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04 de julio de 2024

Crónicas elecciones británicasRobert Goodwin

Cómo entender el 4J británico

Los sondeos demuestran que los británicos no están nada enamorados de los laboristas, pero incluso así parece que van a rechazar a los tories de manera contundente

Actualizada 04:30

El primer ministro y líder del Partido Conservador, Rishi Sunak, y el líder laborista Keir Starmer, durante el debate

El primer ministro y líder del Partido Conservador, Rishi Sunak, y el líder laborista Keir Starmer, durante el debateEFE

El 4 de julio—decía Rishi Sunak. ¡Alucinábamos! El líder del Partido Conservador, formación que solía fanfarronear diciendo que era «el natural partido de Gobierno,» acababa de salir del Número 10 en plena diluvia londinense a informar a los británicos que habría generales en aquella magnifica fecha en que los «yanquis» celebran haber derrotado a los tories y, en consecuencia, haber conseguido su histórica independencia del imperio del loco rey Jorge III, con ayuda clave, pero poco reconocida, de la España de Carlos III (y Francia).

¿Lo habrá infectado el ‘sanchazo’—con perdón—tan exitoso del verano pasado en España? De hecho, los tories acababan de padecer unas municipales catastróficas y desde luego ya sabemos a ciencia cierta que tales jugadas políticas arriesgadas se están poniendo de moda en Europa si Macron se apunta a la tómbola (al ser arrasado en las europeas). Las encuestas indicaban que los conservadores ya estaban rebañando las últimas migajas electorales.

Los sondeos demuestran que los británicos no están nada enamorados de los laboristas, pero incluso así parece que van a rechazar a los tories de manera contundente. Y con motivo, señores, con mucho motivo. Después de trece años de Gobierno conservador los británicos pagamos los impuestos más elevados en la historia del país. Boris Johnson promovió una política bajo el lema de nivelación —leveling up—, que sería más apropiada en un laborista, o en propio Sánchez. Es decir, subió los impuestos para complacer al electorado del denominado «muro rojo» una serie de zonas electorales en urbes post-industriales tradicionalmente laboristas, pero que votaron al Brexit y a Johnson. Cultivaban tan novedoso terreno ajeno en vez de conservar (como se espera de un conservador, ¿verdad?) a la campiña tradicional y apoyar a los agricultores, que son el tradicionalmente el corazón del partido.

Nuestros brillantes novo-tories han optado por una política de facilitar la importación de los alimentos tan apetecibles como los notorios pollos lavados con cloro y la ternera hormonada, o algo así, para convertir a nuestro precioso campo en un especie de jardín enorme para del deleite de los que viven en las ciudades. Eso cuando no están pensando en convertirlo un macro suburbio de chalets adosados.

Robert Goodwin, durante su entrevista en El Debate

Robert Goodwin, durante una entrevista en El DebateDaniel Vara

La mayoría de la gente de negocios, otro sector del electorado tradicionalmente fiel a los tories, se opuso al Brexit, pero por lo menos los promotores de la salida de la Unión Europea (UE) nos vendían una tierra prometida con poco reglamento y unos tratados comerciales ventajosos con EE.UU. y la UE. La realidad es que el nivel de inversiones directas del exterior ha subido como «un globo de plomo» -para emplear una vieja expresión llena de ironía londinense-, en concreto ha bajado como un ángel caído: de 350 mil millones de dólares anuales en 2016 a 50 mil. Muchos negocios pequeños no crecen, o están cerrando sus puertas, porque está el país entero está falto de mano de obra.

Los acuerdos fructíferos con los americanos y los europeos siguen siendo cuentos de hadas, aunque los artistas del Brexit firmaron algo con Australia, con sus 30 millones de personas y un producto bruto per cápita de 1,7 mil millones de dólares (frente a los 450 millones de ciudadanos europeos y con su PPC de 20 mil millones). Y no se debería de pasar por alto aquella primera ministra fugaz, de unos muy bíblicos 40 días, de cuyo nombre solo los periodistas se pueden acordar.

Si no fuera todo eso suficiente, para colmo, en plena faena de campaña electoral, mientras el rey Carlos III ofreció un precioso discurso durante las grandes celebraciones del Día D-en qué alabó los sacrificios de franceses, americanos, británicos, y de los súbditos de su abuelo en las colonias (sin olvidar los rusos) durante la invasión aliada que puso fin a los nazis-, resulta que Sunak, en vez de estar al lado de Biden y Macron (faltaba Putin por supuesto), decidió volver a Londres a que le entrevistaron en la tele sobre su campaña electoral.

Pero para los tories todo es aún peor. ¿Lo podéis creer, amigos míos? Permitidme un poco de historia:

Desde mucho antes del Brexit, cuentan los clásicos de los clubs conservadores de pueblo, los tories de toda la vida, los que conocían a sus esposas en el baile de primavera, se casaban en las pequeñas parroquias y celebraban las bodas en una discreta carpa erguida en el potrero del vecino donde sus hijas aprenderían montar a caballo... esos seres intemporales cuentan que una especie de tory nuevo empezaba a aparecer en los clubs y los pubs donde solían reunirse. Comentan que son distintos en su forma de ser. En voz baja notan que todos han comprado el Barbour nuevo del trinque, ni uno solo abrigado con una prenda heredada. (los Barbour se compran cuando el antiguo llega a tal condición que se tiene que jubilar). Apenas se escuchan al preguntar suspirando si se vestirán color marrón en la ciudad. Hablan del balompié... Sería demasiado cursi criticar abiertamente a esta gente por su clase social, pero todos entienden lo que quieren decir con tanta murmuración.

Al principio, en época de Margaret Thatcher, era una gotera de gente que había aprovechado su nuevo derecho de comprar sus casas y pisos de propiedad municipal (la gran política conservadora de leveling up de los años ochenta). Pero muchos británicos de ese tipo luego se pasaron a UKIP, el Partido de Independencia del Reino unido, encabezado por Nigel Farage, «el arquitecto de Brexit.» A instigación de Farage, muchos de ellos se hicieron socios del Partido Conservador en cuanto que habían conseguido el voto a favor del Leave, porque Farage quería que restaran control al partido gobernante para forzar un Brexit duro. Fueron ellos quienes impusieron a Johnson para hacerlo.

Bueno, os agradezco la paciencia amigos lectores españoles... Y al grano: últimamente ha vuelto Nigel Farage tras una larga estancia en EE.UU. -nada más triunfar el Brexit se fue pitando a hacerse amigo de Donald Trump- para encabezar su nuevo partido, Reform. Nada más ausentarse Rishi Sunak de la ceremonia de D-Day, Farage ha comentado que el primer ministro no comprende nuestra cultura. Tenía razón. Y aún más extraordinario resulta que nadie de su círculo de confianza evitase el fallo, pues el D-Day es como un artículo de fe en el Reino Unido. Desde luego el comentario es de gusto repugnante por su inevitable interpretación racista, dado que Sunak es de ascendencia india y está casado con una india riquísima. Pero Farage entendía perfectamente lo que hacía, porque ha visto de cerca como en EE.UU. ese tipo de observación resuena con el prototipo de anglosajón de Trump para rechazar a los hispanos.

Frente a la avalancha del nuevo tipo de tory, que para los de siempre resultaba demasiado bullicioso y grosero, los antiguos cedieron terreno a los nuevos. Y ahora si un elevado número de esos nuevos votan a Farage y Reform, ¿quién votará a los tories? Pues según una encuesta del Financial Times, que ha sembrado tanto pánico entre los conservadores que Sunak ha acudido al deshonrado Boris Johnson para intentar salvar el partido, solo un 18 % del electorado votará al Partido Conservador.

El análisis por circunscripciones electorales implica que los tories pueden acabar con menos de 100 escaños, y una interpretación bastante optimista incluso sitúa al pequeño partido Liberal en segundo lugar. En resumen: érase una vez el partido natural de Gobierno…

*El doctor Robert Goodwin es historiador y escritor y un gran amigo de España

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