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AnálisisJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

La guerra de Ucrania la ganará el menos malo

La ayuda que hemos dado a Ucrania da para resistir, pero no para ganar la guerra

El presidente ucraniano Volodimir Zelenski no ha ido ajeno a los errores que han afectado a sus opciones de victoriaAFP

Cualquiera que se interese por la historia militar puede comprobar que las guerras no las gana el mejor, sino el menos malo.

En la Segunda Guerra Mundial, de largo la más sangrienta de la historia de la humanidad, la lista de errores que cometieron los aliados en los tres niveles en que se articulan las campañas militares –estratégico, operacional y táctico– es apabullante.

Pero aún fueron más graves los cometidos por Alemania y Japón. De ahí el resultado final, de todos conocido.

La invasión de Ucrania no podía ser una excepción. Salpicada de errores cometidos por los dos actores principales –Putin sobre todo, pero también Zelenski– y condicionada por las equivocaciones de los secundarios –EE.UU. y Europa– la campaña relámpago de los primeros días se ha convertido en una guerra larga, de desgaste, que al final ganará el menos malo.

Los errores de Putin

Largo hemos discutido los errores de Putin, un mal estratega al que Sun Tzu, el legendario autor de El Arte de la Guerra, habría desautorizado hace más de 2000 años. En el nivel táctico, y según nos recuerda Sun Tzu, «la peor táctica es atacar a una ciudad. Asediar, acorralar a una ciudad sólo se lleva a cabo como último recurso».

Los grandes generales casi siempre han preferido rodear las ciudades enemigas para mantener el ritmo de la ofensiva y evitar a sus fuerzas un desgaste innecesario. Pero la campaña rusa en Ucrania se escribe precisamente con nombres de ciudades: éxitos en Mariúpol, Severodonetsk, Bajmut o Avdiivka –no parece casual el orden descendiente de tamaño– y fracasos en Kiev, Járkov, Jersón o Mikolaiv.

En el nivel operacional, Putin parece haber olvidado que «el arte de la guerra se basa en el engaño». Desde la invasión inicial, que sorprendió a casi todos, ni uno solo de los movimientos del Ejército ruso ha cogido a su enemigo desprevenido.

El dictador ruso no ha jugado nunca la baza de la decepción, otro sabio consejo de Sun Tzu: «Si te sientes fuerte, finge ser débil». Ha renunciado a la sorpresa porque, como espía que fue, siempre ha antepuesto las necesidades de la campaña en el espacio de la información a las del teatro de operaciones, y no ha vacilado en pagar esta decisión con la sangre de miles de sus soldados.

Por último, en el nivel estratégico, Putin ha desoído el más conocido de los consejos del estratega chino: «Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no serás derrotado en mil batallas».

Después de dos años de guerra, solo los rusoplanistas más exaltados discuten ya que Putin se equivocó en ambas cosas: despreció la voluntad de resistencia del Ejército ucraniano y sobrevaloró las capacidades de las fuerzas armadas rusas.

A consecuencia de los errores del dictador, la guerra será larga. Y es ahí donde Putin pone sus esperanzas. Él no lo diría así, pero es en ese terreno donde cree firmemente que podría ser el menos malo.

Su industria, aún plagada de ineficiencias y corrupción, supera a la de Ucrania. Y, si exceptuamos la movilización de 300.000 reservistas que apagó los ánimos de millones de rusos, el dictador parece haber logrado que la guerra no le cree problemas internos que la apática sociedad rusa no pueda soportar.

¿Da ventaja a Rusia la prolongación de la guerra? Sun Tzu nos recuerda que «no hay ejemplo de una nación que se beneficie de una guerra prolongada». Rusia tampoco lo hará. Pero Putin sí.

La guerra le ha permitido encarcelar a quien ha querido y asesinar impunemente a quien se ha atrevido a desafiarle, borrando todo rastro de democracia en su país. Y a él, desde luego, le importa más su posición que la de Rusia.

Los errores de Zelenski

El líder ucraniano se ganó el aplauso del mundo por su resistencia de los primeros días. Pero también ha cometido importantes errores que han contribuido a provocar las dificultades que hoy atraviesan sus fuerzas armadas.

El primero de ellos fue el desoír las claras advertencias norteamericanas sobre la invasión. Sus fuerzas no estaban preparadas para la defensa, sobre todo en el sur de Ucrania, donde se perdió en pocos días un terreno que será muy difícil recuperar. Pero, reconozcámoslo, no fue el único que pensó que Putin no se atrevería a cruzar la frontera.

Más grave es el error que, si todavía viviera, le reprocharía el prusiano Clausewitz: el de no entender el tipo de guerra en que sus decisiones embarcaban a su nación.

Dos años después de la invasión, Ucrania todavía no ha declarado la guerra a Rusia. Y no se trata de un problema semántico, o una palabra prohibida como ocurre en Moscú. Amenazada la existencia de Ucrania como nación –algo que Putin ya no se molesta en negar– todavía no ha movilizado a su pueblo para defenderse del invasor.

Como Putin, Zelenski despreció a su enemigo tras el pobre rendimiento de sus tropas en los primeros meses de la guerra. Creyó que bastaría con la superioridad tecnológica que le daba el armamento occidental. Se equivocó, sobre todo, al juzgar a Putin, que gobierna Rusia con mano de hierro y no tiene intención de dar su brazo a torcer.

Cuánto más tarde enmiende estos errores, cuánto más tarde apriete el acelerador, más caro le saldrá al pueblo ucraniano repetir ese épico «ustedes se cansarán primero» con el que Ho-Chi-Minh retó al pueblo norteamericano.

Los errores de Occidente

Para juzgar en qué se ha equivocado Occidente es preciso saber cuál es nuestro objetivo. El de Putin está claro: la conquista de Ucrania y, si eso no es posible, por lo menos la del Donbás.

El de Zelenski, también: expulsar a Rusia de su territorio. Pero ¿qué es lo que quiere Occidente? ¿Cuál es la situación final deseada?

Parece que, puestos a soñar, querríamos una Ucrania independiente y una Rusia próspera y en paz, olvidadas las ambiciones imperiales de Putin y dispuesta a convivir con sus vecinos sin amenazarles con sus cañones. Pero ambas cosas son contradictorias.

La derrota en Ucrania arrastraría a Rusia –ya lo está haciendo– al lado oscuro de la humanidad, junto a Kim Jong-un y el Irán de los ayatolás.

Aparte de vergonzosas actuaciones personales como la del Speaker Johnson, que prefiere que caiga Ucrania a poner en riesgo su cargo, quizá el mayor error de Occidente en esta guerra haya sido –y siga siéndolo– el no saber elegir entre ambos objetivos.

La ayuda que hemos dado a Ucrania da para resistir, pero no para ganar la guerra. Y, de esta manera, sin darnos demasiada cuenta, no logramos una cosa ni otra: ni una Ucrania independiente ni una Rusia en paz.

Ojalá la historia nos lo perdone.