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Michel Barnier, primer ministro de Francia y Marine Le Pen, líder de la oposición

Francia

Marine Le Pen se enfrenta al dilema de derrocar a Barnier o de consolidarse como una política responsable

La líder de la Agrupación Nacional no puede permitirse, haga lo que haga, poner en riesgo su condición de favorita para las presidenciales

El Gobierno de Michel Barnier superó el pasado 8 de octubre su primera moción de censura porque la Agrupación Nacional (RN) se negó a agregar sus votos a los de las izquierdas. Como estas últimas solo suman 192 escaños de los 577 que conforman la Asamblea Nacional, la iniciativa estaba abocada al fracaso. De raíz.

Si los 122 diputados —más los tres aparentados que, sin formar parte del grupo, votan con él— encabezados por Marine Le Pen decidieran aliarse con las izquierdas en un futuro más o menos próximo, el Gobierno de Barnier podría convertirse en el más corto de toda la V República. El récord lo ostenta, hasta la fecha, el de Gabriel Attal: tomó posesión el 9 de enero de este año y cesó el 5 de septiembre.

Ayer, Sébastien Chenu, uno de los vicepresidentes del RN afirmó en una de las tertulias televisivas dominicales —donde los políticos suelen hacer declaraciones de cierta relevancia para así marcar la actualidad política de la semana que empieza al día siguiente— que su partido «no votará» el Proyecto de Ley de Presupuestos que se debate en la Asamblea Nacional desde el 1 de octubre. Lo cual no significa que vaya a votar en contra.

De ahí que el mensaje de Chenu pueda interpretarse como un sutil llamamiento a Barnier para recordarle que aún está a tiempo para atender alguna que otra petición planteada dese las filas lepenistas. Una de ellas es que «cualquier subida de impuestos a los más ricos tendrá que compensarse con la recuperación del poder adquisitivo de nuestros modestos ciudadanos trabajadores». Dicho de otra forma: el RN se muestra dispuesto a prestar su apoyo a un enésimo apretón de tuercas en materia fiscal —Francia nunca de ser Francia, gobierne quien gobierne— a cambio de que repercuta inmediatamente en los bolsillos de un sector estratégico de sus votantes.

Más allá de la solvencia técnica de esta petición —que no es la única—, aflora el reto al que se enfrenta Le Pen, ahora que su partido ya ha dejado de ser una fuerza de oposición pura y dura sin por ello formar parte de la coalición de poder. Una situación que el periódico conservador Le Journal du Dimanche —no precisamente hostil a la líder natural del RN— llama «neutralidad estratégica» para con el Gobierno de Barnier y que describe como «una doble preocupación: por un lado, intentar influir en la acción de Gobierno como nunca desde la creación del partido y, mutatis mutandis, por otro, completar el proceso de construcción de respetabilidad por el que se esfuerza desde que tomó el timón del partido».

La otra opción que le queda a Le Pen es de la radicalidad, es decir, quemar todas las naves aliándose a las izquierdas para acabar lo antes posible con el Gobierno de Barnier —una perspectiva con la que sueña el Nuevo Frente Popular— y llevar a Francia a una crisis institucional de primer orden. Principalmente porque la Constitución impide al presidente Emmanuel Macron convocar elecciones legislativas antes de junio de 2025, cuando se cumple un año de las anteriores.

Además, si Le Pen opta por desencadenar el «fuego atómico» a muy corto plazo, lo haría en un contexto económico y financiero crítico: sin ir más lejos, el viernes la agencia Moody’s rebajó a negativa la perspectiva de la calificación crediticia de Francia debido a la preocupación por la deuda y el déficit del país. En caso de que Le Pen tirase la casa por la ventana en semejantes circunstancias, su imagen de «respetabilidad», que aún está siendo elaborada a duras penas, quedaría mancillada.

Tampoco se puede obviar que si el RN sostiene a Barnier, los que apoyan a este último sin fisuras son igualmente conscientes de las debilidades del partido de Le Pen, que por sus errores tácticos se ha quedado sin representación en la Mesa de la Asamblea Nacional. Por eso, El 2 de octubre, Chenu fue elegido, con el apoyo de los diputados macronistas, presidente de la Comisión Especial encargada de auditar y sanear las cuentas de la Asamblea Nacional contra el diputado socialista Philippe Brun. A modo de migaja.