Donald Trump ¿Qué política exterior nos espera?
El hecho de que el gobierno español se alinee con los terroristas palestinos es el resultado directo del incompetente liderazgo de Joe Biden
¿En qué se diferenciaría la política exterior de una nueva administración Trump del caos absoluto que estamos presenciando bajo el mandato de Joe Biden? Eso es lo que mis amigos en el extranjero -también en España- no dejan de preguntarme. Una respuesta simple es que se diferenciaría en «todas las formas imaginables», pero seguramente querrán algo un poco más preciso.
Así que, en vez de la respuesta simple, empezaré con un ejemplo del gobierno de Pedro Sánchez.
A finales del mes pasado, el gobierno de Sánchez, junto con Irlanda y Noruega, decidió reconocer diplomáticamente a un país que no existe: «Palestina». Luego, agravando aún más este error, su vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, repitió la desacertada frase de que «Palestina será libre desde el río hasta el mar», pidió la ruptura de las relaciones diplomáticas de España con Israel y acusó al Estado judío de una infinidad de crímenes, incluido el asesinato de niños.
Esto no dejó a Israel más opción que exigir a Sánchez que destituyera a Díaz. Sin embargo, en lugar de escuchar esta petición, España redobló la apuesta y pidió permiso al Tribunal Internacional de Justicia para unirse a Sudáfrica en su acusación de genocidio contra Israel. ¿Quiénes son los socios de España en esta iniciativa? La dictadura marxista de Nicaragua, Colombia, México y Libia.
Si Trump estuviera en la Casa Blanca, nada de esto habría ocurrido. Al igual que la invasión rusa de Ucrania, las atrocidades de Hamás instigadas por Irán el pasado 7 de octubre, los movimientos amenazadores de China contra Taiwán y el ruido de sables de Nicolás Maduro en Guyana, el hecho de que el gobierno español se alinee con los terroristas palestinos es el resultado directo del incompetente liderazgo de Joe Biden.
¿Cómo podemos saber que las cosas serían diferentes con Trump? Sencillamente porque ya fue presidente durante cuatro años y no ocurrió nada de todo esto entonces. Al contrario, el mundo estaba en un estado comparativo de estabilidad.
La razón es simple: la falta de capacidad de decisión y la evidente debilidad instalados en el Despacho Oval han provocado numerosos problemas. Diferentes líderes mundiales han calculado, y con razón, que pueden traspasar cualesquier línea roja con consecuencias casi nulas.
En el caso que comentábamos, Biden ha enviado mensajes ambivalentes al presidente Sánchez. Primero dice que apoya incondicionalmente a Israel y al momento siguiente está trabajando para socavar al primer ministro Netanyahu y regañándole por haber ido demasiado lejos. Una y otra vez, Biden ha debilitado al primer ministro israelí mientras éste está librando una guerra contra un enemigo implacable. A principios de junio, por ejemplo, declaró a la revista Time que Netanyahu estaba prolongando la guerra por razones políticas internas.
Lamentablemente, Biden estaba proyectando en Netanyahu sus propias tácticas. De hecho, la razón de su comportamiento esquizofrénico son sus cálculos electorales. Biden teme que si apoya con demasiada firmeza el derecho de Israel a existir podría perder el estado clave de Michigan.
Pero volvamos a la pregunta de «¿qué haría Trump?». Para empezar, no habría enviado mensajes contradictorios. Nadie le ha echado en cara nunca a Donald Trump el ser poco claro, y tanto amigos como enemigos sabrían perfectamente cuál sería la postura de su administración.
Esta claridad, por su parte, produce resultados. En una situación como la analizada, Trump habría hablado en público y en privado con Pedro Sánchez y le habría explicado que reconocer la entidad ficticia de «Palestina» es un premio por la matanza del 7 de octubre. Por el contrario, los estadounidenses no han oído absolutamente nada proveniente de la Casa Blanca de Biden. Por lo que sabemos, Biden parece estar encantado con Sánchez y Díaz.
Esto me duele profundamente por dos razones. Primero, porque conozco unos Estados Unidos capaces de liderar con confianza y justicia. Segundo, porque conozco una España diferente a esta de Sánchez y Díaz.
Sé que mi buen amigo Santiago Abascal, por ejemplo, haría justo lo contrario de lo que acaba de hacer La Moncloa. Y aunque sólo he visto una vez a Alberto Núñez Feijóo, me pareció un líder competente y sobrio, que reprochó con razón al Gobierno de Sánchez que fuera el último de la Unión Europea en condenar el atentado de Hamás del 7 de octubre contra Israel.
Me encantó su recordatorio a Sánchez de que el lugar de España está con las democracias del mundo, «defendiendo los valores occidentales frente a la barbarie». Este es el tipo de lenguaje que hablará una Casa Blanca con Trump.
Si España va a actuar de esta manera, una futura administración conservadora podría considerar trasladar las bases de Morón y Rota a otros países cercanos
Entre los aliados de Estados Unidos, España está considerada dentro de su círculo más cercano. Pero no está claro que eso pueda continuar así. Si España va a actuar de esta manera, una futura administración conservadora podría considerar trasladar las bases de Morón y Rota a otros países cercanos que puedan proporcionar a Estados Unidos y a la OTAN la proyección de poder que necesitamos, libre de los valores antisemitas que se exhiben en Madrid.
Como ya he dicho, yo conozco otra España. Pero muchos de los conservadores norteamericanos no. Sánchez y Díaz han hecho un daño real. Ese daño no es irreversible, pero los expertos estadounidenses en política exterior no están precisamente contentos en estos momentos. La supervivencia del Estado de Israel redunda en interés de Occidente, un interés que va más allá de la mezquina política electoral.
No se trata sólo de Israel
La política exterior del segundo mandato de Donald Trump perseguiría los intereses de Estados Unidos y sus aliados en todos los rincones del planeta. Eso significa Europa y Oriente Medio, por supuesto. Pero también significa Hispanoamérica, África y Asia, donde China está ahora enseñando los dientes a sus vecinos democráticos y pacíficos como Taiwán y Filipinas. En cada uno de estos ámbitos Trump demostraría ser más eficaz que Biden.
Por ejemplo, en lugar de dedicar incontables horas y recursos diplomáticos a intentar acosar a nuestros aliados para que acepten prácticas culturales y creencias que siguen siendo controvertidas en Estados Unidos, Trump se centraría en los resultados.
Es lo que sucede con las grotescas medidas que la Administración Biden denomina «cuidados de afirmación de género». En realidad, estos «cuidados» significan la mutilación de órganos perfectamente sanos de menores, o empujarlos a tomar hormonas y bloqueadores de la pubertad que los esterilizarán de por vida. Millones de estadounidenses consideran escandalosas estas prácticas, y nuestro gobierno -estoy seguro- dejará de imponerlas al resto del mundo a partir de enero de 2025 si gana Trump.
Lo mismo puede decirse de los esfuerzos por avivar las divisiones raciales en el extranjero. Biden y sus aliados han avivado esas tensiones raciales y ahora nuestras embajadas en Argentina y en otras partes de Hispanoamérica exportan ese enfoque subvencionando a oenegés que se dedican a promocionar esas mismas falsedades. Afortunadamente, esta estrategia ha resultado contraproducente. Un número récord de estadounidenses no blancos dicen a los encuestadores que tienen intención de votar a Trump.
Todo esto se puede englobar bajo la etiqueta de «imperialismo cultural». Todo esto acabará con Donald Trump. En su lugar, tratará a los amigos como amigos. Pero también tratará a los enemigos como enemigos.
Una Casa Blanca con Trump se opondrá a los enemigos del estilo de vida norteamericana a lo largo y ancho del mundo, pero especialmente en un lugar en el que España tiene un gran interés: Hispanoamérica.
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La Administración Biden, inexplicablemente, se ha mostrado encantada mientras los marxistas se hacían con el poder desde Brasilia hasta Bogotá y Santiago. Además, Biden ha reducido las sanciones contra La Habana y Caracas, donde los comunistas se aferran al poder y gobiernan sin el consentimiento de una población que sigue sufriendo.
Además, la Administración Biden ha hecho todo lo posible para que los mulás de Irán, el mayor Estado patrocinador del terror del mundo, dispusieran de más dinero. En septiembre de 2023, sólo un mes antes de las atrocidades del 7 de octubre, Biden formalizó un acuerdo para descongelar 6.000 millones de dólares en activos iraníes. Unos meses antes, en mayo, un funcionario de la Administración Biden se había puesto en contacto con funcionarios iraníes en un intento de negociar un acuerdo secreto por el que Biden levantaría las sanciones sobre los fondos iraníes si Irán frenaba sus esfuerzos por conseguir armas nucleares. Más tarde ese mismo verano la administración Biden relajó las sanciones de la era Trump sobre las importaciones iraquíes a Irán, lo que permitió a Irak transferir 10.000 millones de dólares a Irán.
Podemos esperar un cambio de 180 grados en relación a esta locura. Trump fue muy duro con los déspotas de Teherán, La Habana y Caracas durante sus primeros cuatro años. Dudo que haya cambiado de opinión. Pero lo que sí sé es con quién es probable que se lleve bien: con los líderes que han demostrado que les gusta Estados Unidos. Eso significa líderes como Javier Milei, Jair Bolsonaro y José Antonio Kast en Hispanoamérica, y Georgia Meloni, Feijóo y Abascal en Europa.
Se dice que uno de los principales asesores de Biden sobre Hispanoamérica, Juan González, del Consejo de Seguridad Nacional, se jactó una vez de que Biden apoyaría a Lula da Silva en Brasil incluso si su victoria planteara problemas de política exterior para los Estados Unidos porque era un aliado ideológico de Biden y su entorno. Eso no volverá a ocurrir. Tanto Milei como Bolsonaro son verdaderamente favorables a los Estados Unidos. Y también comparten el claro enfoque de Trump de que «la nación es lo primero», al tiempo que atacan a las élites globalistas.
El enfoque de Trump sería lo que en la Fundación Heritage llamamos la «Tercera Vía». Trump no será un incompetente derrotista que anima a que se ataque a los Estados Unidos y luego, consecuentemente, es atacado. Pero tampoco será alguien que se enzarza en conflictos exteriores que se convierten en «guerras eternas».
La actual administración es un ejemplo perfecto del primer enfoque. Su humillante retirada de Afganistán envió una inequívoca señal a los enemigos de Estados Unidos de que podían actuar con total impunidad. La debilidad es provocadora y todas las cosas terribles que están ocurriendo ahora mismo en el mundo empezaron con nuestra humillante retirada de Afganistán.
Pero fue la administración republicana de George W. Bush la que proporciona un buen ejemplo de lo que ocurre con este enfoque. Sus esfuerzos de «construcción nacional» (nation-building) en Irak y Afganistán nos costaron mucha sangre, dinero y reputación. No se me ocurren dos países peores para ensayar el concepto de «construcción nacional» que Irak y Afganistán.
En su primer mandato, Trump demostró una capacidad única para la acción quirúrgica y decisiva. Pensemos en Qasem Soleimani, el comandante del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán. Era la mano derecha del ayatolá Jamenei, el líder supremo del régimen iraní. También había organizado atentados contra soldados estadounidenses que servían en el extranjero y era responsable de la muerte de muchos de ellos en Irak. El 3 de enero de 2020 un ataque estadounidense con drones alcanzó su convoy cuando se alejaba del aeropuerto de Bagdad y Soleimani dejó de existir, restableciéndose así el principio de disuasión.
O miremos a lo ocurrido con el ISIS. ¿Recuerdan el autodenominado califato islámico? Los medios de comunicación dejaron de escribir sobre este grupo adicto a la muerte después de que Trump lo desmembrara. Antes de eso, el ISIS sembró el terror en una zona muy extensa de Siria, decapitando y quemando vivas a personas y asesinando indiscriminadamente a cualquiera que discrepara de su visión del Islam.
En su apogeo en 2014, bajo la presidencia de Obama, controlaba 100.000 kilómetros cuadrados y a 12 millones de personas, era ligeramente más grande en superficie y población que Portugal. Los medios no se hicieron eco de ello, pero el 23 de marzo de 2019, bajo el liderazgo del presidente Trump, una coalición liderada por Estados Unidos liberó su último bastión en Baghuz, Siria. Y aún hay más. El 26 de octubre de ese año, las Fuerzas de Operaciones Especiales de los Estados Unidos acorralaron al fundador y líder de ISIS, Abu Bakr al-Baghdadi, en un oscuro túnel sin salida en el noroeste de Siria.
Cuando éste llegó al final del túnel, sabiendo que nuestros hombres le tenían rodeado y que no había salida, aquel cobarde hizo explotar su propio chaleco, matándose a sí mismo y a tres de sus hijos pequeños, que se llevó insensiblemente con él. «Llegué a verlo casi todo», declaró el presidente Trump a los periodistas esa noche, recordándoles que «hemos destruido su califato, al 100 %, en marzo de este año». Esto es un buen ejemplo del enfoque de Trump. Después de borrar el ISIS de la faz de la tierra no se dedicó a «construir ninguna nación».
En vez de eso, trabajó de forma constante con nuestros aliados para lograr un objetivo. España puede esperar que este estilo de liderazgo regrese si los estadounidenses votan a Trump en noviembre, como indican todas las encuestas.