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Silvia Mercado
Silvia Mercado

Lo que se vio y lo que no en la toma de posesión de Milei en Argentina

El nuevo presidente realizó el clásico recorrido en un descapotable Mercedes Benz en lugar del Cadillac que había comprado Juan Domingo Perón ya que no estaba en condiciones de salir del Museo

Actualizada 11:23

El presidente Javier Milei, Cristina Fernández de Kirchner (Iz) y Victoria Villarruel (D)

El presidente Javier Milei, Cristina Fernández de Kirchner (Iz) y Victoria Villarruel (D)Alejandro Pagni / AFP

«Dios acompañe a los argentinos. Será difícil pero lo vamos a lograr. Viva la libertad, carajo», fueron las palabras que usó Javier Milei en su primer discurso presidencial, después de recibir los atributos del mando. Lo hizo por cadena nacional, que arrancó con la locutora del gobierno kirchnerista saliente. Habló durante 33 minutos. Al finalizar, la voz de la locución era la de un hombre, formal pero muy alegre.

Milei arrancó diciendo que «hoy damos por terminada una larga y triste historia de decadencia. Los argentinos expresaron una voluntad de cambio que ya no tiene retorno. Hoy comienza una nueva era en la Argentina, una era de paz y prosperidad, una era de libertad y progreso» fueron las palabras que eligió Milei para iniciar su primer discurso como presidente de la Nación ante una plaza colmada por esperanzados votantes de La Libertad Avanza en unas elecciones que sorprendieron por su contundencia y tienen la esperanza de ver al país renacer de las cenizas después de gobernar «un modelo que ha fracasado». Lo comparó con el Muro de Berlín, un quiebre en la historia global que –ahora- se trasladó a la Argentina. «Libertad, libertad, libertad» fue lo que respondió la audiencia en la plaza.

Zelensky se movió desde la madrugada en un exigente operativo de seguridad como solo se vio en Argentina con las visitas de los presidentes norteamericanos

En el recinto de la Cámara de Diputados habían quedado los diputados, senadores, los invitados especiales y los representantes extranjeros, entre ellos, el Rey Felipe VI y Volodimir Zelensky, el presidente de Ucrania que se movió desde la madrugada en un exigente operativo de seguridad como solo se vio en Argentina con las visitas de presidentes norteamericanos.

Ante la ausencia de la mayoría de los líderes del Mercosur invitados especiales y personales de Milei como Bolsonaro y Santiago Abascal tuvieron un importante protagonismo.

Una escenografía para malas noticias

El nuevo mandatario argentino eligió una escenografía similar a la que usan los presidentes estadounidenses en los traspasos presidenciales. En lugar del Capitolio, las escalinatas del Congreso dieron un marco escenográfico casi perfecto, sino fuera por el sol de un mediodía de diciembre austral, que cayó sobre su discurso y las visitas extranjeras.

«No hay solución al ajuste», dijo y repitió ante la población que lo vitoreaba, una escena impensable en cualquier otra circunstancia. E insistió con que «los programas gradualistas fracasaron siempre, pero los programas de shock lograron pronto el objetivo». «Para hacer gradualismo, es necesario financiamiento. Y –lamentablemente, tengo que decírselos de nuevo- no hay plata», reconoció.

Lo insólito, de nuevo, es que la plaza volvió a cantar «Milei, querido, el pueblo está contigo». Más hablaba de ajuste, de estanflación, de shock, y más eufórica se expresaba la gente. «De otro modo, llegaríamos a la Venezuela de Chávez y Maduro». Silbidos y más silbidos. Para rematar: «habrá luz al final del camino».

Un nuevo contrato social

El presidente aprovechó para romper con buena parte del relato progresista o políticamente correcto. Elogió a Julio Argentino Roca, un prócer que gobernó entre 1898 y 1904 dando inicio a la Argentina moderna, que es duramente criticado por la izquierda. Felicitó a la policía por su tarea no reconocida, usualmente criticada por «represora» en las movilizaciones peronistas.

Promovió que la gente que lo escuchaba cantara «si se puede», como lo hacían los militantes de Mauricio Macri, denostado por el kirchnerismo. Además alcanzó los mayores picos de júbilo cuando dictaminó que «el que corta (las calles), no cobra» (los planes sociales) y el que «las hace, las paga», como decía su competidora en la carrera presidencial Patricia Bullrich en la campaña presidencial. Hoy, Bullrich es la nueva Ministra de Seguridad de su gobierno.

Finalmente explicitó lo que definió como «el nuevo contrato social», para lo cual apeló a una frase de Alberto Benegas Lynch: «El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, en un marco de respeto a la propiedad privada, los mercados libres y la libre competencia», tomando distancia de las críticas al matrimonio igualitario, por ejemplo, tampoco habló de derogar la legislación de Interrupción Voluntaria de Embarazo «IVE» ni se refirió a las políticas de género.

«Las ideas de la libertad son las que nos guiarán», aseguró Milei. Aunque se hizo notar que a Victoria Villarruel la llamó « vicepresidente» y no «vicepresidenta», como impuso Cristina Fernández de Kirchner. Claramente, no está a favor del lenguaje inclusivo.

El gesto vulgar de Cristina

Cristina entró a las 11.08 hora local al Palacio Legislativo por última vez como vicepresidente de Argentina. Lo hizo a paso fuerte, como decidida a pasar el último trago amargo de una derrota que no esperaba, por lo menos en las dimensiones en las que se dio, con una diferencia del 11 %. Pero hizo el típico gesto de «fuck you» al ingresar, una descortesía innecesaria frente a quien le ganó de buena ley y cumpliendo las reglas de la democracia.

El presidente saliente, Alberto Fernández, salió del departamento de Puerto Madero que le presta un amigo a las 11.24 hora argentina. No quiso hacer declaraciones, a pesar de que estuvo muy locuaz en sus últimos días al frente del Gobierno para disgusto de sus socios de coalición, que ya no quieren acordarse de su existencia.

El escribano casi se olvidó de pedirle la rúbrica y Alberto se quedó esperando para cumplir con esa formalidad

El rol que tuvo Fernández en la ceremonia provocó vergüenza ajena. Cristina lo llamó desde el micrófono para que entregue los atributos del mando y ahí apareció desde atrás de una cortina, con notable incomodidad. Como si fuera poco, después había que firmar el libro del traspaso. El escribano casi se olvidó de pedirle la rúbrica y Alberto se quedó esperando para cumplir con esa formalidad. Como no lo tenían en cuenta, miró fijo al escribano que le alcanzó el libro y siguió con el resto de sus tareas. Fernández se retiró por el cortinado y nada más se supo de él.

La centralidad del traspaso, claramente, estuvo en manos de Cristina, como si todos asumieran que el poder era de ella y fue su responsabilidad entregarlo

Mauricio Macri, el ex presidente que jugó fuerte a favor de Milei para la segunda vuelta con un fuerte aporte de la estructura política del PRO para la fiscalización y donantes para ayudar en los costos logísticos, llegó pasada las 11.30 de la mañana. Entró por la misma puerta que Cristina, en el Senado. Tenía muy buen humor. Lo sentaron en un lugar estratégico en el palco de invitados, bien cerca de donde estaría Milei. Luego de jurar el ya presidente le dirigió un saludo especial y le extendió una mano. El gobernador kirchnerista de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, buscó aprovechar el movimiento para saludarlo.

Milei hizo una mezcla de tradiciones

Ansioso, Milei salió a las 11.35 del Hotel Libertador, donde instaló su bunker, su oficina y su vivienda. Fue media hora antes de lo que marcaba el protocolo entregado a la prensa. Lo hizo acompañado por su hermana, Karina, quien oficiará de primera dama y futura secretaria general de la Presidencia cuando remueva un decreto de la era Macri, que impide que familiares directos e indirectos de los funcionarios ocupen cargos en el Gobierno nacional.

Cristina fue la encargada de recibir al presidente electo en la puerta del Congreso de la Nación, donde se realizó la ceremonia del traspaso presidencial que duró dos minutos porque Milei no quiso hablarle a la «casta» política sino al pueblo que lo votó, rompiendo con la larga tradición argentina.

Claro que no es el primero que rompe tradiciones en nuestro país. Los atributos del mando (bastón y banda presidenciales) solían entregarse en la Casa Rosada. Pero Néstor Kirchner eligió el Congreso y así fue en los dos gobiernos kirchneristas siguientes. Mauricio Macri quiso retomar las costumbres y hubo que hacer una tortuosa maniobra institucional para lograrlo, porque Cristina insistía con que tenía que ser en el Congreso.

Milei hizo una mezcla de tradiciones. Juró y recibió los atributos del mando en el Congreso y realizó el clásico recorrido por la avenida de Mayo a la Casa Rosada en un descapotable Mercedes Benz, ya que el Cadillac que había comprado Juan Domingo Perón no estaba en condiciones de salir del Museo del Bicentenario.

En el trayecto hacia la Rosada se bajó del auto para saludar a la gente y también se detuvo para acariciar y jugar con un perro, con quienes tiene un vínculo especial. Conan, su mastín muerto y los cuatro mastines que clonó de él y vivirán en la Residencia Presidencial de Olivos, siempre son una referencia para definir su personalidad.

Siempre acompañado por su hermana, que vestía un impecable mono de color natural, llegó a la Casa Rosada a las 13.23 hora local. Siete minutos antes de lo previsto. Además del Regimiento de Granaderos y las autores de Casa Militar, lo saludó especialmente el ex canciller Jorge Faurie, quien sería designado al frente de la embajada en Londres. Se cruzaron en un largo abrazo, que hace suponer que le hizo algún comentario acerca del tema Malvinas, un reclamo constitucional para los presidentes argentinos, que no fue mencionado en el primer discurso.

Posteriormente salió al balcón que mira a la Plaza de Mayo y se lo veía feliz, disfrutando esta, su primera jornada como presidente. Sabe que no será sencillo y que se enfrentará a innumerables desafíos para los que no está preparado. Confía en que las fuerzas del cielo lo ayudarán a sortear los graves problemas con que se enfrentará. Aún los argentinos que no lo votaron, los que lo aman y también los que le temen, quieren que la Argentina vuelva a «nacer» sea «grande nuevo».

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