¿Qué hay detrás de los ataques de Israel contra los Cascos Azules?
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no tiene derecho a exigir la retirada de Unifil porque moleste a sus operaciones bélicas
Cuando se cumple un mes desde el primer episodio del ataque israelí a la cúpula de Hezbolá –recordará el lector el sorprendente episodio de los buscas del grupo terrorista– el centro de gravedad del esfuerzo bélico de Tel Aviv se ha desplazado al Líbano. Ya son cuatro las divisiones del Ejército desplegadas en ese frente, más de las que están empeñadas en la franja de Gaza.
A pesar de las dimensiones del despliegue terrestre, el protagonismo de la campaña del Líbano sigue siendo, hoy por hoy, aéreo. Son los bombardeos, que tienen su cara más amarga en los numerosos muertos que provocan entre los civiles libaneses, los que están haciendo más daño a una milicia chií que, como era previsible, retrocede y no termina de dar la cara.
Sin embargo, la incursión terrestre –por el momento, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se atiene a lo anunciado sobre el carácter localizado y limitado de sus acciones– ha puesto a las fuerzas israelíes en contacto con Unifil. En las circunstancias que vive el sur del Líbano era difícil evitar que saltaran chispas, pero si hay algo en lo que la comunidad internacional está de acuerdo es en que Israel no ha hecho los esfuerzos necesarios para proteger a los Cascos Azules.
¿Qué se esconde tras los ataques a Unifil?
Admitamos que el sur del Líbano vive una guerra no declarada. Esa situación permite al Ejército israelí emplear la fuerza sobre cualquier objetivo legítimo –más allá de la autodefensa que se aplica en situaciones de paz– para alcanzar sus objetivos militares. Así pues, nadie cuestiona que las tropas israelíes puedan atacar a los milicianos de Hezbolá que no se hayan rendido y depuesto sus armas. Sin embargo, los portavoces de Unifil aseguran que se ha disparado sobre ellos deliberadamente. ¿Cómo explicarnos lo que ha ocurrido?
Los convenios de Ginebra exigen que, en zonas pobladas o en presencia de personas protegidas, se establezcan limitaciones al uso de la fuerza para evitar que los daños que hoy llamamos colaterales sean excesivos en relación con la ventaja militar obtenida. Así, la muerte de Hasan Nasralá con una veintena de mandos de Hezbolá y un general iraní en un ataque aéreo en los suburbios de Beirut puede estar justificada desde el punto de vista del Derecho Internacional Humanitario, pero Netanyahu no tiene derecho alguno a bombardear un edificio civil porque en él viva un miembro de la milicia chií. Y tampoco lo tiene a asaltar una posición de Unifil porque en las proximidades haya combatientes de Hezbolá.
Netanyahu no tiene derecho alguno a asaltar una posición de Unifil porque en las proximidades haya combatientes de Hezbolá
En la práctica, las limitaciones al uso de la fuerza suponen una importante decisión política que se materializa en unas reglas de enfrentamiento –en la OTAN reciben el nombre de ROE, por rules of engagement, término que se suele encontrar incompetentemente traducido al español como «reglas de compromiso»– que, entre otras cosas, indican al soldado de a pie cómo puede reaccionar en cada situación de combate.
Por desgracia, en las guerras que llamamos de baja intensidad –las libradas contra milicias en lugar de ejércitos regulares– se dan con frecuencia situaciones confusas. A la complejidad objetiva del escenario, casi siempre urbano, se añaden el odio –es difícil no sentirlo por el enemigo que te dispara– y el miedo. Para ilustrar lo que ese cóctel explosivo puede provocar no hay más que recordar la desgraciada muerte de tres rehenes israelíes que habían conseguido evadirse de sus captores cuando, con banderas blancas y con el torso desnudo para que se viera que no llevaban armas, trataban de regresar a sus propias líneas y fueron acribillados por sus compañeros. Un hecho así, obviamente, no estaba amparado por las ROE aprobadas por Tel Aviv.
Teniendo esto en cuenta, los ataques deliberados a Unifil pueden tener tres explicaciones. La primera, que Netanyahu haya dado la orden de disparar a los Cascos Azules, cabe descartarla por inconcebible. Incluso si fuera tan malvado como algunos quieren pintarlo, el primer ministro israelí no dejaría su huella en lo que sin duda constituiría un crimen de guerra.
La segunda explicación, que las tropas israelíes no hayan respetado las ROE de la operación, es posible pero no probable, sobre todo porque los ataques se repitieron varios días consecutivos. Bajo el estrés del combate se cometen errores –baste recordar el caso de los rehenes antes comentado– pero el retraso en tomar medidas correctivas dejaría en mal lugar a los militares israelíes que, independiente de la opinión que tenga cada uno sobre su causa, se han ganado el respeto de todos por su competencia profesional.
Queda por último una posibilidad intermedia. Quizá se hayan dado a las tropas israelíes unas reglas de enfrentamiento deliberadamente permisivas para que los errores que inevitablemente se produzcan contribuyan a convencer a la ONU de que retire a la Unifil de sus posiciones. No presumo de saber lo que piensa el primer ministro de Israel, pero me parece que, de las tres explicaciones, esta es con mucho la más probable.
La reacción de la ONU
Si así fuera, no parece que la estrategia de Netanyahu haya dado resultado. Vaya por delante que el primer ministro israelí no tiene derecho a exigir la retirada de la Unifil porque moleste a sus operaciones bélicas. Ese es precisamente su objetivo, como también el de dificultar las actividades de Hezbolá. Y, aunque cada uno se queje de lo que le conviene, ni unos ni otros tienen autoridad para expulsar a unas fuerzas que, aunque no puedan evitar los enfrentamientos directos, son hoy los mejores testigos de todo lo que ocurre y serán mañana una parte imprescindible de cualquier solución política al conflicto. Por ello, el Consejo de Seguridad de la ONU se ha mantenido firme ante las presiones de estos últimos días.
Las duras condenas de todos los países que aportan tropas a la operación, entre los cuales se cuentan Francia e Italia –España, por desgracia, ya no cuenta a los ojos de Tel Aviv, después de que se hayan roto todos los puentes entre ambos gobiernos– parecen haber surtido efecto. Por el momento –y esperamos que siga así– parece que Netanyahu entiende que tiene mucho que perder en el nivel político y poco que ganar en el nivel táctico si lleva más lejos sus acciones contra Unifil. Aunque sea cierto que algunos milicianos de Hezbolá aprovechen las instalaciones de Naciones Unidas para protegerse, eso no va a cambiar la suerte de la guerra tanto como lo haría el aislamiento político definitivo de Israel. Lo cierto es que en los últimos días no se han producido nuevos ataques, y eso sugiere que se han tomado las medidas oportunas para evitarlos.
Parece que Netanyahu entiende que tiene mucho que perder si lleva más lejos sus acciones contra Unifil
La pausa de estos días da pie a que nos preguntemos si la reapertura de las hostilidades en el Líbano –de la que, por cierto, solo cabe culpar a Hezbolá, que lleva un año bombardeando Israel– viene a demostrar el fracaso de la Misión de Naciones Unidas. Sin embargo, cuando se habla del fracaso de una política siempre es bueno considerar las alternativas. ¿Estaría mejor el Líbano sin la fuerza de interposición? No contestaré yo a esa pregunta. Desde Marjayoun, el general García del Barrio lo ha hecho mucho mejor: «Cuando en foros mal informados se cuestiona la actual misión de Naciones Unidas, habría que preguntarles a ellos, a los habitantes del sur del Líbano, sobre su utilidad».
Es verdad que la ONU está desprestigiada. El derecho de veto le ha arrebatado toda relevancia en el drama que vive una Ucrania invadida por una de las potencias que tiene derecho a ejercerlo. Pero la organización todavía puede colaborar a la resolución de otros conflictos, donde converjan los intereses de las grandes potencias. Y, aunque a veces no lo parezca, la paz en Oriente Medio es uno de ellos.