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Aquilino Cayuela

China no olvida (ni perdona) los ataques de la OTAN

El factor principal que determinará si Washington y Pekín llegan a las manos por Taiwán no es necesariamente la estrategia de Xi para la unificación

Actualizada 04:30

«Pekín no ha olvidado ni perdonado el bombardeo de mayo de 1999 a su embajada en Belgrado», ha dicho este mismo lunes 8 de mayo Wang Wenbin, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, en referencia al fatal bombardeo contra su embajada por parte de la OTAN hace 24 años.

Ante un grupo de periodistas, el funcionario chino condenó al bloque liderado por Estados Unidos por crear un conflicto mientras se hacía pasar por una alianza defensiva, y lo instó a «reflexionar seriamente» sobre sus crímenes. Las declaraciones vienen al caso porque el pasado 7 de mayo fue el aniversario del ataque a la embajada, en el que murieron tres periodistas chinos y resultaron heridos otros 20 miembros del personal diplomático.

«El pueblo chino nunca olvidará lo que sacrificó para defender la verdad, la igualdad y la justicia. Tampoco olvidaremos nunca esta atrocidad bárbara cometida por la OTAN, dirigida por Estados Unidos», ha añadido el representante chino.

Según él, la OTAN ha «encendido repetidamente la mecha y llevado conflictos a lugares de todo el mundo, desde Bosnia y Herzegovina hasta Kosovo, desde Irak hasta Afganistán y desde Libia hasta Siria». «La OTAN dirigida por Estados Unidos debe reflexionar seriamente sobre los crímenes que ha cometido, abandonar la obsoleta mentalidad de la Guerra Fría, dejar de incitar tensiones en la región y dejar de sembrar división e inestabilidad en el globo».

Sus críticas a la OTAN se han deslizado al Pacífico donde «haciendo incursiones hacia el este en Asia-Pacífico, instigando la confrontación entre bloques han socavado la paz y la estabilidad en la región».

Si recordamos aquella «Operación Fuerza Aliada» (Operation Allied Force) consistió en unos ataques que tuvieron lugar desde el 24 de marzo hasta el 11 de junio de 1999, sin autorización previa del Consejo de Seguridad de la ONU. En este marco las bombas de la OTAN alcanzaron la embajada China en Belgrado, con el resultado descrito. Pekín condenó en aquel momento el ataque, tildándolo de un «acto de barbarie».

Tras la matanza, Estados Unidos argumentó que había sido un accidente, al hacer uso de un mapa antiguo de la capital serbia. El objetivo real, justificó Washington, era la agencia del Gobierno yugoslavo para el alistamiento militar, a unos 500 metros de la embajada de china.

Como resultado de aquel error de cálculo fue despedido un agente de la CIA y otros seis fueron amonestados. Bill Clinton, entonces presidente de EE.UU., ofreció una disculpa pública al gobierno chino y se pagó una compensación de 28 millones de dólares al gobierno chino y 4,5 millones de dólares a las familias de las víctimas. El tribunal de crímenes de guerra para la ex-Yugoslavia exigió estas reparaciones, entre otras razones, para no abrir mayores investigaciones sobre el hecho.

El actual gobierno de China no olvida y considera que aquel atentado se mantiene impune

Pero el actual gobierno de China no olvida y considera que aquel atentado se mantiene impune.

Al mismo tiempo, tras esta asertividad de la diplomacia china, encontramos que el factor principal que determinará si Washington y Pekín llegan a las manos por la tensión en el estrecho de Taiwán no es necesariamente la estrategia de Xi para la unificación, sino la idiosincrasia del sistema político chino.

La dinámica entre los líderes políticos chinos, su élite política y el público que se está generando ha establecido un bucle de retroalimentación interna hacia el militarismo. Esto podría dar lugar a que China se movilizara plenamente para la guerra incluso antes de que Xi Jinping decidiera atacar Taiwán.

Taiwán, Taiwán, Taiwán

La retórica agresiva de Xi, combinada con su exigencia de obediencia absoluta y su repetido énfasis en la necesidad de la unificación con Taiwán, ha llevado a una campaña nacional para animar al público a «venerar a los militares y admirar la fuerza», ha generado fuertes incentivos políticos para que los funcionarios civiles y militares se movilicen como si ya la guerra fuese inevitable.

Cuando Xi habló en el XX Congreso del Partido Comunista Chino, el pasado octubre, su promesa de que China «nunca prometerá renunciar al uso de la fuerza» ha amplificado un fuerte militarismo entre los mandos del Partido Comunista Chino que evoca a la Alemania de Hitler.

Hay una mayor insistencia de prepararse para la guerra que cada vez se distancia de una estrategia pacífica y diplomática para la resolución de la unificación de Taiwán. Un bucle que se retroalimenta auspiciado por los efectos de la guerra de Ucrania.

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