La Nueva Izquierda: la vía rápida al desencanto
Con pasmosa rapidez, los gobiernos de la Nueva Izquierda se han vuelto disfuncionales: representan el mejor ejemplo de lo que ocurre cuando se antepone el voluntarismo a los hechos
La Nueva Izquierda está en problemas en América del Sur.
Después de aterrizar con ilusión en el poder, enfrenta obstáculos que ponen en riesgo la posibilidad de proyectarse más allá de un ciclo electoral.
Lo que hasta hace solo unos meses pareció un sueño para el progresismo radical ahora se ha tornado una pesadilla de la que los gobiernos y sus liderazgos no consiguen despertar.
Arropados por el descontento con la política tradicional, su papel en protestas antisistema que en algún momento pusieron en jaque a los poderes establecidos, una retórica rebelde y promesas neopopulistas, personajes como el peruano Pedro Castillo, el chileno Gabriel Boric y el colombiano Gustavo Petro ganaron elecciones y encarnaron las postergadas utopías de la izquierda dura de la región, aquella que denunció la «traición neoliberal» de sus antecesores socialdemócratas.
Ola de optimismo
Quizás quien mejor simbolizó la voluntad reivindicatoria de la Nueva Izquierda fue Boric.
Tras ganar la presidencia en diciembre de 2021, parafraseó al máximo símbolo histórico de la izquierda chilena, el mandatario socialista Salvador Allende, para insuflar nueva vida a la utopía inconclusa: «Estamos de nuevo construyendo las grandes alamedas por donde pasarán el hombre y la mujer libres para construir una sociedad mejor».
El exguerrillero Petro, por su parte, entusiasmó a sus seguidores al afirmar que su victoria le daba a Colombia una «segunda oportunidad» y que había llegado «la hora del cambio».
Una ola de optimismo inspiraba a los nuevos liderazgos. Boric es el presidente más joven de la historia de Chile, Petro es el primero de izquierda y Castillo, como dijo él mismo, fue «el único presidente campesino» de Perú.
Castillo, Petro y Boric fueron mucho mejores opositores que presidentes
Con carisma y un discurso moralizante, prometieron el canon completo de la utopía progresista: «acabar con la hipocresía» (Petro); ser «la tumba del neoliberalismo» (Boric); refundar el país a través de una nueva Constitución (Castillo y Boric); «romper con las ataduras del colonialismo» (Castillo); instalar un modelo «social, político y económico sostenible» (Petro); acabar con la desigualdad y redistribuir la riqueza (los tres); «gobernar para y con las mujeres» (Petro); «recuperar la soberanía sobre los recursos naturales» (Castillo); ser «el gobierno del pueblo» y «terminar con la exclusión» de las «disidencias» y «diversidades sexuales» (Boric); otorgar más espacio y atribuciones a los indígenas (Boric y Castillo).
Rápidamente, sin embargo, la dura realidad comenzó a erosionar el sueño y a dejar sentado que Castillo, Petro y Boric fueron mucho mejores opositores que presidentes, como quedó de manifiesto el jueves, cuando este último se unió, megáfono en mano, a un grupo que protestaba contra su propio gobierno por falta de vivienda.
Inexpertos, los nuevos presidentes pronto se dieron cuenta de que, como reconoció Boric, «otra cosa es con guitarra».
El jefe de Estado chileno carece de experiencia administrativa previa, pues pasó de las protestas estudiantiles en 2011 al Congreso en 2014 y, de ahí, a La Moneda (sede del Ejecutivo) en 2022.
Algo parecido ocurría con Castillo, quien saltó desde la huelga del gremio docente en 2017 a la escena nacional, y en 2021 fue designado candidato por el partido marxista Perú Libre cuando Vladimir Cerrón, el líder de la colectividad, se vio imposibilitado de competir a raíz de una condena por corrupción.
Petro tenía mayor experiencia, pero su aventura como alcalde de Bogotá (2012-2015) incluyó un escándalo que lo llevó a ser destituido.
Solo un controvertido fallo favorable de la progresista Corte Interamericana de Derechos Humanos permitió que volviera al cargo y se transformara en la carta electoral de la izquierda radical colombiana.
Autogoles
Pronto los autogoles comenzaron a sucederse. No solo no conseguían cumplir sus promesas, sino que los nuevos gobiernos se especializaban en cometer errores no forzados.
Las descoordinaciones, los excesos retóricos, la ausencia de realismo, la improvisación, el desconocimiento de las formas y protocolos mínimos de la gestión gubernamental y la inflación de expectativas se combinaron para convertir el sueño en pesadilla. Cada día era peor que el anterior.
Castillo se vio forzado a rediseñar su gabinete de ministros en repetidas ocasiones.
Lo mismo les sucedió a Petro y Boric. El presidente chileno lo apostó todo a una Convención Constitucional que propuso al país un borrador afiebrado, rechazado por mayoría aplastante.
A seis meses de «habitar» (como le gusta decir) la presidencia, se quedó sin hoja de ruta y con el electorado en contra.
Peor le fue a Castillo: enfrentado en una lucha a muerte con el Congreso de mayoría opositora, pateó el tablero y en diciembre ensayó un autogolpe tan inepto como su administración. Fue depuesto por el Legislativo y arrestado por su propia guardia.
Los mandatarios de la Nueva Izquierda perdieron la ventaja moral que cuidadosamente habían construido
Petro, por su parte, rompió su alianza con los sectores moderados y llamó a defender sus reformas en la calle, ya que la vía institucional lucía bloqueada sin remedio.
Los problemas no se detuvieron ahí. Los mandatarios de la Nueva Izquierda perdieron la ventaja moral que cuidadosamente habían construido a través de un discurso que denunciaba la corrupción e inefectividad de las viejas formas de hacer política.
Antes de ser destituido, Castillo enfrentó acusaciones por haber solicitado sobornos (las investigaciones continúan hasta hoy).
El presidente colombiano ha sido afectado por un escándalo político-pasional tras la confesión de su excuñada en contra de su hijo acerca de que la campaña que puso a Petro en el cargo recibió aportes irregulares de individuos vinculados al hampa.
El gobierno de Boric está en medio de una serie de denuncias que aún no concluye en torno al millonario financiamiento irregular que el gobierno prestó a varias ONGs vinculadas a la izquierda.
Las revelaciones apuntan a transformar el Caso Fundaciones en el peor episodio conocido de corrupción de la historia de Chile.
Lo que a la antigua política le costó décadas, la Nueva Izquierda lo ha conseguido en un año o incluso menos: verse involucrada en faltas a la probidad que han destruido su reputación y el discurso de superioridad moral que levantaron para distanciarse de sus predecesores.
El resultado de la insensatez
El resultado de tanta insensatez es el esperable. La Nueva Izquierda está pagando el costo de sus impropiedades.
Castillo está fuera del poder. Boric se ha convertido en el presidente del 30 %, el nivel de apoyo que alcanza en las encuestas y el que tuvo su coalición en el plebiscito constitucional de septiembre de 2022 y las elecciones para un nuevo consejo constitucional en mayo (donde la oposición de derecha arrasó).
Tal como sucedió antes con Castillo, Boric y Petro han dilapidado su capital político, quizás para siempre
Petro es respaldado por apenas el 33 % de los colombianos, mientras que 61 % rechaza su gestión.
Tal como sucedió antes con Castillo, Boric y Petro han dilapidado su capital político, quizás para siempre.
En tiempo récord, han pasado de inspiradores a enervadores de la opinión pública.
Los votantes no les creen, porque no han sido capaces de cumplir casi nada de lo que prometieron y sus administraciones no mejoran la calidad de vida de la gente.
Su desempeño confirma lo que escribió Joseph de Maistre hace más de dos siglos: el peor enemigo de la revolución no son los reaccionarios, sino los desaciertos de sus propios impulsores. Porque hasta ahora el registro de la
Nueva Izquierda es decepcionante. Su verbosidad ha devenido en verborrea. Un mero exceso retórico que no encuentra correlato en acciones concretas y se pierde en gestos vagos.
Con Castillo perdido, solo quedan Boric y Petro. El primero se aferra por unos meses al simbolismo de la conmemoración del golpe de Estado que derrocó a Allende hace 50 años, mientras el segundo trata de impulsar un acuerdo de paz que todavía es una hipótesis.
Otros liderazgos neopopulistas de izquierda, como el de Luis Arce en Bolivia y el kirchnerismo en Argentina, también atraviesan por horas difíciles: el primero ha visto caer su popularidad a 37 % debido al mal rendimiento de la economía y casos de corrupción, mientras que el segundo enfrenta un panorama electoral desfavorable tras las primarias de este domingo y las previsiones para las presidenciales de octubre, con una inflación superior al 100 % anual.
La triunfante marea izquierdista que se abatió sobre América del Sur hace unos años no ha logrado consolidarse.
Castillo ya fracasó; se hundió por su incapacidad y su intento golpista.
Petro, por su parte, lucha por la supervivencia política en medio del fuego amigo provocado por el estallido sentimental de su exnuera despechada, al tiempo que no consigue encontrar la fórmula que rescate una gestión a la deriva.
Con pasmosa rapidez, los gobiernos de la Nueva Izquierda se han vuelto disfuncionales: representan el mejor ejemplo de lo que ocurre cuando se antepone el voluntarismo a los hechos.
Los seres humanos, sin embargo, no viven solo de deseos, sino también de realidades concretas. Como dijo alguna vez Boric, «nos juzgarán por nuestras obras, no por nuestras palabras».
Si Petro y el presidente chileno no hallan una salida expedita para el laberinto en el que se han metido, el veredicto será implacable y comprometerá el futuro de la izquierda radical en sus países y quizás el continente entero.
- Juan Ignacio Brito es periodista, investigador del Centro Signos y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes en Santiago de Chile