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Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Civilización contra barbarie: lo que está en juego en la guerra de Gaza

Hamás es una organización creada para la guerra y que solo puede languidecer cuando la paz, por baja que sea su calidad real se abre camino

Actualizada 04:30

Los palestinos caminan por un barrio devastado en la Frontera de Gaza

Los palestinos caminan por un barrio devastado en la Frontera de GazaAFP

Vaya por delante que no vivimos en un mundo de buenos y malos. El conflicto entre los palestinos e Israel viene de largo y, en su origen, ambos bandos recurrieron al terrorismo para conseguir sus fines políticos. Mirando hacia atrás, tanto unos como otros tienen suficientes motivos de agravio para justificar el odio que, explotado por líderes sin escrúpulos, renace de sus cenizas para provocar nuevas guerras y así dejar nuevas brasas para futuros conflictos. Por desgracia, en ambos bandos parecen faltar líderes capaces de mirar hacia delante.

Dejando los análisis políticos para otras plumas –Florentino Portero ya cubre esta línea en El Debate– y poniendo el foco en los aspectos militares, la nueva guerra de Gaza no es excepcional. Un país de corte occidental, con un ejército moderno y eficaz pero hasta cierto punto maniatado por las convenciones de Ginebra, tiene que enfrentarse a una sociedad que cobija en su seno un ejército terrorista. Y no necesariamente a disgusto. Hay que recordar que Hamás ganó las elecciones en Gaza predicando el exterminio del Estado de Israel.

¿Otra vez un conflicto de buenos y malos? No. Pero sí de civilización contra barbarie. Mientras Israel avisa con armas inertes cada vez que va a bombardear un edificio, Hamás asesina en directo, deliberadamente y sin posibilidad de error en la identificación, a niños, mujeres y ancianos. Mientras Israel juzga a sus detenidos, Hamás asesina a sus rehenes o los usa de escudos humanos. Mientras Israel, que podría arrasar la Franja de Gaza, no quiere; Hamás, que afortunadamente no puede destruir Israel, no dudaría en hacerlo.

Objetivos de Hamás

Poniendo las cosas en perspectiva, lo cierto es que la conmoción que se creó en Oriente Medio tras la retirada británica de Palestina se ha ido debilitando con el tiempo. Ha sido un proceso muy lento pero, poco a poco, el mundo árabe ha ido aceptando la existencia del Estado de Israel y resignándose a cuestionar solo las fronteras definitivas, trazadas a sangre y fuego en la Guerra de los Seis Días.

Son muchos los palestinos que piensan que este proceso de acercamiento se hace a sus expensas, sin resolver las dos grandes cuestiones pendientes entre su pueblo e Israel: Jerusalén Este y los asentamientos ilegales de colonos en Cisjordania. El descontento hace surgir a grupos como Hamás, nacido en la primera Intifada y que, al final de la segunda, a votos y a tiros, había desplazado a la Autoridad Nacional Palestina del poder en la Franja de Gaza.

¿Cómo interpretar lo ocurrido? A pesar del descontento palestino, el péndulo de la historia ha ido poco a poco reduciendo las oscilaciones políticas en Oriente Medio. Y, antes de que llegase a pararse –los Acuerdos de Abraham han dado la señal de alerta– Hamás, de la mano de Irán, ha querido darle un nuevo empujón.

¿Qué pretende conseguir Hamás asesinando a centenares de israelíes, civiles en su mayoría? Casi todos los analistas aceptan como objetivo estratégico del ataque del pasado sábado el hacer descarrilar el delicado proceso de establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia Saudí.

Buena parte de lo que está en juego es la supervivencia política del propio Hamás

Sin embargo, las guerras siempre obedecen a propósitos más oscuros. En este caso, buena parte de lo que está en juego es la supervivencia política del propio Hamás, una organización creada para la guerra y que solo puede languidecer cuando la paz, por baja que sea su calidad real –nadie desea una paz construida con muros– se abre camino.

Sorpresa táctica y estratégica

Los medios se han precipitado a analizar el sorprendente fallo de inteligencia que hizo posible la sorpresa estratégica, un innegable logro de Hamás. Aunque sea prematuro, ya se ha apuntado a diversas causas para explicarlo: la delicada situación política de Israel, con la sociedad desunida en torno a las iniciativas políticas de Netanyahu y los servicios de inteligencia quizá volcados hacia dentro; la percepción de que la situación política mejoraba en la Franja de Gaza mientras las tensiones crecían en Cisjordania y Jerusalén; o la excesiva confianza en los medios electrónicos de espionaje, burlados por Hamás por el sencillo método de retroceder unas décadas en sus procedimientos de coordinación.

Como ha ocurrido en otras ocasiones –desde el Yom Kippur hasta el 11 de septiembre en los EE.UU.– el tiempo probablemente demostrará que los indicios estaban ahí, pero se pasaron por alto por prejuicios sobre la amenaza, por miedo a las falsas alarmas o por dudas sobre la fiabilidad de las fuentes. Sin embargo, en esta ocasión, no solo han fallado los servicios de inteligencia. También lo han hecho las fuerzas armadas, confiadas en métodos electrónicos de vigilancia que no han estado a la altura de la amenaza.

Respuesta israelí

La respuesta israelí, impulsada por la presión social que Hamás ha conseguido exacerbar con vídeos capaces de provocar horror y odio, estirará al máximo los límites permitidos por las leyes del conflicto armado. Pero no cabe esperar que los vulnere, no al menos de forma permanente o que se le pueda atribuir a su gobierno.

Entre las medidas militares que puede tomar Israel, las fáciles –el bloqueo de Gaza y los bombardeos aéreos sobre objetivos de Hamás–, no serán suficientes en este caso. Para empezar, el bloqueo no puede hacerse extensivo a los alimentos, agua y medicinas que los ciudadanos de Gaza necesitan para sobrevivir porque lo prohíben las convenciones de Ginebra. Pronto veremos cómo se alivia para proteger a la población, y no hará daño alguno a quienes tienen el poder en la Franja.

Los bombardeos aéreos, además de poner en riesgo la vida del centenar largo de rehenes usados por Hamás con toda desfachatez como escudos humanos –y aún más allá, amenazando con su asesinato como represalia– tampoco dañarán demasiado a Hamás, que se beneficia del preaviso que Israel da a los civiles que viven en los edificios que va a destruir.

Es muy probable que Israel tenga que recurrir al final a entrar en Gaza, en una campaña terrestre que será larga, difícil y cruenta por ambos lados y que pondrá en riesgo la suerte de los rehenes y de la población civil de la Franja. Cabe recordar al respecto la fracasada campaña israelí en el Líbano en 2006. Hezbolá había secuestrado dos soldados israelíes y los esfuerzos por recuperarlos fueron inútiles –los terroristas devolvieron sus cuerpos años más tarde– y costaron a Israel más de 100 soldados muertos y 20 carros de combate.

Un capítulo más de un libro que se cierra

En definitiva, el ataque terrorista del pasado sábado, de naturaleza repetitiva pero de dimensiones excepcionales, proporcionará réditos a corto plazo para Hamás, para Irán… y probablemente, mal que le pese a los palestinos de buena fe, para Netanyahu, cuyos problemas con la corrupción y la justicia han desaparecido como por encantamiento.

Lo ocurrido, además, va a desenmascarar a muchos. No a Irán, cuya postura era bien conocida. Pero sí a Rusia, que ha apostado claramente por el bando iraní, lo que puede perjudicarle si Netanyahu decide apoyar a Ucrania. En Europa –y en España también– la extrema izquierda se ha alineado con Hamás, pasando por alto sus crímenes. Para algunos, parece que no hay causa que justifique el terrorismo… si no es, claro, por una buena causa.

Al final, los crímenes de Hamás frenarán la historia, pero no la pararán. La civilización triunfará sobre la barbarie. Volverá Arabia Saudí a negociar el reconocimiento de Israel y, entonces, quienes quieran ver lo ocurrido de una manera objetiva reconocerán que los millares de muertos, israelíes y palestinos, no han servido para nada más que para darle un poco de aire a un grupo terrorista que, más que defender a su pueblo, se alimenta de su sufrimiento.

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