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Juan Rodríguez Garat

Rusia, el día después

La torpeza del comandante supremo Putin no debe llevarnos a menospreciar las habilidades del dictador Putin

Un residente local pasa junto a miembros del grupo Wagner en Rostov durante la rebelión del 24 de junioRoman Romokhov / AFP

Como si el caso de Leonardo da Vinci —un hombre capaz de hacerlo todo bien— fuera otra cosa que una anomalía histórica, los seres humanos tendemos a pensar que el que vale, vale.

A menudo escuchamos en los medios las opiniones de grandes futbolistas o inspirados artistas, como si sus particulares talentos les dieran capacidad para ilustrarnos sobre política o gastronomía, asuntos sobre los que es posible que la cajera del supermercado a la que solo damos los buenos días esté mejor informada.

La recíproca, desde luego, es cierta. Nos cuesta creer que quien fracasa en un terreno puede ser brillante en otro. Y eso nos puede llevar a perderle al presidente ruso el respeto que sin duda merece como uno de los hombres más peligrosos sobre la tierra.

Putin ha demostrado ser un pobre estadista y un pésimo comandante en jefe del Ejército ruso. En el terreno militar, se ha equivocado en la estrategia sobre Ucrania, ha reaccionado tarde y mal a los reveses operacionales y, probablemente, es culpa suya el empeño en ganar la batalla de Bajmut, poniendo el éxito propagandístico por encima de cualquier otra consideración militar.

Por si esto fuera poco, Putin, presunto líder carismático, no ha sido capaz de hacer una sola visita al frente, renunciando así a una herramienta insustituible para intentar mantener la moral de sus soldados.

Sin embargo, la torpeza del comandante supremo Putin no debe llevarnos a menospreciar las habilidades del dictador Putin. Son estas habilidades las que han llevado al antiguo espía a relevar a Yeltsin en el Kremlin y a mantenerse en el poder, por encima de leyes y voluntades en contra, durante más de dos décadas.

El golpe, neutralizado

Frente a un hábil maniobrero como es Putin, Prigozhin ha sobreestimado claramente sus apoyos. Seguramente han sido muchos los altos mandos militares rusos que, en privado y en confianza, han aplaudido todos y cada uno de sus argumentos. Pero no es difícil imaginar que algunos de ellos prefirieran alertar al dictador del Kremlin, y que otros, llegado el momento de elegir, no se atrevieran a dar el paso que les enfrentaría a su señor natural.

Privado de apoyos, el oligarca no encontró más salida que plegarse a la extraña mediación del presidente de Bielorrusia —solo en apariencia independiente del Kremlin— y aceptar un pacto que, en teoría, garantiza su seguridad personal. No le quedaba otra salida pero, probablemente, se haya equivocado. Si yo fuera su médico, no necesitaría auscultarle para darle una esperanza de vida inferior a un año y recomendarle que ni tome polonio ni se acerque a las ventanas.

Putin, tocado

A pesar de su fracaso, el golpe de Prigozhin ha hecho mucho daño a Rusia. Putin, que parecía un líder providencial cuando logró conquistar la península de Crimea casi sin disparar un tiro, ya había perdido el aura de infalibilidad en las trincheras de Ucrania, donde el sobrevalorado Ejército ruso no encuentra el camino hacia la victoria militar.

En los últimos días, los soldados de Putin se han visto obligados a ponerse a la defensiva frente a un ejército motivado pero pequeño. El Kremlin, impenitente vendedor de ficciones, quiere hacernos pensar que se enfrenta a toda la OTAN, pero la realidad es que Zelenski solo dispone de unas pocas decenas de carros modernos, y necesitaría unos centenares —entre los miles que tiene la Alianza— para hacer la diferencia.

Peor aún es la incapacidad de la fuerza aérea rusa para imponerse a un enemigo al que, por el momento, se le sigue negando una herramienta tan básica en las operaciones militares como es la aviación de combate.

Si Putin ya había dejado de ser infalible, ahora además ha dejado de ser intocable. El dictador todopoderoso ha tenido que ver cómo, bajó sus pies, se desencadenaba una rebelión militar —son sus propias palabras— y, aunque nunca estuvo en peligro de perder el poder, se ha visto obligado a pactar con los traidores, lo que siempre da una imagen de vulnerabilidad. Es probable que, después de esto, el líder ruso se vuelva todavía peor, más acobardado y más cruel de lo que tiene por costumbre. Pero nunca volverá a ser el mismo.

La guerra de Ucrania

¿Qué nos dice lo ocurrido en estos días sobre el futuro de la guerra de Ucrania? Salvando las enormes distancias, el drama de Prigozhin tiene un extraño paralelismo con el del general Rommel, un héroe popular que, en las últimas fases de la Segunda Guerra Mundial también se alzó contra un Hitler que llevaba a Alemania a la derrota.

Cierto que Rommel ha pasado a la historia como un hombre noble que se sacrificó por su patria, mientras Prigozhin solo parecía buscar el poder personal. Pero tanto el general alemán como el magnate ruso pensaron que, en el estado de descomposición en el que se encontraba la sociedad a la que servían, el momento era propicio para dar un golpe de Estado. Y ambos se equivocaron.

A posteriori, podemos decir que, en el caso de la Alemania de Hitler, el error de Rommel no fue excesivo. Poco más de medio año después, los rusos entraron en Berlín. ¿Por cuánto se habrá equivocado Prigozhin? ¿Está próxima la descomposición del régimen de Putin, única posibilidad de que la guerra de Ucrania tenga un final feliz a medio plazo? Eso quisiera saber yo. Pero, todavía más, me gustaría conocer lo que está pensando el presidente ruso.

Putin acaba de perder la mejor de sus herramientas militares

Vea el lector. Putin acaba de perder la mejor de sus herramientas militares. Los mercenarios de la compañía Wagner, que en el futuro combatirán bajo la sombra de la sospecha y llevando sobre sus hombros la pesada mochila de doctrina anticuada, tradiciones inamovibles y liderazgo distante que cargaban los soldados del ejército regular ruso, perderán las libertades que les hacían éticamente reprobables pero eficaces en el campo de batalla. Y, aunque el aspirante a Zar de todas las Rusias no entienda de táctica militar, seguramente se ha dado cuenta de esta realidad.

Además, Putin sabe que la gran baza que ha estado aireando estos últimos días, la presunta capacidad del pueblo ruso para aguantar los sacrificios de la guerra todo el tiempo que sea necesario para cansar a Ucrania y a sus aliados occidentales, es solo un castillo en el aire. Son muchos los jóvenes que han votado con los pies huyendo de Rusia para evitar el riesgo de ser llamados a filas. Ahora son los viejos compañeros los que chaquetean.

Putin ya no puede estar seguro de que su pueblo le seguirá indefinidamente

Por aislado que esté de la realidad del mundo en su torre de marfil, Putin ya no puede estar seguro de que su pueblo le seguirá indefinidamente. Sobre todo cuando un hombre admirado por muchos —el conquistador de Bajmut— les ha asegurado lo que todos sabemos en occidente: que los pretextos con que su presidente justificó la guerra habían sido fabricados por el Kremlin y en absoluto coinciden con la realidad.

¿Un alto al fuego es posible?

Si el líder ruso llega a pensar que la prolongación de la guerra supone un riesgo para su permanencia en el poder, tendrá que buscar un compromiso. No es posible la paz, porque Crimea solo puede ser de uno o de otro y sobre ese tema no hay acuerdo viable. Pero quizá, andando el tiempo, pueda acordarse un alto el fuego sobre las líneas de partida el 24 de febrero de 2022.

Un alto el fuego que Putin podría vender como un éxito a su amordazado pueblo —por ridículo que suene, Peskov acaba de decir que ya han desmilitarizado Ucrania— y que, dejando pendiente la solución política de la guerra, permita al dictador ruso seguir en el poder y al régimen de Kiev consolidar su poderío militar y continuar su largo camino hacia la Unión Europea.

¿Qué todo esto es solo una tenue luz al final de un largo túnel? Desde luego. Pero, hace dos días, ni siquiera esa pequeña luz daba esperanza al sufrido pueblo ucraniano.