La Coronación de Carlos III y Camila, una superproducción de película
En tiempos de 'Terminator' contra los ritos y las tradiciones, la Coronación de Carlos III ha resucitado momentos sublimes de la historia de un imperio que atraviesa horas bajas
La película empezó con un niño vestido de paje y terminó con la Familia Real en el balcón de Buckingham Palace. Estaban todos menos los Príncipes Andrés y Harry. El primero, marginado por sus amistades peligrosas y el futuro hijo pródigo por haber declarado la guerra (aunque no lo crea) a una institución y a una familia que es la suya.
Se puede ser ateo, agnóstico, republicano y declarado enemigo de la monarquía, pero no es admisible la ausencia de sensibilidad frente a una Coronación que ha llevado el séptimo arte a uno de sus momentos cumbres.
En tiempos de Terminator contra los ritos y las tradiciones, la Coronación de Carlos III ha resucitado momentos sublimes de la historia de un imperio que atraviesa horas bajas. La majestuosidad de la ceremonia, las imágenes de la Catedral de Westminster y miles de invitados (se supone que 2.200) con sus mejores galas, oxigenaron un ambiente, caldeado por la inflación, en una población que empieza a tomar conciencia de que el divorcio de Europa no ha sido un buen negocio.
Varios cientos protestaron en Londres contra la Corona, minoría ruidosa silenciada frente a una multitud que, a vista de pájaro, inundaba todo el recorrido de los Reyes bajo una lluvia pertinaz. El mayor espectáculo del mundo se vivió en Inglaterra, Irlanda, Escocia , Gales y probablemente, en los cuatro puntos cardinales a los que miró el antiguo Príncipe de Gales. Aunque mañana quieran soltar lastre de Londres es difícil pensar que en los 14 países de la Commonwealth no hayan disfrutado de las dos horas de imágenes y sonido irrepetibles.
El estreno internacional de esta superproducción entusiasmó también a los americanos de todo el continente. En Estados Unidos, de donde los británicos tuvieron que salir a su pesar, los fastos y la idea de la monarquía les suena a envidiable cuento de hadas.
En este caso el Príncipe que se hace Rey y la Reina que le acompaña eran dos septuagenarios con un pasado personal turbulento, pero, ¿quién se acuerda hoy de los audios robados a los amantes? Carlos y Camila fueron, en esta transmisión, protagonistas de una historia de amor con final feliz.
El desenlace de fantasía lo tenía todo: carruajes de oro de 14 toneladas, coronas con 2.800 diamantes, capas de armiño y un rey al desnudo bajo palio. El hijo de Isabel II, cabeza de la Iglesia anglicana, se dejó ver en camisola. Fue despojado de las pieles, ungido con aceites de Jerusalén, enfundada su mano derecha con el guante real para sostener el cetro y besado y jurado lealtad por Guillermo, el heredero.
Una espada, genuflexión de Catalina (Sweet Caroline, coreaban en la calle al verla), oraciones... La liturgia y la mística enriquecían el guion de esta historia de la historia.
Más Reyes y mejor vestuario. Felipe VI y la Reina Letizia enamoraban a la cámara. Los antiguos primeros ministros agachaban la cabeza y Rishi Sunak, musulmán, leía en la catedral donde en 1953 fue coronada Isabel II.
Han transcurrido ocho meses desde que murió la Reina. Su hijo es Rey desde entonces. Únicamente le faltaba cumplir con la tradición, con los ritos, con una jornada de pompa, glamour, oropel y fervor popular. Dudo que otro país puede darse el lujo de hacer –y filmar– lo que hoy se ha hecho en Londres: una obra de arte.