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AnálisisJavier Rupérez

Los Estados Unidos y el futuro Gobierno de Trump 2

España vio prácticamente desaparecida su exportación oleícola a los Estados Unidos como consecuencia de la imposición de aranceles en la primera presidencia de Trump

Tribuna Actualizada 04:30

Donald Trump y el ahora vicepresidente electo de EE.UU. J.D. VanceJim Watson / AFP

Donald J. Trump ha ganado las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, tanto por lo que se refiere al voto popular como al voto de los 50 estados integrantes de la Unión, que en enero de 2025 evaluará el Colegio Electoral, certificando la presidencia del que ya ocupará el cargo entre 2016 y 2020. La noticia tiene una ventaja: el resultado ha sido reconocido y admitido por tirios y troyanos, evitando así la posibilidad de que si hubiera ocurrido lo contrario y Trump hubiera perdido las elecciones, como ya ocurrió en 2020, bajo su dirección y guía se organizara un golpe de Estado, como el que tuvo lugar el 6 de enero de 2021, para dar la vuelta a unas elecciones calificadas de fraudulentas.

El Trump de entonces ha sido el Trump de ahora, con un programa electoral que empieza en el 'America First' y que acaba con el 'Make America Great Again'. Entre medias se intercalan las promesas electorales, que como en cualquier otra democracia, suscitan siempre la misma y profunda pregunta: ¿Qué es lo que quedará de ellas en el curso del tiempo fijado? Pero simplificando la oferta y su alcance podíamos concretarla en estos aspectos.

Unos Estados Unidos sin otras ataduras exteriores que las que puedan interesar a su propia consistencia interior, traducida en números de dólares y bitcoins. Unos Estados Unidos limpios de inmigrantes ilegales llegados al país en decenas de millones. Unos Estados Unidos concentrado en la consistente rebaja del peso fiscal que soportan las rentas altas. Unos Estados Unidos dispuestos a seguir cargando con duros aranceles las importaciones procedentes de países extranjeros. Unos Estados Unidos que refuerzan su Constitución en el poder del presidente y en la consiguiente rebaja del que todavía retienen las Cámaras legislativas.

Todo ello tiene sus correspondientes desenlaces y será difícil predecir el punto y la hora en que podrán ser alcanzados. En una tarea que naturalmente depende de la presidencia y de su entorno, por lo que se refiere a términos de eficacia y capacidad ejecutiva, no exclusivamente de su fidelidad política. Ya en su primera ocasión presidencial Trump contempló como, a las pocas semanas del comienzo de su mandato, un buen número de altos cargos civiles y militares abandonaban sus responsabilidades por desacuerdos de forma y de fondo con la gestión presidencial. Será importante observar si ello vuelve a producirse o si, por el contrario, Trump 2 está mejor dispuesto que antes a contener sus arrebatos y articular con calma y ciencia sus responsabilidades.

Entre las cuales, siguiendo el programa, se encuentra muy en primer lugar la lucha contra la inmigración ilegal, a la cual ha prometido dar la respuesta más contundente de la historia del país. Dicen los expertos que ello significaría la expulsión del país de un número de personas comprendidas entre los 15 y los 20 millones. La mayor parte de las cuales, en formas presumiblemente peculiares, tienen una determinada actividad laboral. Los expertos calculan que, de cada diez personas de esas características expulsadas del país, un ciudadano plenamente americano se vería perjudicado en sus labores habituales o privado de las mismas. Y la correspondiente cifra del empleo nacional reducida de manera significativa.

Promete la nueva era Trump, como ya hiciera la antigua, una contienda abierta con los productos importados de China y, paralelamente, con un no pequeño plantel de productos y países que exportan los suyos a tierra americana. Era el 50 % el arancel aplicado a China y un general 30 % a la práctica totalidad del resto de los países que mantenían relaciones comerciales con los Estados Unidos. Por cierto, España entre ellos, que vio prácticamente desaparecida su exportación oleícola a los Estados Unidos como consecuencia de tales medidas. Que naturalmente afectan negativamente a la economía de origen, pero también a la de recepción, en la medida en que esas importaciones tienen en la tierra receptora un sistema de organización y manejo de notable capacidad rentable y ocupacional.

Ya en su primer mandato Trump calificó a la OTAN de organización «obsoleta», aunque con razón, siguiendo a Obama, reclamara de los aliados europeos un aumento de sus respectivos presupuestos de defensa. En la reciente campaña electoral, más allá de la reclamación aislacionista de los Estados Unidos, no ha precisado con claridad ninguna de las opciones de seguridad nacional internacional. Aunque ha prometido retirar de Ucrania las ayudas monetarias y armamentísticas que Washington ha prestado a Kiev en su respuesta contra la agresión rusa. Y ha manifestado de nuevo su amistad y cercanía con Vladimir Putin, con el que ha insinuado podría llegar pronto a un acuerdo para acabar con la contienda entre Kiev y Moscú. No ha hecho mención a los términos.

Su promesa electoral de rebajas fiscales tiene como centralidad las rentas elevadas del conjunto poblacional. Responde a una filosofía de raíces ultraliberales, aunque el propio Presidente no tenga noticia directa de ellas, tendente a reducir la carga pública de las funciones sociales a cambio de promover un mejor rendimiento en la individualidad de la ciudadanía. Ello se traduciría en una progresiva reducción de las ya escasas atenciones públicas que en sanidad o en enseñanza el Estado dedica a sus nacionales.

Naturalmente, todo ello debe ser confrontado con las manifestaciones públicas realizadas por el ya elegido presidente Trump a lo largo de los meses en los que ha participado activamente en la campaña electoral, muchas de las cuales, en lo social, en lo moral, en lo político nacional o en lo internacional, no han dejado de sembrar dudas sobre el futuro del país en el caso de que unas, las promesas, y otros, los exabruptos, cobraran definitivamente fuerza de ley. No faltan los analistas que señalan que en ese caso los Estados Unidos ya no serían los de Wilson, Roosevelt, Eisenhower, Carter, Reagan, Bush padre e hijo, Clinton o Obama.

Aunque de momento, el mensaje que debe servir para propios y extraños y siguiendo las prácticas habituales de la diplomacia bien educada, quepa reconocer y admitir los resultados electorales e intentar por los medios habituales desarrollar con los Estados Unidos de Trump 2 lo que antes, y esperemos que ahora, cabría definir como una relación bilateral y multilateral creativa, beneficiosa para todas las partes y en lo fundamental dirigida a intentar garantizar en los Estados Unidos y en todos los países del mundo un sistema de vida basada en la paz, la libertad y la prosperidad. Precisamente lo que los Estados Unidos han venido haciendo con determinación y razonable éxito desde 1945. Al menos.