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AnálisisJulio Borges Junyent

Pedro Maduro y Nicolás Sánchez

No hay peor error que una sociedad pueda cometer que asumir la democracia como algo que llegó para quedarse. No hay peor error que considerar que las democracias no se suicidan

Pedro Sánchez y Nicolás Maduro

Para quienes padecemos la enfermedad desde hace años, veíamos con preocupación, en España, muchos de los síntomas del mismo padecimiento desde la época de Zapatero. Por supuesto, al sufrirlo como «mediador» en los intentos de negociación con la dictadura de Nicolás Maduro en República Dominicana entendí algo más complejo: Zapatero es síntoma y enfermedad de un entramado de intereses, lobby y agenda de poder transnacional.

Luego, suceden eventos como Ábalos camino a Barajas, con Koldo conduciendo y Aldama de acompañante para recibir de manera ilegal a quien encarna la corrupción, el crimen organizado y la violación diaria de derechos humanos en Venezuela: la sancionada Delcy Rodríguez.

Hace horas, por un lado, un proceso de amnistía que no es amnistía, sino el borrar un delito para que quienes lo cometieron lo puedan volver hacer sin incomodarlos, golpea a todos en el rostro. Por otro lado, Nicolás Maduro anuncia de un día para otro que hará «elecciones» cuando le da la gana, sin garantías y con el candidato opositor que él elija.

Es un elenco de personajes: Delcy, Ábalos, Koldo, Maduro, Zapatero que tienen diferencias de grado, pero que son iguales en su ADN. Son personajes capaces de destruir las instituciones y la nación sin importar el precio que el pueblo, los derechos humanos o la economía deba pagar.

Tienen diferencias de grado, pero que son iguales en su ADN

Si Pedro Sánchez fuese venezolano y estuviera en los zapatos de Maduro, yo podría apostar que María Corina Machado estaría inhabilitada. Si Maduro fuera español y estuviera construyendo una coalición parlamentaria, también les daría amnistía a los delitos contra la constitución, en ese caso, hubiera sido Delcy la que hubiera conducido a Barajas a buscar a Ábalos y a Zapatero. Son los mismos y lo que es peor: son lo mismo.

Pero lo más indignante es que viven todo el día llenándose la boca de que su razón de ser son los pobres o los inmigrantes o los excluidos cuando en realidad toda la maquinaria esta diseñada para robar a los más pobres, dividir a las familias, mentir al pueblo con la única meta de mantenerse en el poder al precio que sea. El progresismo solo implica el progreso material y económico del elenco y sus familias.

Son ecologistas, socialistas, sindicalistas, progresistas, pobretólogos, igualistas, distributistas, pero eso sí, a la hora de sus negocios y beneficios cualquier dólar o euro los transforma en los capitalistas más salvajes para acceder a los lujos más obscenos a costa del hambre y la muerte de los ciudadanos.

El progresismo solo implica el progreso material y económico del elenco y sus familias

Un buen ejemplo de Pedro Maduro es el rescate a Plus Ultra a sabiendas de que es una aerolínea ligada a la corrupción de la dictadura, con una actividad intrascendente (155.000 pasajeros frente a los 29 millones de Iberia) y solo un avión propio.

¿Por qué? Detrás de Plus Ultra hay toda una conexión entre los dos Gobiernos y es Camilo Ibrahim, una persona muy cercana a Delcy Rodríguez e interlocutor con Zapatero, en representación de los empresarios del régimen, el hombre fuerte de la aerolínea y hombre de negocios ligado a los grupos árabes.

No hay peor error que una sociedad pueda cometer que asumir la democracia como algo que llegó para quedarse. No hay peor error que considerar que las democracias no se suicidan. Es todo lo contrario, la primera causa de muerte mundial de las democracias es el suicidio. Basta ver el caso de Venezuela.

La primera causa de muerte mundial de las democracias es el suicidio

La democracia es lo más complejo y desafiante de mantener. Requiere que cada uno de nosotros nos convirtamos en anticuerpos frente a tantas formas y disfraces que adquiere el totalitarismo: el relativismo, el todo da igual, el mentir, el deformar la historia, el hostigar al sector privado, el polarizar y sembrar miedo, el convertir a todos en amigos o enemigos, el colonizar la educación, el controlar a los medios, el debilitar a la sociedad civil y a la familia. La receta se aplica implacablemente todos los días en la mayor parte del mundo.

En 1787 se llevaba a cabo en la naciente Norteamérica la Convención Constitucional para decidir el sistema de gobierno que se iba a adoptar. Al salir, a Benjamin Franklin se le abalanza un grupo de gente ansiosa y una señora le grita «¿Qué seremos, una monarquía, una dictadura, un parlamentarismo…???» Franklin la detuvo en seco y le dijo: «Una democracia querida dama, si usted es capaz de mantenerla».

De eso se trata, nadie es la democracia, sino que misteriosamente todos somos la democracia y nos toca, nos guste o no, el reto de mantenerla todos los días, y combatir, cueste lo que cueste, a los Pedro Maduro y a los Nicolás Sánchez.

Junto con la democracia están amenazados los más grandes valores de occidente: la dignidad humana, la libertad, la conciencia y la verdad y su defensa está en manos de todos.