Zelenski y el placer de decir Jehová
Ni el placer de decir Jehová ni el de humillar a Putin valen lo que puede costarle a Ucrania el que los líderes occidentales pierdan la confianza en su autocontrol
Cuarenta años después del estreno de la película, se vuelve a hablar de La vida de Bryan porque –entre otras muchas causas políticas, sociales y religiosas que, mal que bien, se han ido resignando a servir de blanco de la ironía de Monty Python– se ríe de la ideología de género, hoy tan de moda.
Quizá sea la polémica creada por la posible censura de algunas de sus escenas la que estaba en mi mente mientras leía las declaraciones del ministro Shoigu sobre los extraños sucesos recientemente ocurridos en Belgorod. La amenaza de responder «de forma inmediata y extremadamente dura» a cualquier nueva incursión sobre el territorio que de verdad es ruso –parece que ni siquiera el ministro de Defensa cree que lo sean las regiones anexionadas– me ha recordado uno de los momentos más brillantes de la película.
Un anciano semidesnudo va a ser castigado por pronunciar el nombre de Jehová. El hombre intenta disculparse. Asegura que se limitó a decirle a su mujer que el bacalao que le había servido para cenar era digno del mismo Jehová. Ante la nueva blasfemia, un sacerdote le advierte de que está empeorando las cosas. Pero solo consigue que el anciano, que de todas maneras va a ser lapidado, se ría de él mientras, levantando torpemente los pies al compás, canta «Jehová, Jehová».
¿Qué puede hacer Rusia para castigar al pueblo ucraniano que no esté haciendo ya cada vez que consigue reunir unos pocos misiles?
¿Qué tienen en común las recientes incursiones en Rusia y las blasfemias de un anciano a punto de morir? Que la dureza del castigo ya prometido hace que perdamos el miedo a cualquier otra cosa que pueda ocurrirnos. Después de 15 meses de ataques rusos, muchos de ellos traspasando la línea que en el Derecho Internacional Humanitario define los crímenes de guerra, ¿qué más puede temer Ucrania de su mortal enemigo? ¿Qué puede hacer Rusia para castigar al pueblo ucraniano que no esté haciendo ya cada vez que consigue reunir unos pocos misiles?
Impotencia del Kremlin
Quizá sea esa sensación de impotencia por parte del Kremlin una de las claves para entender lo ocurrido en la región de Belgorod en los últimos días. La mayoría de los analistas militares incluirían la loca incursión de unas decenas de voluntarios en el territorio de la Federación Rusa como una acción de lo que técnicamente se llama guerra híbrida, por mucho que haya tenido lugar en un entorno bélico que, por otra parte, Rusia no reconoce. Comparte con este tipo de acciones el esfuerzo, no excesivo en verdad, por disimular la autoría y el objetivo, mucho más político que militar.
¿Cuál era el propósito de incursión? Rusia asegura que se trataba de un grupo de saboteadores ucranianos, pero ni ha identificado los muertos –asegura haber liquidado a 70 de ellos– ni nos ha contado exactamente qué era lo que querían sabotear.
Los autores materiales de los hechos, aparentemente voluntarios rusos integrados en dos formaciones opositoras –el Cuerpo de Voluntarios Rusos y la Legión Libertad para Rusia– que combaten en las filas del Ejército ucraniano, aseguran que su objetivo era político: forzar el cambio de régimen en Rusia. Pero tampoco nos han explicado cuál es el mecanismo por el que sus acciones, de ámbito puramente local y carácter apenas anecdótico, contribuirían a esa finalidad.
Zelenski es, con toda probabilidad, tan culpable de esta incursión como lo fue Kennedy de la invasión de la bahía de Cochinos
¿Y Zelenski? Aunque le quepa la eximente completa de legítima defensa, el líder ucraniano es, con toda probabilidad, tan culpable de esta incursión como lo fue Kennedy de la invasión de la bahía de Cochinos o el Mullah Omar del ataque de las Torres Gemelas. ¿Qué tenía en la cabeza el, en otras ocasiones, hábil político cuando dio luz verde a tan extraña operación?
Un posible objetivo militar de la incursión es el de obligar a Rusia a desplegar tropas más eficaces en la frontera con Ucrania, alejándolas de los frentes activos. Si esa era la intención, es poco probable que tenga mucho éxito. Si creemos en las quejas de las asociaciones de madres de soldados, Rusia continuará defendiendo estas áreas, ya suficientemente protegidas por la voluntad política de los aliados de que Ucrania depende, con algunos de los reclutas que Putin prometió no desplegar en Ucrania.
Si dejamos el cálculo estrictamente militar y entramos en el terreno de las operaciones de información, es posible que, por una vez, Dmitri Peskov, el cínico portavoz del Kremlin, haya acertado –se dice que hasta los relojes parados dan la hora correcta dos veces al día– al asegurar que la verdadera razón de la incursión era tapar la pérdida de Bajmut, particularmente en los telediarios rusos.
Si eso era lo que quería el liderazgo ucraniano, hay que reconocer que ha tenido cierto éxito, pero ¿era necesario? Para dilapidar el crédito que Rusia pueda haber conseguido con su éxito táctico se basta Prigozhin que, siempre más atento a su agenda personal que a los intereses de su patria, acaba de sacudir el espacio informativo ruso al reconocer que la conquista de la ciudad le costó a la compañía que él lidera nada menos que 20.000 muertos. Casi uno por cada tres habitantes de los que tenía la ciudad al comenzar la guerra.
Hay una tercera razón por la que Zelenski podría haber autorizado la incursión: la de humillar a Putin, mostrándole como un líder incapaz no solo de progresar en Ucrania sino de defender sus propias fronteras.
Entiendo, de verdad, la tentación. Putin se lo merece. Pero, si esto fue lo que motivó a Zelenski, blandía una espada de doble filo. Ciertamente habrá en Rusia quien cuestione el liderazgo del dictador y quien haya perdido la confianza en el Ministerio de Defensa. Pero la censura hará desaparecer rápidamente todas las críticas y lo ocurrido, a pesar de su carácter anecdótico, va a ayudar a Putin a engañar a su pueblo, presentando la invasión de Ucrania como una guerra de Occidente contra la existencia de la propia Rusia en lugar de lo que realmente es: una estúpida y extemporánea aventura colonial, torpemente concebida y aún peor ejecutada.
Cualesquiera que sean las razones de Zelenski, las acciones de estos días también pueden jugar en su contra. Decisiones así –desde luego soberanas y, que quede claro, legítimas como respuesta a la agresión rusa– pueden contribuir a que cambie la imagen de Kiev, convirtiendo a Ucrania en un aliado menos fiable de lo que gustaría en Occidente.
Justicia poética
Tampoco habrá gustado en los EE.UU. el empleo de vehículos americanos Humvees o MRAP para la incursión, aunque haya en ello una cierta justicia poética. Como, según asegura el dicho popular, donde las dan las toman, en Ucrania se afirma que estos vehículos se pueden adquirir en el mercado negro… justo la explicación que daba Rusia para justificar la presencia de sus armas en manos de los rebeldes en la guerra civil del Donbás.
¿Se ha equivocado Zelenski en esta ocasión? Cuando están en juego decisiones muy importantes, como la posible entrega de aviones de combate a sus ejércitos, yo diría que sí. Ni el placer de decir Jehová ni el de humillar a Putin valen lo que puede costarle a Ucrania el que los líderes occidentales pierdan la confianza en su autocontrol.
Desde luego, es posible –y hasta probable– que sea yo quien esté equivocado. Mi opinión, como la de cualquiera que observe la guerra desde la distancia y a través de la niebla, debe tomarse con todas las reservas, porque la guerra es como el mus y, al final del día, quien gana el envite es quien tiene razón. Pero, incluso en el entorno de un juego tan español, donde casi siempre se va de farol, la cosa no termina de parecerme apropiada. La incursión me deja la impresión de que Zelenski ha jugado a la chica y, como todo el mundo sabe, jugador de chica, perdedor de mus.