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El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden (derecha), y el presidente de China, Xi Jinping, celebran una reunión al margen de la Cumbre del G20

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, y el presidente de China, Xi Jinping, en el G20AFP

Asia

Las tensiones con China y el declive de Estados Unidos, prólogo de un nuevo capítulo de la historia

Si Pekín se convence cada vez más de su superioridad militar y subestima el compromiso de Washington con Taiwán, ambos países podrían acabar envueltos en una guerra

A finales 1995 y comienzos de 1996 se produjo una crisis por las pruebas de misiles chinos realizadas en aguas de Taiwán. Los Estados Unidos dieron una respuesta militar contundente contra la República Popular China, haciendo el mayor despliegue militar en Asia de toda su historia. En aquel momento la decisión del presidente Bill Clinton de desplegar dos portaaviones en aguas de Asia Oriental eran indicios de que Washington no se dejaba intimidar.

El Ejército Popular de Liberación de China sabía que no tenía la fuerza militar, frente a Estados Unidos, para intervenir Taiwán. En aquel momento, los costes y riesgos de cualquier tipo de guerra impidieron a China ir más allá.

Tampoco China fue capaz de reaccionar ante el poder estadounidense tras el bombardeo «accidental» de la embajada china en Belgrado, durante la guerra de Kosovo de 1999. Pekín lo consideró una provocación abierta y descarada.

En los últimos años, China ha destinado grandes esfuerzos para hacer menos eficaz cualquier intervención estadounidense mediante un enfoque que denomina «disuasión estratégica», y que se basa, entre otras cosas, en el uso de señales nucleares para disuadir a un adversario potencial a la hora de entrar en contienda. El mandato de Xi Jinping ha supuesto un veloz crecimiento de su capacidad militar, tan solo en los últimos tres años.

Ahora, los esfuerzos de disuasión de China se están intensificando incluso mientras la Administración de Biden recalcula sus propios planes para la disuasión ante una posible agresión china. Sus medidas implican amenazar con sanciones militares y económicas en concierto con una coalición de aliados para convencer a China de los tremendos costes que le supondría cualquier agresión militar.

Pero la China actual, está animada por su percepción del declive estadounidense. Está envalentonada por su rápida expansión de arsenal nuclear y está inspirada por el aparente éxito del presidente ruso, Vladímir Putin, en el uso de amenazas nucleares para limitar el apoyo estadounidense a Ucrania.

Si China se convence cada vez más de su superioridad militar y subestima el compromiso de Estados Unidos con Taiwán, ambos países podrían acabar envueltos en una guerra entre grandes potencias armadas con enorme capacidad nuclear.

En 2020, la Inteligencia estadounidense estimaba que China sólo disponía de un centenar de misiles balísticos intercontinentales (ICBM), sin ningún elemento de disuasión marítimo o aéreo, pero en este último periodo se sabe que China ha trabajado intensamente para aumentar sus capacidades militares, construyendo el arsenal necesario para ganar potencialmente un conflicto sobre Taiwán.

Ha desarrollado armas conocidas como «Mazas Asesinas», que incluyen misiles balísticos antibuque diseñados para atacar portaaviones estadounidenses, como otros misiles de largo alcance dirigidos contra bases estadounidenses en el Pacífico occidental.

Cuenta con bombarderos capaces de atacar a las fuerzas estadounidenses en todo el Pacífico. El uso de estas armas presumiblemente ganaría tiempo suficiente para que las fuerzas del Ejército Popular desembarcaran en Taiwán y tomaran la isla antes de que pudiera llegar en su auxilio un contingente estadounidense.

Los vertiginosos esfuerzos de modernización militar de China, si no han cerrado del todo la brecha militar con Estados Unidos, sí la han convertido en una potencia colosal en la región. Sin embargo, una guerra convencional contra Estados Unidos sigue siendo una propuesta arriesgada para China.

El Pentágono ha ido adaptando sus capacidades militares a las posibles amenazas chinas actuales, de forma que puedan llevar a cabo ataques devastadores contra una supuesta fuerza de invasión del Ejército Popular de Liberación. La Fuerza Aérea dispone ahora de bombarderos de largo alcance más avanzados y potentes.

La Armada americana posee temibles submarinos nucleares de ataque y el Cuerpo de Marines ha practicado operaciones desde emplazamientos cercanos a China. El Ejército ha empezado a desplegar unidades altamente móviles con capacidades híbridas, que incluyen: sistemas de misiles, de guerra electrónica y ciberguerra, y de recogida de información. Podrían, incluso, intervenir rápidamente para llevar a cabo operaciones aéreas y de misiles en caso de estallar un conflicto.

Incluso si el Ejército Popular de Liberación consiguiera apoderarse de Taiwán con tropas estadounidenses sobre el terreno, los costes militares de una guerra convencional contra Estados Unidos serían asombrosos y podrían hacer retroceder el desarrollo de China.

Con todo, la carrera por la hegemonía es cada vez más objetiva para el Gobierno de Pekín. Estados Unidos parece más vulnerable política, económica y socialmente que, en el apogeo de su poder unipolar tras la Guerra Fría, en la década de los 90'.

La precipitada retirada de Estados Unidos de Afganistán en el verano de 2021 dio crédito a las teorías chinas sobre el declive militar estadounidense. Con el líder chino Xi Jinping iniciando un tercer mandato en el poder, y con una China cada vez más beligerante «la fuerza del Dragón» es muy considerable.

En este mes, Sánchez, Macron y Von der Leyen viajan a China, como supuesto pacificadores. También la primera ministra italiana, Meloni, y Josep Borrell tiene previsto ver en breve a Xi. Estas iniciativas de China generan escepticismo en Bruselas porque está claro que, en todas ellas, es Xi el anfitrión, es Xi quien lleva la voz cantante.

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