El 10 de enero debe ser el gran día para Venezuela
Los venezolanos no nos rendiremos, menos nos resignaremos a esperar que la dictadura normalice esa tragedia que agudizan
Son muchas las conjeturas, expectativas, dudas y esperanzas girando en torno a esa fecha emblemática −próximo 10 de enero− para la lucha que viene dando, con asombroso arrojo e invariable constancia, el bravísimo pueblo venezolano.
Lo cierto, lo seguro y bien ganado, es el resonante triunfo alcanzado el pasado 28 de julio. Ese plazo, y otros términos, dan contenido y forma al ansiado 10 de enero de 2025. Estimo indispensable aclarar, o más bien recordar, todos los esfuerzos puestos al servicio de esa fecha, sin los cuales no hubiese sido posible estar pensando ahora en hacer maletas junto a nuestro presidente electo, Edmundo González Urrutia, para que se haga realidad esa anhelada toma de posesión.
Casi 8 millones de electores optaron por la fórmula del cambio profundo con Edmundo Gonzalez Urrutia y el liderazgo de María Corina Machado
Hagamos un poco de ejercicio histórico patrio. El 5 de julio, día en que se declaró la independencia de Venezuela, tuvo su consumación definitiva con la Batalla de Carabobo puesta en escena una década después de aquel acontecimiento. En este tiempo aspiramos que la conclusión irrevocable se desencadene, no en una década, sino transcurrido el semestre iniciado el pasado 28 de julio, día en que casi 8 millones de electores, optaron por la fórmula del cambio profundo representada por la candidatura unitaria de Edmundo Gonzalez Urrutia y el férreo liderazgo que encarna María Corina Machado.
Vamos paso a paso, como en esa larga lucha por alcanzar nuestra emancipación. Porque sin el 19 de abril de 1810, sin las batallas decisivas de Las Queseras del Medio, de La Victoria o, sin las lecciones aprendidas de la Primera República, no hubiese sido posible cantar la gloria, tal como lo hicieron nuestros próceres, con el Libertador Simón Bolivar a la cabeza, en el campo de Carabobo ese 24 de junio de 1821.
Los nocivos efectos del populismo no serán estériles. También dejan enseñanzas que los venezolanos hemos asimilado, no para mirar el pasado con melancolía o mareados de nostalgias, sino para reafirmar nuestras convicciones democráticas y tener en cuenta que los saltos al vacío no son más que aterradores abismos de donde estamos a punto de salir, una vez padecido los martirios más inimaginables que pueblo alguna haya escarmentado.
Nos equivocamos, porque la verdad que se impone es que también los pueblos hierran y eso no libera de responsabilidad a los liderazgos que están llamados a ejercer la autocrítica, para que nunca mas se den cuadros propiciatorios de estas zancadas que solo conducen a sumideros en cuyas buzoneras tenemos buen rato forcejeando para prorrumpir hacia la inigualable libertad.
El 10 de enero lo venimos labrando día a día. Como en aquellas protestas en las que advertimos los riesgos implícitos en las más de 50 leyes que Hugo Chávez impuso arbitrariamente, como la Ley de Tierras que abrió el cauce para la maligna secuencia expropiatoria. El 10 de enero es fruto de aquel sublime coro de voces de padres y representantes que valientemente le gritaban a Chávez «con mis hijos no te metas».
Lo que aspiramos consumar a principios del venidero 2025, es la cosecha de la gente del petróleo, de los marinos mercantes, médicos, enfermeras, educadores, jubilados, pensionados y de los expoliados agricultores, ganaderos, empresarios y trabajadores en general, tantas veces azotados.
Esa siembra fue regada con la sangre inocente de centenares de jóvenes liquidados en esos campos de batallas callejeros, muchachos que se defendían con escudos de cartón acerando su intrepidez con las ilusiones que contoneaban en su imaginación de llegar a vivir, algún día, en democracia.
El próximo 10 de enero es el vector de tantas marchas, vigilias, huelgas de hambre, revocatorios, plebiscitos, y de los más desafiantes procesos electorales. Es el eco de los torturados que se inmolaron, para que luego los sembráramos en esa tierra de la que brotan con siluetas que simbolizan la paz, sabiéndose condenados a regresar a esos panteones con el tributo de descansar mirando la reconstrucción de la concordia prometida por Edmundo y María Corina.
El 10 de enero es la sumatoria de alegrías y de tristezas; de lealtades admirables y de traiciones repugnantes; es el laurel que hoy engalana la conducta de millones de ciudadanos que cumplieron cabalmente con la agenda propuesta por la comunidad internacional.
También el 10 de enero es el reto que las instituciones creadas para salvaguardar la paz y los derechos humanos de los pueblos de cualquier país del planeta Tierra. Los venezolanos no nos rendiremos, menos nos resignaremos a esperar que la dictadura normalice esa tragedia que agudizan.
No estamos cruzados de brazos esperando que desde afuera nos remedien esta calamidad, pero si estamos en pleno derecho moral de exigir que actúen sin vacilaciones, teniendo en cuenta que en Venezuela se produjo un resultado electoral que esta más que probado, al que se opone una sangrienta dictadura que persiste en desconocer esa clamorosa victoria alcanzada, aun en medio de los ventajismos detectados por observadores y expertos de esa comunidad internacional.