La «gran coalición» entre grandes partidos, el sistema alemán para sortear el bloqueo
Cristianodemócratas y socialdemócratas han suscrito pactos de legislatura en cuatro ocasiones para evitar la entrada de extremistas el Gobierno
La trágica experiencia del nazismo, culminada por la demoledora derrota en la Segunda Guerra Mundial, vacunó a Alemania, prácticamente de forma irreversible, contra cualquier aventura que pudiera desembocar en la desestabilización institucional del país. Principalmente contra los compromisos con formaciones extremistas. Esta premisa de «cordón sanitario» implica que los dos principales partidos, la Unión Cristianodemócrata (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD) se muestren capaces de superar sus diferencias programáticas e ideológicas para garantizar el buen funcionamiento de las instituciones y la estabilidad general del país.
Ambas formaciones plasman su pragmatismo mediante la constitución de una «gran coalición» cuando la fragmentación del panorama político no permite otras coaliciones, o bien, cuando los dos partidos principales comparten más puntos en común ideológicos que con partidos más pequeños. Unos requisitos que han concurrido en tres ocasiones desde 1949, fecha de fundación de la República Federal.
La primera fue en 1966, con motivo del abandono de la coalición de centro derecha –con sesgo ideológico, a diferencia de una «gran coalición»– por parte del Partido Liberal (FDP, en sus siglas alemanas), en desacuerdo con la subida de impuestos decidida por el canciller Ludwig Erhard, primer sucesor de Konrad Adenauer, para encarar la primera recesión de una Alemania, entonces únicamente «Occidental», que empezaba a despuntar como primera potencia económica de Europa.
Para suplir la defección de los liberales, la CDU inició conversaciones con el SPD de cara a una gobernanza conjunta del país hasta la celebración de los siguientes comicios, previstos para 1969. Una disolución anticipada no era conveniente para la joven República Federal, que no estaba del todo consolidada. Los socialdemócratas aceptaron el envite, pero pusieron como condición –que fue satisfecha– la salida de Erhard de la Cancillería: el 1 de diciembre de 1966 tomó posesión, bajo la batuta de Kurt-Georg Kiesinger, un antiguo tecnócrata del nazismo reciclado en la CDU. La operación resultó políticamente provechosa para el SPD de Willy Brandt, que ganó nítidamente las elecciones de 1969, tras haber sabido aprovechar el desgaste de la CDU, en el poder desde 1949.
Hubo que esperar a 2005 para que se repitiera la experiencia. Tras el resultado poco concluyente de las elecciones federales –la CDU las ganó, pero bajó tres puntos porcentuales pese a encontrarse en la oposición desde 1998–, ninguna de las coaliciones tradicionales se mostraba capaz de formar un Gobierno mayoritario. Hubiera sido posible una coalición de centroizquierda más amplia, formada por el SPD, los Verdes y el Partido del Socialismo Democrático (PDS), heredero del antiguo partido único de Alemania del Este; una compañía que rechazaban los socialdemócratas.
En consecuencia, sus dirigentes aceptaron regir los destinos del país ya reunificado con la líder de la CDU, Angela Merkel, como canciller y un reparto estrictamente equitativo de las carteras ministeriales. Esta vez, la beneficiaria fue la CDU, que pudo prescindir de otra «gran coalición» tras su nítida victoria en 2009.
En cambio, tras las elecciones de 2013, Merkel se vio obligada a repetir la fórmula de 2005: sus tradicionales aliados liberales habían desaparecido del Bundestag. Por eso se formó la tercera «gran coalición» entre la CDU y el SPD. Este último apoyó la política de austeridad de Merkel, pero asestó un hábil golpe simbólico a los cristianodemócratas al aliarse con el resto de los partidos de izquierda –que conformaban la oposición parlamentaria– para impulsar, pocas semanas antes del final de la legislatura, la legalización del matrimonio homosexual. Así pudieron presentarse ante sus votantes exhibiendo un logro «progresista». Más después de los comicios, se vieron obligados a renovar el acuerdo con Merkel: por primera vez hubo «gran coalición» en dos legislaturas consecutivas. El sectarismo y la agudización del enfrentamiento entre bandos ideológicos no forman parte del tablero político alemán. Sobre todo cuando está en juego la estabilidad del país.