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Juan Rodríguez Garat

El cese de Shoigu y la estrategia militar y política de Putin

El presidente ruso por fin debe haberse dado cuenta de las posibilidades de sus fuerzas armadas

Vladimir Putin y el ahora exministro de Defensa de Rusia Sergei ShoiguNatalia Kolesnikova / AFP

Después de más de dos años de guerra sin que parezca vislumbrarse un posible final, Putin ha decidido cesar a quien fue su ministro de defensa durante los últimos doce años: Sergey Shoigu. Le sustituirá Andrey Belousov, anterior responsable del desarrollo económico.

En muchos medios occidentales se ha atribuido el cese al estancamiento de la guerra. Creo que es un análisis equivocado. Los errores de la campaña ya los pagaron los tres generales que fueron cesados en el mando de la «operación especial» en el primer año de combates: Aleksandr Dvórnikov, el carnicero de Siria, como le llamaban «cariñosamente» sus compatriotas; Gennady Zhidko, que pasó sin pena ni gloria; y quien fue posiblemente el mejor de los tres, Sergey Surovikin, que pagó con su destitución el precio de la primera decisión militar correcta tomada por Putin: la retirada de la margen occidental del Dniéper.

Más recientemente, también fue cesado el almirante Nikolái Yevménov, jefe de la Marina de Guerra rusa, por los repetidos errores cometidos por la flota del mar Negro. ¿Cuántas veces, por cierto, habré de repetir que la Armada es la nuestra, y que muchos marinos españoles compraron con su sangre el derecho a que se nos reconozca con ese nombre?

No le tiembla el pulso a Putin a la hora de cesar a sus jefes militares, y no seré yo quien le critique por ello. Pero el hombre por fin debe haberse dado cuenta de las posibilidades de sus fuerzas armadas. Desde hace más de un año, el ejército ruso ya defiende bien. Es verdad que no está acertado en el ataque, pero les pasa lo mismo a muchos equipos de fútbol. Solo el amor a los colores disculpa el error de quienes esperaban que jugara como el Real Madrid un equipo en el que todavía desempeñan un importante papel los militares de reemplazo; y en el que la calidad es la que puede comprar un presupuesto de defensa que solo a partir de la invasión ha conseguido superar el listón del 10 % del norteamericano.

El porqué del cese

Peskov, el portavoz de Putin, asegura que las razones de la destitución de Shoigu –o su dimisión, según he podido leer en Izvestia– son de naturaleza económica. Hace falta sangre nueva para liderar el esfuerzo colosal que se va a hacer en los próximos años. Cito a la agencia TASS: «Ahora el presupuesto de defensa se aproxima al nivel de los años 80. No es crítico, pero si extremadamente importante».

Repetidas veces he recomendado a los lectores que no crean a Putin. El presunto criminal ruso –que seguirá siéndolo el resto de su vida, pero no porque no haya pruebas como sostienen los rusoplanistas, sino porque, como Hitler y Stalin, jamás será enjuiciado– ni siquiera reconoce haber mentido cuando negó que fuera a invadir Ucrania. Fue, al parecer, un cambio de idea.

¿Tiene sentido lo que dice Peskov? Quizá no sea toda la verdad, pero sí parece creíble. Putin necesita reactivar a su industria de defensa. Los enormes depósitos de munición heredados de la URSS deben estar ya casi vacíos. Los de Corea del Norte son mucho más pequeños. En los primeros meses de la guerra, Rusia llegó a consumir 60.000 disparos de 155 mm al día. Ahora tiene que limitarse a los que puede producir, probablemente no más de 10.000. Lo que Putin espera de Belousov es, sencillamente, que aumente esa cifra hasta donde sea posible.

Pero siempre he defendido que, en lugar de analizar lo qué el dictador dice u ordena decir –ya sea verdadero o falso– tenemos que tratar de entender por qué lo dice. No es propio de Putin admitir sin más que debe mejorar. Tardó muchos meses en dejar de asegurarnos que la «operación especial» iba según lo planeado. ¿Qué es lo que ahora nos quiere transmitir? La respuesta, en este caso, me parece obvia: que acepta el desafío de una guerra larga. ¿No dicen los líderes europeos que ellos no se van a cansar? Pues Putin, que sabe que ya no nos dan miedo sus amenazas más apocalípticas, nos acaba de prometer que él tampoco.

Una apuesta arriesgada

Camina Putin por senderos peligrosos. En la caída de la URSS jugaron un papel crítico los elevados presupuestos de defensa de los años 80 y la inacabable guerra de Afganistán. Aunque viva en una torre de marfil, no se le habrá escapado que lo que él espera es, cuando menos, difícil: que, repitiendo el mismo experimento, el resultado sea diferente. ¿Qué cartas espera jugar para conseguirlo?

Ya me gustaría a mí tener una respuesta para esa pregunta. Pero, a lo mejor, ni siquiera la tiene él. Puede que, a estas alturas, el juego que le importe empiece a ser otro. Putin ha cumplido ya 71 años. Se ha otorgado todavía seis más en la presidencia. Si no hay sorpresas, en el año 2030 la «operación especial» podría cumplir sus primeros ocho años, tantos como la falsa guerra civil que la precedió. El dictador no va a vivir eternamente y querrá dejarlo todo bien atado. Será interesante ver los pasos que da para asegurar la sucesión.

Por lo pronto, y para entender el que quizá sea el primero de esos pasos, habrá que esperar a ver qué pasa con Nikolái Pátrushev. Quien sonaba como posible delfín de Putin ha cedido a Shoigu su puesto de Secretario del Consejo de Seguridad de Rusia. ¿Cuál es su futuro? Cuando lo sepamos tendremos un dato más para entender los planes políticos de Putin. O quizá no porque, si ocurre en otros lugares, ¿por qué no puede él cambiar de opinión?