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Andrew Smith

La prueba de fuego del proyecto de transformación de la Turquiye de Erdogan

Una vez superado el trance del 28 de mayo, Erdogan podría definir más aún su identidad Otomana, islámica y revisionista

El presidente de Turquía, Recep Tayyip ErdoganAFP

En el centenario de la fundación de la República de Turquía, ahora Turkiye, y por primera vez en 21 años los herederos del antiguo Imperio Otomano tienen el 28 de mayo la opción de cambiar el rumbo geopolítico del país en un mundo peligroso incierto y en plena transición estructural. Me temo que esta vez la transformación la hará el régimen y no la oposición.

Conviene recordar que Erdogan se consolidó como el autócrata de Ankara tras una combinación letal para el sistema turco; el terremoto devastador de 1999, el repetido rechazo y «doble rasero» de la Unión Europea y Occidente a integrar plenamente a Ankara, la continua amenaza del terrorismo kurdo a la integridad nacional y finalmente, tras los atentados del 9/11, la ola de anti islamismo global.

Con el viento a favor de esta ola de «ira nacional» el antiguo alcalde de Estanbul, Erdogan, se proclamó primer ministro en 2002 y dio un vuelco a las estructuras del estado que Kemal Ataturk –padre de todos los turcos– construyó para integrarse en Europa, modernizar el país y dar estabilidad en este pilar estratégico de Occidente –Turquía es miembro de OTAN desde 1952– que es la plataforma perfecta para intervenir y disuadir en tres regiones volátiles del planeta; El antiguo Pacto de Varsovia y el Mar Negro; el Caucaso y Asia Central, y finalmente Oriente Medio y Mediterráneo Oriental.

Populista y demagogo Erdogan con su partido AKP se arropo en la bandera nacional y la religión

Populista y demagogo Erdogan con su partido AKP se arropo en la bandera nacional y la religión y cuestionó y desmoronó uno y cada uno de los pilares del estado Kemalista; reinstauro al Islam como fundamento de la nación, redujo el poder de las Fuerzas Armadas incrementalmente aprovechando un «fallido golpe militar» en julio 2016, para someterlas definitivamente; legislatura tras legislatura recorto las garantías de derechos humanos y acción política sometiendo a los partidos y enmudeciendo a la prensa, y dio un giro radical geopolítico al Este basado en dos pilares; el orgullo de una nación humillada y la recuperación de las esencias otomanas proclamándose el heredero de los sultanes de antaño negando el legado de Ataturk.

Así pues, tras dos décadas de consolidación de poder que le hizo el presidente con mayor poder desde Ataturk, en 2023 se enfrenta a un escenario similar al de 2002. Tras un terremoto brutal con miles de muertos y clara evidencia de corrupción e incompetencia se añaden una economía en caída libre con inflación en casi tres dígitos y una población exhausta que reclama la recuperación de derechos y libertades perdidos en las últimas dos décadas, además de un rechazo frontal a la clase política y las elites nepotistas que esquilman su futuro. La guerra ruso–ucraniana, las tensiones en Siria e Irak y la reciente guerra entre Armenia y Azerbaiyán solo añaden una losa a su frágil economía y ponen en duda la «activa política exterior» de las últimas dos décadas.

Lo importante no es quien vota, si no quien cuenta los votosStalin

A pesar de estos factores preponderantes Erdogan afronta las elecciones de mayo de 2023 apostando por la fórmula que le dio el éxito en anteriores elecciones, es decir; en la maquinaria de su partido, en las redes clientelares, en el control de medios de comunicación, la división de una oposición fragmentada y lo más importante: su control de la Comisión Electoral, como ya lo decía Stalin «lo importante no es quien vota, sino quien cuenta los votos».

Pero esta vez ha sido distinto, la oposición se unió con un solo candidato y toda la maquinaria propagandística no puede maquillar una situación económica y social insostenible y una acción exterior que no produce réditos.

por primera vez desde 2002 la elección no dio un vencedor absoluto en la primera vuelta

El resultado ha sido una campaña entre Erdogan y Kilicdaroglu que por primera vez desde 2002 no dio un vencedor absoluto en la primera vuelta, con Erdogan obteniendo el 49,51% y su rival el 44,88%. La segunda vuelta dependerá del 7% de indecisos y del índice de participación. También dependerá de que la maquinaria del régimen se emplee de pleno a mantener al Sultán en el poder. Esperemos, pues, todas las argucias y herramientas de un régimen autoritario que controla todos los resortes del poder además del factor emocional de arroparse a la bandera y religión frente a una «quinta columna» que se apoya en los «enemigos exteriores» de la nación.

Es la política imperante en este siglo XXI y ya lo hemos visto en la Hungría de Orban, la Polonia de Morawiecki , la India de Modi o la Venezuela de Maduro por ejemplo. Todos los sondeos y analistas dan una victoria por la mínima a el actual presidente Erdogan, salvo algún incidente inesperado –quizás otro terremoto, un atentado kurdo o un incidente con Ucrania y/o Rusia– ponga en evidencia la verdadera fragilidad de la democracia turca. Una victoria de Kilicdaroglu es altamente improbable.

¿Qué significarían cinco años mas de Erdogan y su AKP?

Asi pues la pregunta es ¿Qué significarían cinco años más de Erdogan y su AKP? En la política interior el régimen recordará las elecciones de 2023 como el escenario que más amenazo su propia existencia y por tanto no puede volver a repetirse. El precedente de las elecciones rusas en 2012 es claro y evidente.

El palo

Es de esperar de Erdogan una política interior de «palo y zanahoria», es decir por una parte un endurecimiento del estado policial con recortes de derechos y libertades, la dificultad o expulsión de ONG extranjeras, legislación coercitiva para reducir el marco de una oposición domesticada y dividida y un nacionalismo más agresivo con los «enemigos del pueblo» es decir los kurdos y otras minorías.

La zanahoria

Por otra parte, la «zanahoria» implicaría una división más definitoria de los sectores económicos del país; un sector internacional bien definido que incluiría el turismo, la minería, la industria basada en bajos costes laborales (incentivando la inversión extranjera) y las remanentes de la diáspora turca -sobre todo en Alemania y Golfo Pérsico, y un sector interior colectivizado con más políticas sociales y económicas controladas por la Administración. El zoco, base tradicional de su poder rural, y los militares, única amenaza seria en el futuro, probablemente serán rociados más aún con subsidios para alimentos y servicios básicos que aseguren la lealtad clientelar al régimen. Toda actividad económica, política y social tendrá que pasar por el control de la administración.

En el plano exterior Erdogan tendrá dos opciones de futuro, continuismo o transformación

En el plano exterior Erdogan tendrá dos opciones de futuro, continuismo o transformación. Tras el shock del proceso electoral de este mayo 2023 el régimen puede optar por su actual política de aliado parcial de Occidente en temas de seguridad y defensa. Su principal socio es Estados Unidos que en un momento delicado de retirada estratégica necesita a Turquia en los frentes de Oriente Medio, el Cáucaso y Asia Central para contener a revisionistas locales como Irán, Azerbaiyan, Pakistan, Afganistan y las potencias regionales activas como China y Rusia. Sus socios preferentes son la OTAN y la Federación Rusa pues mantener el equilibrio entre ambos, especialmente en el Mar Negro, Balcanes y península de Crimea depende su integridad nacional y su mayor centro de población y vía existencial de comunicaciones, es decir El Bosforo y Estanbul.

Probablemente la relación con la Unión Europea se mantendrá fría y formal pues ambas partes ejercen de victimismo y no desean progresar en un proyecto común y continuar haciendo negocios. Es poco probable que Bruselas inicie ofertas de acercamiento a Ankara y el régimen turco tiene en los europeos «altivos y desagradecidos» una vía para apelar, cuando sea necesario por razones internas, al victimismo y a las más bajas emociones de su ciudadanía.

Erdogan podría definir más aun su identidad Otomana, islámica y revisionista

Por otra parte, una vez superado el trance el 28 de mayo, Erdogan podría definir más aún su identidad Otomana, islámica y revisionista y transformando su posición geopolítica aupándose definitivamente a la coalición anti Occidental y sumarse definitivamente al eje de los llamados «países del sur» y exigir un nuevo orden mundial.

Un giro altamente improbable pues solo se materializaría si ocurren dos cosas: Una victoria rusa en la guerra con Ucrania, y una implosión total de la economía turca sin la ayuda de Occidente. Ambos escenarios altamente improbables en un corto o medio plazo.

De cualquier manera, tras el próximo 28 de mayo Erdogan tendrá que transformar de nuevo Turkiye si desea permanecer y consolidarse en el poder por lo menos hasta 2028.