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El Rey Carlos III y Camilla, Reina consorteGTRES

Coronación Carlos III

Carlos III y Camila se coronan juntos en una ceremonia que combina tradición y modernidad

Si Isabel II era una joven de 27 años cuando subió al trono, a sus 74 años Carlos III es el monarca más anciano de Gran Bretaña el día de su coronación.

Aunque el núcleo de la ceremonia de entronización de los Reyes de Inglaterra ha permanecido en su esencia casi sin cambios durante los últimos mil años, no hay dos coronaciones iguales y cada monarca le da su sello personal.

Debido a la estabilidad y longevidad de las instituciones británicas se puede pensar que toda esta ceremonia se ha llevado a cabo durante siglos, cuando en realidad no es así. Como nos comenta el profesor de Derecho de la Universidad de Leicester Tom Frost, «los funerales y las coronaciones de la realeza británica son en gran medida una invención del siglo XIX».

La de Carlos III es la primera del siglo XXI, la única coronación religiosa que pervive en Europa, que combina «las tradiciones y la pompa de antaño» propios de un rito ancestral con «el papel actual del monarca y mira hacia el futuro», como señala Buckingham Palace. Por ello es un reflejo de cómo ha cambiado Reino Unido desde la coronación de su madre.

Han pasado 70 años desde aquella ceremonia de postguerra en blanco y negro y ocho meses después del fallecimiento de la Reina es el momento de escenificar un enérgico paso de lo viejo a lo nuevo. Porque enérgica es también la personalidad del monarca que se aleja a galope del modelo de monarquía mágica para entrar de lleno en una monarquía de servicio público.

La novedad: el «homenaje de la gente» al monarca

Como señala Robert Hazell, fundador de Constitution Unit y catedrático de Derecho Constitucional y Gobierno de la Universidad College London, «este es uno de esos momentos en los que el Rey Carlos tiene cierta autonomía individual, más en su papel ceremonial como jefe de la nación que en su papel constitucional como jefe de Estado».

Tras meses de planificación y preparativos llega el día de la «coronación gloriosa» de Carlos III; así la describe el Arzobispo de Canterbury Justin Welby, incluso antes de celebrarse porque al haberla ensayado durante meses en «estrecho contacto» con Carlos, el Gobierno y el Grupo Consultivo de la Coronación, la conoce de memoria.

La de Isabel II estuvo estructurada en seis partes: reconocimiento (la audiencia aclama God save the King), juramento (se compromete a reinar de acuerdo con la ley y la justicia), unción (con óleo sagrado, signo de que recibe la gracia de Dios), investidura (se reviste con la Supertúnica y le presentan los atributos reales e incluye la propia coronación), entronización (se sienta en el trono con la corona y los demás símbolos reales) y homenaje o pleitesía (de altos funcionarios y aristócratas).

La coronación de Carlos III mantiene esta estructura, aunque desaparece la antigua pleitesía de la aristocracia al Rey que pasa a ser «el homenaje de la gente» al monarca, una adhesión que cada ciudadano puede hacer desde casa, tras el juramento de lealtad del Príncipe de Gales arrodillado ante su padre.

Los cambios que se introducen ahora no afectan a la esencia de la ceremonia, sino a la teatralidad que la rodea. Es más breve, más pequeña y menos onerosa que la de Isabel. De 8.250 invitados que asistieron entonces, para esta se han cursado poco más de 2.000 invitaciones y casi la cuarta parte de los asientos, 450, están ocupados por representantes de las organizaciones benéficas que respaldan los Reyes y por voluntarios destacados de la comunidad.

Anglicana, inclusiva y multirreligiosa

Pero ¿qué es lo esencial de toda coronación de los Reyes británicos? La clave es que se trata de una ceremonia religiosa anglicana, después de la de Enrique VIII, basada en la tradición cristiana. Ahí está la paradoja y una de las cuestiones de fondo: la religión anglicana es la oficial del estado, el monarca es el Gobernador Supremo de la Iglesia de Inglaterra y «Defender of the faith» («Defensor de la fe»), ambos títulos simbólicos, en un país que ya no es anglicano.

Por primera vez apenas un 12 % de los ciudadanos británicos pertenecen a la Church of England, según el último censo y menos del 40 % se consideran cristianos. Aunque el Rey dejó claro que es «un cristiano anglicano comprometido», en un discurso leído en el Palacio de Buckingham ante líderes de distintas religiones pocos días después de fallecer su madre, también puntualizó que «el soberano tiene el deber adicional de proteger la diversidad (religiosa) de nuestro país».

Independientemente de cuáles sean las convicciones personales de Carlos III, este nuevo panorama social puede ser uno de los motivos por los que esta es una coronación inclusiva, de un Rey defensor de todas las creencias y «de los que no tienen ninguna», como señaló, y que son el 37 % de los británicos. Precisamente algunas de las tensiones previas a la coronación se han debido a la articulación de este complicado encaje de ser cabeza de la Iglesia anglicana y a la vez defensor de todas las religiones.

El Rey Carlos III de Gran Bretaña habla con simpatizantes en The Mall cerca del Palacio de BuckinghamAFP

Por ello, la jerarquía eclesiástica oficial, políticos y académicos están pendientes de cada palabra que pronuncia el soberano y si introduce algún cambio en la fórmula del juramento que utilizó su predecesora. Los profesores Hazell y Morris de UCL explican en un informe las razones por las que «convendría revisar o actualizar los juramentos de adhesión y coronación para adaptarlos a los tiempos modernos».

Para evitar problemas jurídicos las mayores novedades de esta coronación las vemos en la escenificación: una celebración multirreligiosa, reflejo del espíritu ecuménico de Carlos, centrada en los puntos que tienen en común las religiones, que también muestra en lo que se ha convertido hoy en día la Iglesia anglicana en sintonía con este Reino Unido multicultural.

Por primera vez algunas joyas de la corona son presentadas al Rey por personalidades del ámbito civil de las confesiones musulmana, hindú, sij y judía y en la procesión inicial también participa un miembro de las comunidades sunní, budista, Jainista, Bahai y Zoroastriana. La cruz que abre la procesión de los Reyes hacia el altar, con una reliquia de la Santa Cruz de Cristo, es un regalo del Papa Francisco a Carlos por su coronación, lo que indica las «muy buenas relaciones» que existen entre ambos, como asegura el Arzobispo de Gales Andrew John.

Las primeras palabras que pronuncia el Rey están inspiradas en la Biblia: «En su nombre y siguiendo su ejemplo, vengo no a ser servido sino a servir». Un momento único es La oración del Rey, inspirada en una Carta de San Pablo a los Gálatas y en el himno popular I Vow to thee my country (Juro a ti mi país). Un Rey creativo, sensible y aficionado a la lectura de los clásicos pide una bendición para «los de toda fe y convicción», transmitiendo lo que para él es la esencia de este oficio sagrado: servir a su pueblo.

En un gesto sin precedentes con la comunidad judía, el Gran Rabino Ephraim Mirvis y su esposa han pasado la noche en la residencia habitual de Carlos y Camila, Clarence House, lo que les ha permitido hacer el camino hasta Westminster a pie para cumplir con la ley judía que prohíbe viajar en coche en sábado.

Comienza el día más importante para Carlos y Camila

El día más importante en la vida de Carlos y Camila comienza cuando salen juntos del Palacio de Buckingham en la Carroza de Estado del Jubileo de Diamante que utilizó Isabel II en sus últimos años, la más moderna de la colección real con elevalunas eléctrico, amortiguador hidráulico y aire acondicionado, pues el Rey es sensible al calor.

En un recorrido mucho más breve del que realizó su madre, como más breve será su reinado, llegan a la Abadía de Westminster, donde se han coronado todos los Reyes de Inglaterra desde Guillermo el Conquistador, salvo dos excepciones. Entran por la Gran Puerta Oeste y a los acordes del himno I was glad («Me alegré») comienza la procesión con la comitiva multicultural hacia el altar.

El Rey que «adora la música» ha elegido personalmente doce piezas del repertorio que interpretarán seis coros y nada menos que la orquesta Filarmónica de Viena. A las 11 de la mañana, el Comienza el día más importante para Carlos y Camila, flanqueado por los obispos de Bath, Wells y Durham, inicia el oficio de hora y media, a diferencia de las casi tres horas que duró el de Isabel.

La coronación de Camila: la boda real que nunca tuvo

Sin embargo, la jornada ha empezado mucho antes para sus majestades. «Una persona muy religiosa que reza todas las noches», como ha desvelado su hijo Harry, habrá dado gracias a Dios porque al fin llega el día de sentir el peso de la corona.

Habrá madrugado para hacer «su tabla de gimnasia matinal» que ayuda a mantener el cuello y la espalda relajados mientras podría escuchar, según estén los nervios reales, «música de Beethoven» o las noticias de las ocho en BBC Radio. Tras desayunar «scones con mermelada de naranja» servidos por «los criados de librea» y después de perfumarse «las mejillas, el cuello y la camisa» con su fragancia favorita, «floral con un ligero toque ocre, como de pimienta», le han ayudado a vestir el uniforme militar, ya que descartó hace tiempo llevar los ropajes de rey medieval que incluyen calzones y medias blancas de seda.

Camila con los atributos reales y el traje de coronación de Isabel IIIlustración de Pedro de la Puente

También así da una imagen más acorde con los nuevos tiempos a la vez que está más favorecido, ya que a pesar de sus años continúa siendo Rey de la elegancia. Mientras, Camila, como sucede en las bodas, se enfunda en el secreto mejor guardado de la coronación, su vestido largo de novia que no pudo lucir en su boda civil con Carlos hace dieciocho años y que ha confeccionado Bruce Oldfield, el diseñador de Lady Di, una muestra de que la nueva Reina tiene una gran personalidad. Como siempre, Camila lleva el pelo suelto, como prefiere Carlos y un maquillaje natural porque «al Rey no le gustan las mujeres muy maquilladas», como asegura en sus memorias el Duque de Sussex.

Ensayos en Buckingham para evitar errores virales

Esta coronación supone el momento de máximo escrutinio mediático en la historia de la monarquía. Día especialmente intenso para el último responsable de todo lo que ocurra, el Duque de Norfolk, Earl Marshal, en quien también recae el honor hereditario de organizar los funerales, como el de la Reina, y la ceremonia de accesión al trono de Carlos III y que curiosamente es católico.

Hay que evitar errores como el ocurrido en la firma de los documentos en el Palacio de St. James y el de la tinta para que el Rey no pierda los nervios. Si Isabel II practicó en el Salón de baile de Buckingham Palace vistiendo una toga elaborada por Ede&Ravenscroft, la sastrería más antigua de Londres, en la que también han confiado Camila y Carlos para sus nuevas capas de coronación, y caminó entre postes y cintas que marcaban su recorrido procesional, los Reyes llevan practicado durante semanas en una «Abadía simulada» construida especialmente en el mismo palacio.

Según fuentes próximas a Buckingham, durante una de las pruebas de las vestiduras, el Rey comentó lo pesadas que eran y ante el temor de sus ayudantes de que pudiera tropezar al subir a la Silla del Trono se ha construido una rampa para que no haya problemas. Incluso los que portan algunas de las joyas de la corona también han ensayado en el salón de baile del Palacio.

El protagonismo de los Parker Bowles

Si se mantiene la tradición, los familiares más próximos del monarca se sitúan en la Galería Real de la Abadía de Westminster, el lugar privilegiado desde el que Carlos a los cuatro años, contempló cómo era coronada su madre junto a su abuela, su tía Margarita y su hermana Ana. El Príncipe Harry, que finalmente cumple con el deseo de su padre, no está en esa atalaya privilegiada y le han reservado un lugar más discreto.

Y el Príncipe Andrés, huérfano de madre que le proteja, no luce, como era su deseo, el pomposo uniforme con plumas de la Muy Noble Orden de la Jarretera, fundada en el siglo XIV por Eduardo III, de la que aún forma parte. La Duquesa de Sussex, Meghan Markle ha preferido ver el espectáculo de su familia política por la tele y quedarse con sus hijos en California, lo que muchos han considerado «un alivio» y celebra el cumpleaños del Príncipe Archie que cumple cuatro años.

Otra ausencia, esta de carácter político, es la del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que envía a su esposa, lo que no supone un desplante diplomático ya que como recoge David Torrance en un informe sobre la Coronación elaborado para la House of Commons «nunca un presidente de Estados Unidos ha asistido a la coronación de un Rey de Reino Unido». La gran novedad en cuanto a los invitados, que supone otra ruptura con la tradición, es la presencia de otros Reyes de familias reinantes, lo que aporta glamour adicional a la ceremonia. Hasta ahora no era habitual la asistencia de soberanos a la coronación de un monarca, «salvo que estuvieran bajo la protección del Imperio Británico».

Si el único honor que recibió el Duque de Edimburgo con motivo de la coronación de Isabel II fue ser presidente de la comisión organizadora y pasaron cuatro años hasta que la Reina le otorgó el título de Príncipe de Reino Unido, el caso de la nueva Reina Camila ha sido muy distinto. El protagonismo de los Parker Bowles en la ceremonia es revelador: los pajes de honor que le llevan la cola de la capa de Estado son sus nietos varones, y su hermana Annabel a sus 74 años figura como dama de compañía, algo parecido a Pippa Middleton en la boda de Kate.

Aunque sin duda lo que ha suscitado todo tipo de comentarios es la presencia del exmarido de la Reina, Andrew Parker Bowles en la ceremonia de coronación. A esto se une un ambiente nacional tibio debido a la crisis económica y política post Brexit, con el director Económico del Banco de Inglaterra, Huw Pill, afirmando que los británicos deben asumir que son más pobres. Si cuando se coronó la difunta Reina los británicos vivieron «la fiebre de la coronación» y la venta de televisiones se disparó, aquel fervor nacional ahora parece haberse esfumado.