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AnálisisJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Terrorismo y desinformación

No ha sido Putin, sino la prensa rusa la que trata de encajar, aunque sea a martillazos, el relato que debe unir al ISIS, a Ucrania y a los EE.UU.

Uno de los terroristas de Moscú, trasladado al Comité de InvestigaciónAFP

No hay ninguna causa que justifique el terrorismo, y esta condena no puede ir seguida del típico «pero…» que algunos desaprensivos suelen utilizar para mostrar comprensión con los atentados que les convienen. Lo ocurrido estos días en Moscú es tan execrable como el ataque a las torres gemelas en los EE.UU., las bombas en los trenes de Atocha, o la masacre del Festival Nova en Israel.

Casi tan vil como el propio terrorismo es aprovecharlo en beneficio propio. En España sabemos algo de eso. Siempre hubo quien encontró la mejor manera de sacar ventaja a los crímenes de otros. Como solía decirse cuando era ETA la que mataba, unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces.

En Rusia, por supuesto, ocurre lo mismo. Los atentados del ISIS-K obedecen a su propia dinámica interna. En Moscú, como en Kermán, Kabul y donde sea posible –desde luego también valdría España– el Estado Islámico busca derramar sangre de infieles para alcanzar un objetivo estratégico que parece irracional, pero no lo es desde su perspectiva: el liderazgo del yihadismo. Sus verdaderos enemigos no son los rusos a los que asesina, sino los talibanes y Al Qaeda, que le disputan el poder.

Con las matanzas, lo que el ISIS-K busca son nuevas vocaciones que fortalezcan a una organización que ha recibido muchos golpes desde la retirada occidental de Afganistán. Sin embargo, el dictador ruso, en su comparecencia pública para explicar a su pueblo lo que había ocurrido, olvidó mencionar la reivindicación del ISIS-K. No le parecería importante.

Los esbirros de Putin se han apresurado a apuntar a los Estados Unidos como posible inductor del atentado. ¿Cuáles son los indicios? Los servicios de inteligencia de este país habían alertado al Kremlin y a la opinión pública de los planes del ISIS.

Los rusoplanistas, ese híbrido de bot y humano que agita las redes sociales en Occidente, verán en ello una prueba incontestable de la culpabilidad de la CIA. ¿No está en el modus operandi de los grupos terroristas avisar por adelantado cuando van a cometer un atentado? Ah, ¿no? Vale, pero ¡a quién le importa!

A quien sí ha mencionado personalmente Putin es a Ucrania, y eso no es de extrañar. De todo lo que ha venido ocurriendo en Rusia en los últimos años, el dictador ruso ha culpado a Kiev, a Washington y a Navalni. A los tres a la vez, además, lo cual a menudo me ha hecho preguntarme cómo cree Putin que se las arregla la CIA lejos de Ucrania.

Solo su asesinato libra al líder opositor de cualquier sospecha en este caso, pero Kiev debe sentarse en el banquillo junto al aliado que le azuza en beneficio propio pero que, últimamente –y esa es una contradicción en la que los rusoplanistas no entrarán hasta que el Kremlin les indique como abordarla– le niega las armas que necesita.

No ha sido Putin –quizá le de vergüenza pillarse los dedos– sino la prensa rusa la que trata de encajar, aunque sea a martillazos, el relato que debe unir al ISIS, a Ucrania y a los EE.UU.

Resulta que la CIA, que podría haber identificado en la organización terrorista a las personas que podrían llevar a cabo un atentado así, se los habría «alquilado» –al menos así traduce Google las palabras de Izvestia– a los nazis ucranianos. Todo muy sólido, como puede verse.

Para intentar convencernos de que la acusación de Moscú tiene fundamento, bots y rusoplanistas –muchos de estos últimos partidarios de teorías conspiratorias que acusaron a Washington de cerrar los ojos a los preparativos del 11 de septiembre para justificar su «guerra contra el terror» – nos preguntarán a quién beneficia el atentado.

De todos es sabido que, mientras los soldados caídos en el campo de batalla terminan agotando a los pueblos, los muertos en atentados terroristas los llenan de ira y sed de venganza. Y ¿quién sale ganando de la ira del pueblo ruso? ¿Ucrania? Ah, ¿no? Vale, pero ¡a quién le importa!

Tanta tontería no es tan inocente como parece. «Difama, que algo queda», decimos los españoles con mucha razón. Putin sabe que, acusando a Ucrania, siembra la duda en los primeros momentos tras el atentado, los únicos que importan.

Putin, que no es inmune al efecto que él tanto utiliza, ha sido acusado de estar detrás de la cadena de atentados que le sirvió para justificar la segunda guerra chechena. Personalmente, no he visto prueba alguna.

Tampoco creo que el Kremlin esté detrás de esta masacre ni que la haya permitido voluntariamente. Ni siquiera le viene bien. A cualquier líder democrático le costaría el puesto el haber rechazado públicamente como chantaje y provocación occidental el aviso de un posible atentado que, solo unos días después, dejó más de 130 muertos en Moscú. El dictador no permitirá que eso se diga en público, pero no podrá evitar que muchos lo piensen.

Sin embargo, sacudido el árbol, Putin está dispuesto a recoger las nueces. Y, para eso, ha sacado sus bots a la calle. Estemos prevenidos.