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Juan Rodríguez Garat

Ucrania: horizontes nublados

Tras casi dos años de duros combates, no hay el menor atisbo de luz al final del túnel

Un soldado junto a las tumbas de soldados ucranianos muertos en la invasión rusaYuriy Dyachyshyn / AFP

Si estuviera en mi mano la redacción del cuaderno de bitácora de la guerra, tendría que comenzar reconociendo que no se presentan de buen cariz las próximas singladuras de la invadida Ucrania.

En el frente, la contraofensiva de los últimos meses no ha alcanzado ninguno de sus objetivos operacionales. Después de los desastres que sufrió hace un año, el Ejército ruso se ha ido recomponiendo poco a poco y, en estas condiciones, la doctrina militar nos dice que no es posible romper las fortificadas líneas enemigas. No, al menos, sin el apoyo aéreo del que Ucrania carece.

Desde el final del verano, vuelve a ser Rusia la que tiene la iniciativa. La llegada del frío volverá a traer a las primeras planas los bombardeos de las ciudades ucranianas, tan criminales como estériles. Y, un año después, ni siquiera traerán al pueblo ruso la esperanza de que sea el frío quien derrote a Zelenski.

Como ocurrió hace un año en Bajmut, las fuerzas rusas avanzan poco a poco en algunos puntos del frente, particularmente en torno a la destruida ciudad de Avdivka. Pero este año lo hacen sin la carne de cañón que aportaba la compañía Wagner y sin la esperanza razonable de alcanzar un resultado decisivo. La abundante sangre derramada en esta ofensiva obedece, más que ninguna otra cosa, a la presión política de lograr algún éxito parcial que permita a Putin sacar pecho antes de las elecciones del próximo marzo. Más de lo mismo.

En el ámbito doméstico, Zelenski, presionado por sus aliados para que respete el pluralismo político a pesar de la guerra, empieza a escuchar algunas voces críticas. No hay que magnificar las discrepancias –no se trata de la rebelión de Prigozhin– pero sí sirven como un termómetro que da fe de que la sociedad ucraniana no está satisfecha con la marcha de una guerra que parece interminable. Tras casi dos años de duros combates, no hay el menor atisbo de luz al final del túnel.

Con todo, el problema que más preocupa a Zelenski estos días está en Washington, donde la perversa aritmética electoral –los ciudadanos españoles saben bien cuántas fechorías se cometen en su nombre– da a un puñado de congresistas del ala derecha del Partido Republicano la posibilidad de vetar la aprobación de los fondos que la Casa Blanca necesita para apoyar a Ucrania.

Conviene recordar al lector que no es la ayuda a Ucrania per se lo que está en juego, sino el peaje que la Casa Blanca y la mayoría demócrata en el Senado tienen que pagar por la aprobación de las leyes que la regulen. Hoy ese peaje está en la política de inmigración. Mañana, ¿quién sabe?

El presidente Biden quiere facilitar el trámite uniendo en el mismo paquete la ayuda a Ucrania y a Israel, esta última mejor valorada por los republicanos. Pero, mientras lo consigue –a la larga, estoy convencido de que lo hará, aunque seguramente con concesiones razonables en la cuantía y en los mecanismos de control de los fondos– es prudente valorar las consecuencias que tendría sobre el terreno el que los EE.UU., que aportan la mitad de las armas que Ucrania necesita para defenderse de la agresión rusa, dejaran de hacerlo.

Equilibrio en el frente

Hace ya más de un año que la situación en el frente se presenta equilibrada. Ambos bandos parecen impotentes para ganar la guerra, aunque por razones bien diferentes. En Rusia, donde Putin ha juzgado necesario relevar en cuatro ocasiones al comandante de las operaciones, el chivo expiatorio –aunque el Kremlin no lo reconozca explícitamente– parece encontrarse en la inteligencia previa, culpable del equivocado planeamiento de la campaña. Este error inicial ha desnudado las carencias de un ejército heterogéneo, mal preparado y que tenía sus pies de barro en la logística y la doctrina.

Aparentemente, dos años de guerra han servido a Rusia para resolver algunos de sus problemas. Sobre todo, el de la falta de efectivos para cubrir la totalidad del frente. Por eso, ya no cabe esperar avances ucranianos como los del otoño del año pasado. Pero una cosa es la defensa y otra el ataque, y aún quedan dos factores que, si no se resuelven, seguirán lastrando las ofensivas del Kremlin. El primero es el fracaso de sus fuerzas aéreas, incapaces de dar a sus unidades mecanizadas el apoyo que necesitarían para romper el frente. Avanzar sin este apoyo es, como ambos bandos han tenido ocasión de comprobar, un suicidio.

El segundo problema es el de personal. El pueblo ruso no se alista voluntariamente y Putin no se decide a movilizar más reservistas –ni siquiera para relevar a los 300.000 que llevan un año combatiendo– por el coste político que podría tener. Eso deja la defensa de la Patria en manos de mercenarios, convictos –un filón que no durará para siempre– e inmigrantes. No son los mejores mimbres para construir un buen cesto. Y tampoco son suficientes para que en ese cesto quepa una nación como Ucrania.

Por la parte ucraniana, Zelenski suele culpar de sus fracasos tácticos a la insuficiencia de la ayuda exterior. No le falta razón, pero eso supone apenas rozar la superficie del problema. Como recientemente ha reconocido el propio Zaluzhny, jefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas ucranianas, tampoco Kiev ha sido capaz de conseguir la movilización efectiva de su sociedad, sin la cual es difícil hacer frente al creciente número de efectivos que Rusia despliega en Ucrania.

¿Rompería el equilibrio la desaparición de la ayuda americana? En primer lugar, hay que señalar que lo que está en juego es la aprobación de los recursos presupuestarios, que corresponde al Congreso, y no un embargo de armas a Ucrania que nadie se plantea. Quedaría en principio abierta la posibilidad de que Kiev adquiera en los EE.UU. el material crítico que no pueda obtener de otros proveedores. No alcanzarían los recursos de Ucrania –ni los que la UE pone a disposición de Kiev– para comprar los carísimos misiles Patriot ni para nuevos carros de combate, pero probablemente sí para comprar parte de la munición de artillería que Europa no consigue producir en cantidades suficientes.

No alcanzarían los recursos de Ucrania –ni los que la UE pone a disposición de Kiev– para comprar los carísimos misiles Patriot

No es, pues, previsible que se desmorone el frente ucraniano, pero sí que desaparecería el sueño de que el F-16 –entendido como plataforma para el lanzamiento de armas sofisticadas que alguien debe donar– supusiera una baza decisiva en 2024. Sin el apoyo de los EE.UU., Ucrania podría seguir resistiendo indefinidamente, al menos mientras Rusia no sea capaz de corregir sus propios problemas operativos y de personal. Pero tendría que renunciar a las operaciones ofensivas, las únicas que, hipotéticamente, podrían poner fin a la guerra en términos favorables a Kiev.

Sin el apoyo de los EE.UU., Ucrania podría seguir resistiendo indefinidamente

Zelenski se vería forzado a ceder la iniciativa, construir –como ha hecho Rusia– fortificaciones en sus propias trincheras y contentarse con la estabilización de la línea del frente como mal menor.

La situación en la retaguardia

Nunca es mal momento para recordar que, con o sin ayuda americana, la guerra de Ucrania va a ser muy larga. Sin apoyo aéreo no cabe esperar éxitos de las fuerzas mecanizadas. Y sin la capacidad de estas unidades para romper el frente, solo la carrera entre los drones y la guerra electrónica da interés táctico a una contienda de naturaleza anticuada. Las operaciones militares se seguirán moviendo en una dinámica parecida a la de la Primera Guerra Mundial. Las defensas prevalecerán sobre el ataque y, ante las desorbitadas exigencias de una interminable guerra de trincheras, el final de la contienda dependerá de qué sociedad aguante más los sacrificios de la guerra.

El final de la contienda dependerá de qué sociedad aguante más los sacrificios de la guerra

Por desgracia, la posible interrupción de la ayuda americana jugaría también un importante papel en la retaguardia de ambos bandos. Tendría, desde luego, un efecto en la moral. La inacción del Congreso supondría –supone ya– un espaldarazo para Putin, cuya única esperanza de victoria está puesta en el fin de la ayuda exterior a Ucrania.

Para Zelenski, por el contrario, sería un golpe muy duro de encajar. Y no solo en el terreno de la política. Las armas de los EE.UU. encarecen el precio de la guerra para Rusia, que pierde centenares de hombres cada día. Cuando se acaben los convictos –no puede haber tantos malvados en Rusia– ese tributo de sangre lo tendrá que pagar la sociedad rusa, que es la única que puede poner fin a las hostilidades. Si el tributo se hace más pequeño, la guerra no se acabará, como promete Putin a los pocos que todavía quieren creerle. Muy al contrario, tendrá más posibilidades de eternizarse.