Reino Unido
Los episodios de antisemitismo lastran a los laboristas británicos
La tardanza del partido en expulsar al candidato para quien Israel había permitido los ataques del 7 de octubre revienta una narrativa hasta ahora imparable de cara a las generales de este año
Todo iba sobre ruedas para el líder laborista, sir Keir Starmer: las encuestas, sin excepción, le vaticinaban una victoria arrolladora en unas elecciones generales que, en todo caso, habrán de celebrarse antes de que termine este año. El –lento, pero imparable– declive económico del Reino Unido a raíz del Brexit y las luchas intestinas que arrecian en el seno del Partido Conservador –cuatro primeros ministros en seis años– parecían suficientes para garantizar el regreso de un laborista al número 10 de Downing Street por la puerta grande 14 años después de la corta derrota de Gordon Brown frente a David Cameron.
Un guion que se antojaba impoluto hasta la primera semana de febrero y la torpeza exhibida por Starmer en su gestión del episodio de Rochdale, distrito electoral situado a las afueras de Manchester, en el que se celebrará una elección parcial para designar al sustituto del Member of Parliament sir Tony Lloyd, también laborista y fallecido el pasado enero, en la Cámara de los Comunes. El comité laborista local, como suele ser costumbre en el Reino Unido, había designado a Azhar Ali, militante de largo recorrido, para postular al escaño. Un mero trámite en un distrito en el que laboristas y liberales se vienen turnando desde hace siete décadas.
Mas a principios de la pasada semana, el tabloide conservador The Daily Mail publicó unas grabaciones en las que se oye a Ali decir que Israel había permitido los ataques del pasado 7 de octubre para así poder justificar su intervención en la Franja de Gaza. Unas declaraciones de índole «conspiranoica» y de tufillo antisemita. En un primer momento, Ali pidió sonoras disculpas por sus «comentarios desacertados». Starmer respiró aliviado. Sin embargo, al día siguiente The Daily Mail publicó el resto de las declaraciones de Ali, efectuadas en octubre –es decir, mucho antes de que se convocara la elección parcial–, de las que se desprende que van más allá de un comentario desafortunado.
La secuencia política y mediática no ha podido ser más devastadora para la principal formación de la oposición. La reacción de Starmer, expulsando a Ali del partido ha sido a destiempo. Y la retirada del apoyo laborista, vana y puede que contraproducente: Ali seguirá figurando en las papeletas como candidato laborista, porque el plazo para presentar candidaturas ya se había cerrado. En caso de ser elegido, no podrá formar parte de la bancada laborista en los Comunes, teniendo que sentarse en la bancada de los independientes.
Sea como fuere, la precampaña laborista ya está lastrada. Sobre todo, si se tiene en cuenta que el suplicio se ha prolongado con la expulsión del candidato ya designado para el distrito de Hyndburn –cerca de Liverpool– para las generales, Graham Jones, que sugirió «encerrar» a los ciudadanos con doble nacionalidad –británica e israelí– que estén sirviendo en las Fuerzas Armadas del Estado judío. Para Starmer, el doble episodio de Ali y Jonnes es un golpe fuerte a su línea de flotación: venció en la carrera por el liderazgo laborista en 2020 con la promesa de volver a centrar el discurso del partido tras el desastroso lustro de Jeremy Corbyn y sus soflamas radicales, que se saldaron con dos derrotas electorales consecutivas. Corby, entre otras lindezas, consideraba a Hamás como un «grupo amigo».
Más allá de los casos más recientes, se plantea un problema ideológico de fondo para la izquierda occidental. Como escribía esta semana en The Times el columnista Daniel Finkelstein, hay que empezar a explicar el problema por su raíz: la teoría leninista del imperialismo: «su opinión era que la supervivencia del capitalismo dependía de los beneficios de la aventura imperial. Si se acababa con esos beneficios, se podía acabar con el capitalismo». Por eso, «no importa si un grupo encarcela a opositores o viola a mujeres o arroja a homosexuales desde edificios. Mientras ayuden a derribar el capitalismo –lo cual, como antiimperialistas, hacen– son fuerzas liberadoras y sus otros defectos se disolverán una vez que el capitalismo se disuelva».