del norte?
Por cierto, que el carácter humanitario de la invasión, del que hoy alardea Putin, también lo explotó Stalin en su momento.
Si hoy Lavrov insiste en que Rusia no ataca a los civiles, el entonces ministro de exteriores soviético, el igualmente infame Molotov, le enseñó el camino asegurando que el bombardeo de las ciudades finlandesas era una mentira inventada por gobiernos y periodistas desaprensivos. Lo que los aviones rusos dejaban caer sobre ellas, según Molotov, no eran bombas sino los víveres que el pueblo necesitaba para sobrevivir.
¿Qué decir del equilibrio en las relaciones internacionales? Putin dijo que quiere promover un nuevo orden más justo, con un papel relevante para Rusia. La cosa, sin llegar a ser tan absurda como la hipotética amenaza de Ucrania a una nación con 6.000 ojivas nucleares, sigue sin ser original. Esa fue, por ejemplo, la justificación que dio Benito Mussolini para invadir Abisinia: la necesidad de encontrar un papel para la Italia fascista en el mundo de entonces.
No voy a disculpar a Mussolini, pero al menos el dictador italiano invadió Abisinia cuando el colonialismo todavía encontraba cierto apoyo en un supremacismo nacionalista que hace un siglo ni siquiera estaba del todo mal visto.
De todos los pretextos que utilizó Putin, el de la defensa de los ciudadanos de etnia rusa en Ucrania es el más gastado. Y no solo por dictadores. Por dar una referencia concreta, el trato a los ciudadanos germanos en los Sudetes fue también el pretexto argüido por Hitler para justificar la invasión de Checoslovaquia, uno de los capítulos más oscuros del prólogo de la Segunda Guerra Mundial. Pero, reconozcámoslo, la idea de proteger a los compatriotas en peligro resulta tan atractiva que también ha amparado algunas campañas agresivas de gobiernos democráticos, como la de Reagan en Granada o la de Bush en Panamá.
¿Y los presuntos derechos históricos? Nada nuevo hay tampoco en este pretexto. Como el mundo ha dado muchas vueltas, siempre hay un Rus de Kiev –o un califato de Córdoba, o un Kanato de Crimea– para justificar cualquier guerra. Todos sabemos por qué invadió Kuwait el ambicioso Saddam Hussein, por más que él nos asegurara que, en realidad, esa tierra había pertenecido al Valiato de Basora, y que fueron los británicos quienes impusieron su independencia. Poco más o menos lo que dice Putin de Ucrania y los bolcheviques. Ni una palabra, por supuesto, de cuando Crimea pertenecía al imperio otomano.
Putin, como puede verse, ha copiado sus argumentos a muchos dictadores. Pero si hay uno realmente parecido al belicoso ruso en su discurso, ese es Slobodan Milosevic. Fue el criminal de guerra serbio quien con más convicción combinó el supremacismo nacionalista que, a los ojos de su pueblo, amparaba el sueño de la Gran Serbia, con un discurso victimista de cara al exterior. De sobra conocidas son las acusaciones de «serbofobia» con las que el dictador serbio trataba de descalificar todas las críticas a sus desvaríos políticos y las denuncias sobre sus crímenes de guerra.
Pero volvamos a Maquiavelo y a su papel inspirador de tanto desafuero. El astuto italiano no solo se hizo atractivo por aconsejar a los príncipes que mintiesen para encubrir la naturaleza de sus actos. También se atrevió a garantizarles que lograrían sus objetivos. Sus palabras son demoledoras: «Los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que quien engaña hallará siempre alguien que se deje engañar».
Un texto así ha dado aliento a muchos malos gobernantes. Demasiados ya. ¿No habrá llegado la hora de que, ya que sus escritos siguen seduciendo a algunos príncipes, seamos los informados ciudadanos del siglo XXI quienes demostremos que las cosas han cambiado? Porque, si no es así; si, como tantos de los súbditos de Putin, decidimos dejarnos engañar por las mentiras que nos consuelan, al final tendremos que darle la razón a Maquiavelo.