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Pedro Sánchez y Mohamed VI

Pedro Sánchez y Mohamed VIPaula Andrade

Cinco razones que desmontan la afirmación de Sánchez de que Marruecos no es una monarquía absolutista

El presidente ha insistido en que ha actuado por el «interés general del país» en lo que se refiere a la relación con Rabat

Marruecos es un tema espinoso para el presidente Pedro Sánchez. Durante su gira mediática, de cara a las elecciones generales del próximo 23 de julio, el líder del PSOE ha participado en el programa de Jordi Évole, quien no ha podido evitar preguntar sobre el inesperado giro sobre el Sáhara Occidental. Sánchez negó la mayor y quiso aclarar que él no considera que Marruecos sea una monarquía absolutista.

«¿Cómo se siente un líder democrático como usted cuando tiene que ceder al chantaje de un monarca absolutista», preguntó Évole. Sin dudarlo, Sánchez respondió tajantemente: «Yo defiendo el interés general de mi país». para, posteriormente, recalcar, que él no comparte la «caracterización» que hizo Évole de la monarquía alauí.

Sobre el papel, Marruecos cuenta con una «Monarquía constitucional, democrática, parlamentaria y social». Pero, en la práctica, el Rey Mohamed VI está por encima de la Constitución, ya que cuenta con la potestad de nombrar al primer ministro, además de presidir las Fuerzas Armadas y dictar la política exterior del país.

Toda decisión que se tome en el país norteafricano pasa por el visto bueno del Monarca que, además, es el jefe espiritual de los musulmanes, al ostentar el título de Comendador de los Creyentes. Todo esto le proporciona a Mohamed VI prácticamente plenos poderes en Marruecos. «Nada se mueve en el país norteafricano si no es a través del Rey, la Familia Real o el Majzén», apunta Antonio Alonso Marcos, profesor adjunto de la Universidad CEU San Pablo

Es cierto que al principio del reinado de Mohamed VI, y tras la muerte de su padre Hassán II, se experimentó un aire aperturista, con nuevas leyes que daban más libertad, sobre todo, a las mujeres. Pero lo que en un principio pareció ser un cambio de aires en Marruecos ha terminado siendo una ilusión.

1. Ausencia de prensa libre

Las críticas o cualquier tipo de oposición al Rey Mohamed VI o a la Casa Real están perseguidas y penadas. No se trata de una represión que se ejerce de forma directa. Muchos de los periodistas o activistas que han hablado en contra de la Corona han sido encarcelados alegando otro tipo de delitos, en su mayoría, relacionados con agresiones sexuales.

Las «línea roja» marcada por las autoridades marroquíes es esencialmente las críticas al monarca o las instituciones públicas, ha subrayado Heba Morayef, directora regional de Amnistía Internacional para Oriente Medio y el Norte de África.

En esta misma línea se han pronunciado desde Reporteros Sin Fronteras, que denuncian que la libertad de prensa en Marruecos es más precaria ahora que en cualquier otro momento desde los tiempos más opresivos del Rey Hassán II.

Un claro ejemplo, entre muchos, es el del periodista Taoufik Bouachrine, que actualmente cumple una condena de 15 años por cargos de tráfico de personas, abuso de poder con fines sexuales, violación e intento de violación. Él siempre ha negado estas acusaciones, que su defensa calificó como otro intento de presionar a su periódico.

El periodista ya fue judicialmente procesado en 2009 por una caricatura que se consideró una falta de respeto a la Familia Real y a la bandera marroquí; en 2015 por un artículo que dañaba «la reputación de Marruecos»; y en 2018 por «difamar» a dos ministros.

2. El Rey ostenta plenos poderes

Marruecos es, según su Carta Magna, una Monarquía parlamentaria, pero, como explica a El Debate Aquilino Cayuela, analista de Política Internacional, el régimen de Mohamed VI, a pesar de que reformó la Constitución en 2011 para aportar una imagen aperturista, que vendió como «un pacto histórico entre el Trono y el pueblo, no ha dejado nunca de ser un régimen autoritario». De hecho, esa misma Constitución contribuye a que el monarca alauí mantenga «la preeminencia como fuente de todos los poderes» en Marruecos.

Alonso Marcos incide, además, de que en los últimos años ha entrado en escena un «grupo de amigos» del Rey a los que se les ha acusado de «distraerle de sus funciones». Un Rey ausente que gobierna el país, en su mayor parte, desde las mansiones que posee en París o en Gabón.

3. Libertad de culto, no de conciencia

Cristianos, musulmanes, judíos u otras religiones son libres de practicar su fe en Marruecos, pero no se les permite hacer proselitismo. La libertad de culto está garantizada, pero no la de conciencia. Un musulmán será así hasta su muerte, y no se le permite convertirse a otra religión.

El Rey Mohammed VI es, además, «Comandante de todos los Creyentes», algo muy importante tratándose de un Estado musulmán, como explica Cayuela. Un honor que se otorga al monarca alauí en el artículo 41 de la Carta Magna y, señala el experto, «erige a Mohamed VI como líder religioso».

4. «Árbitro supremo»

Cayuela además explica que Mohamed VI actúa como el «árbitro supremo» que vela por la preservación de la democracia y esta atribución le permite intervenir, con escasos límites, en la política de Marruecos.

Así las cosas, afirma el analista, la política llevada a cabo por el monarca alauí y su entorno ha alejado conscientemente los peligros políticos –oposición–, y es la monarquía y sus hombres cercanos quienes dominan el país sin compartirlo.

En este sentido se pronuncia también Alonso Marcos que agrega que «a pesar de que la Constitución diga que hay oposición, y existan diferentes partidos políticos, no se les deja actuar libremente. Hay una serie de controles que se sienten en el día a día».

5. La monarquía controla los recursos

Mohammed VI cuenta con acciones o participaciones en la mayoría de las empresas que explotan los recursos naturales del país. Valiéndose de su posición de poder y su gran fortuna, controla gran parte del entramado económico del país norteafricano.

Entre estas compañías destacan LafargeHolcim Maroc, la mayor cementera del mundo, con la que está asociado el grupo empresarial del monarca, la compañía Sonasid (Sociedad Nacional de Siderurgia), líder en el mercado del acero en Marruecos o la OCP, la gran empresa estatal marroquí de fosfatos.

Con todo, la afirmación de que Marruecos es una monarquía absolutista, en opinión de Antonio Alonso Marcos, «no sobra, porque efectivamente toda la vida política, económica y social pasa por la mano del Rey o la Familia Real». «Marruecos no es una monarquía absolutista del s.XVIII, pero sí del s. XXI», concluye el profesor adjunto del CEU.

Siguiendo esta línea, Aquilino Cayuela afirma que Marruecos ha demostrado durante décadas su capacidad de estabilidad política a costa de un gobierno autoritario que acosa y reprime a sus oponentes dentro del país y que espía, en el exterior, a sus vecinos para lograr sus planes, tal ha sido el caso con Sánchez y con Macron.

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