Macron se prepara para la «cohabitación» con Agrupación Nacional
En estas elecciones Macron se juega su legado, pero los franceses parecen haberse cansado del centrismo
Al albor de la debacle del oficialismo en las elecciones europeas, el presidente Emmanuel Macron disolvió la Asamblea Nacional, por lo que los franceses deberán volver a las urnas el 30 de junio y el 7 de julio para renovar el legislativo.
Desde el Elíseo ya se preparan para el escenario conocido como «cohabitación», esto es, la convivencia de un primer ministro y un presidente de la República de distinto signo político.
A menos que haya sorpresas, la derecha ganará las próximas elecciones legislativas. El reciente acuerdo entre Los Republicanos y Agrupación Nacional, la formación de Le Pen, para concurrir juntos a los comicios los acercaría a la mayoría absoluta de 289 escaños en la Asamblea Nacional.
En respuesta, los partidos de izquierda también han anunciado la formación de un nuevo Frente Popular, que estará conformado por el Partido Socialista, el ecologista EELV, el Partido Comunista, y el extremista Francia Insumisa.
Sin embargo, mucho tendrían que cambiar las cosas para que se impusiera la izquierda en estas elecciones: la Agrupación cotiza al alza y el Frente no logra pasar de su lado del muro. De consumarse esta victoria de los partidos de derecha, el escenario de cohabitación sería inevitable para Macron.
La Quinta República francesa es el paradigma del conocido como sistema «semipresidencial», término acuñado por Maurice Duverger para describir el sistema, hasta entonces inédito, que se implantó en Francia con la reforma constitucional de 1958.
En este sistema político, el presidente goza de más poderes que sus homólogos en un sistema parlamentario, pero menos que aquellos que gobiernan en un sistema presidencialista como el de EE.UU.
El presidente francés debe proponer un candidato a primer ministro, que se convertirá en el jefe del ejecutivo siempre y cuando la Asamblea Nacional le otorgue su confianza.
En el caso de que el partido del presidente cuente con una mayoría parlamentaria en la Asamblea, el sistema tiende más hacia el de un presidencialismo más tradicional, en el que el presidente marca la dirección de la política de su gobierno.
Por el contrario, cuando el presidente se ve forzado a proponer un candidato de otro signo político para que este pueda ser apoyado por la Asamblea Nacional, el poder ejecutivo recae de manera más clara en el primer ministro, mientras que las funciones del presidente se ven limitadas a aquellas que explícitamente le otorga la constitución.
De hecho, una de las principales razones de la reforma constitucional del año 2000, que acortó el mandato presidencial de siete a cinco años, fue el de evitar que se produjera esta situación.
En el más que probable escenario en el que Macron tenga que convivir con un primer ministro de Agrupación Nacional, el presidente vería muy limitado su ámbito de maniobra.
Seguiría presidiendo el Consejo de ministros, pero ya no marcaría la agenda como lo ha venido haciendo estos últimos años.
Además, existe la idea errónea de que el Presidente de la República tiene un «dominio reservado» en el ámbito de la defensa y las relaciones internacionales.
La Constitución francesa de hecho dicta que el gobierno «tiene a su disposición la administración y las fuerzas armadas» y «el primer ministro es responsable de la defensa nacional», según los artículos 20 y 21.
Por otra parte, el texto hace del jefe del Estado el «garante de la independencia nacional y de la integridad del territorio nacional» (artículo 5), «el jefe de las fuerzas armadas» y quien «preside los consejos y comités superiores de defensa nacional» (artículo 15).
Sin embargo, el presidente conserva la prerrogativa de sancionar leyes, lo que podría suponer un estorbo para el ejecutivo.
En Francia, los decretos y ordenanzas emitidos por el Consejo de Ministros no requieren de la aprobación de la Asamblea Nacional, pero sí de la del presidente, que puede negarse a sancionarlas.
Esto ya ha ocurrido en otras épocas de cohabitación. Por ejemplo, en 1986 François Mitterrand se negó a firmar las ordenanzas de desnacionalización que presentó el gobierno de Jaques Chirac.
Ante la negativa del presidente, el primer ministro se vería obligado a transformar el proyecto en uno de ley para su aprobación por la Asamblea Nacional, a cuya tramitación el presidente no podría oponerse.
Finalmente, el presidente también ostenta el poder de disolver la Asamblea Nacional, como acaba de hacer Macron.
No obstante, restando apenas tres años de mandato presidencial, es poco probable que el presidente vuelva a disolver la Asamblea para tratar de obtener una nueva mayoría legislativa antes de que abandone el Elíseo.
En estas elecciones Macron se juega su legado, pero los franceses parecen haberse cansado del centrismo. On verra.