Los muros de Belfast siguen segregando a católicos y protestantes 25 años después
Con sus barreras metálicas y tapias cubiertas de grafitis, el muro de Cupar Way separa las comunidades católica-republicana de Falls Road y protestante-unionista de Shankill Road
Luciendo una sonrisa, una estadounidense firma sobre uno de los muros de separación levantados en Irlanda del Norte durante el conflicto entre católicos y protestantes. Convertidos ahora en atracción turística, siguen siendo, sin embargo, la evidencia de una segregación que persiste.
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«No sabía que había tantos muros aún en pie 25 años después», dice a la Afp Lori Castillo, tejana de origen mexicano de 43 años, en referencia al Acuerdo de Paz que en 1998 puso fin a tres décadas de conflicto intercomunitario con más de 3.500 muertos.
Con sus barreras metálicas y tapias cubiertas de grafitis, el muro de Cupar Way, en el oeste de Belfast, fue el primero de muchos: separa las comunidades católica-republicana de Falls Road y protestante-unionista de Shankill Road desde que fue construido por el Ejército británico en 1968.
Hay hoy en la ciudad unos 75 similares que suman 13 kilómetros, explica Jonny Byrne, experto de la Universidad del Ulster.
En 2013 el gobierno norirlandés se fijó 10 años para desmantelarlos. Pero sigue lejos de lograrlo, principalmente por oposición de los residentes que afirman necesitar aún esta protección física y psicológica.
«Siguen siendo un mecanismo de seguridad para mucha gente», explica Ian Shanks, responsable del proyecto Action for Community Transformation en Shankill Road, que trabaja en la reinserción de expresos paramilitares unionistas.
«Puede haber muchos motivos, tal vez esas personas no confían en el proceso de paz», considera Michael Culbert, exmiembro del IRA excarcelado tras 16 años de prisión por matar a soldados británicos, que ayuda a expresos republicanos empleándolos como guías de «tours políticos» para visitantes como Castillo.
«Mi enemigo»
En opinión de Rob McCallum, líder asociativo católico de una zona del norte de Belfast donde las dos comunidades colindan, «aunque había aspiraciones de derribar los muros para 2023, nunca se estableció un plan sobre cómo lograrlo».
Su trabajo es intentar construir confianza mutua, explica, porque en «una comunidad segregada, cuando vives en ella (...) puedes crecer pensando 'toda la gente al otro lado son mi enemigo'».
Así, mientras en el moderno centro de Belfast ambas comunidades cohabitan, en otras partes de la ciudad protestantes y católicos viven 100 % segregados, con algunas casas y comercios aún protegidos por barreras metálicas.
Sus calles son como un laberinto, donde un visitante inhabituado choca constantemente con el muro que corta el paso.
En algunos puntos grandes verjas permiten cruzar, pero están cerradas por la noche. Y aunque los residentes tienen perfectamente integrados los muros en sus vidas, estos son un obstáculo a la movilidad.
«Si ocurre algo, por ejemplo después de las nueve de la noche, no puedes llegar al hospital cruzando la otra comunidad (...) tienes que dar toda la vuelta», explica Byrne.
Además, son «imanes de violencia y desórdenes sociales», agrega. «Especialmente los jóvenes, si quieren participar en lo se ha llamado disturbios recreativos, acudirán a estos puntos donde pueden lograr una reacción de miembros de la otra comunidad», como ocurrió durante los enfrentamientos de abril de 2021 debido al Brexit, en que numerosos policías resultaron heridos.
Algunos vecinos quieren su desmantelamiento, pero otros «viven psicológicamente hace 20 o 30 años, dependiendo del impacto que el conflicto tuvo en ellos», afirma McCallum, reconociendo que estas zonas son también cómodos bastiones de votantes claramente circunscritos para sus respectivos partidos políticos.
Doble proceso de paz
Para Byrne, los muros son la evidencia de las «oportunidades desaprovechadas» del Acuerdo de Paz, especialmente en los barrios desfavorecidos.
«Las comunidades donde están los muros son de las más desfavorecidas socialmente de Irlanda del Norte, fueron las más afectadas por el conflicto y, sin embargo, no vieron algunos de sus grandes beneficios», afirma, señalando un «doble proceso de paz» que beneficia a la clase media y olvida a la obrera.
Así, 97 % de las viviendas sociales de Belfast están en zonas segregadas.
Shanks confirma: «La gente aquí no ve que el unionismo haya cosechado beneficios del Acuerdo del Viernes Santo».
«Nos dijeron (...) que las comunidades locales prosperarían, que se invertiría mucho en ellas y que tendríamos una especie de gran bucle, y lamentablemente eso no se ha materializado», afirma, rodeado de fotografías históricas de la muerte y devastación provocada por décadas de atentados.
Para muchos unionistas el 25 aniversario del Acuerdo de Paz no es motivo de celebración, afirma, y muchos de los que entonces votaron a favor ahora lo harían en contra, asegura.