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Aquilino Cayuela
AnálisisAquilino Cayuela

Trump y la restauración de la paz con China a través de la fuerza

Para disuadir el eje Pekín-Moscú-Teherán se necesitarán alianzas sólidas entre los países libres del mundo

Actualizada 04:30

El expresidente de los EE.UU., Donald Trump (Iz), con el presidente de China, Xi Jinping en 2017

El expresidente de los EE.UU., Donald Trump (Iz), con el presidente de China, Xi Jinping en 2017Fred Dufour / AFP

Se espera un cambio de rumbo de la política exterior estadounidense. ¿Qué podemos pronosticar? No tenemos más datos de análisis que su anterior mandato:

Lo primero que se puede señalar es que Trump fue un pacificador, un hecho oscurecido por falsas representaciones de él. Mantuvo una política de paz a diferencia de su antecesor, Obama, que sembró el mundo de conflictos con las fallidas primavera árabes que ocasionaron la Gran Guerra de Siria e introdujeron a Europa en una crisis migratoria sin precedentes.

Trump, sin embargo, en los últimos 16 meses de su mandato facilitó los Acuerdos de Abraham, que llevaron la paz y la normalización de relaciones entre Israel y sus vecinos en Oriente Medio. Además, en Sudán; Serbia y Kosovo se encauzó una normalización económica bastante exitosa con la mediación de Estados Unidos.

La Administración Trump presionó con éxito a Egipto y a los principales Estados del Golfo para que resolvieran sus desavenencias con Qatar y pusieran fin al bloqueo del emirato; y Estados Unidos llegó a un acuerdo con los talibanes que evitó cualquier muerte en combate de estadounidenses en Afganistán durante casi todo el último año de su mandato.

Su presidencia fue la primera, desde la de Jimmy Carter, en la que Estados Unidos no entró en una nueva guerra ni amplió un conflicto existente. Trump también puso fin a una guerra al acabar con el núcleo del Estado Islámico (ISIS) como fuerza militar organizada y eliminar a su líder, Abu Bakr al-Baghdadi.

Trump proclamó ante la Asamblea General de la ONU, en septiembre de 2020, que Estados Unidos estaba «cumpliendo su destino como pacificador, pero es la paz a través de la fuerza». Muy indicativo del carácter (ethos) en política exterior, de su administración, que se guio por la máxima latina atribuida a Flavio Vegecio Renato: «Si vis pacem, para bellum» (si quieres la paz, prepárate para la guerra).

En esos años, la Administración Trump actuó muy decidida a evitar nuevas guerras e interminables operaciones de contrainsurgencia.

En los años de Trump, Rusia no presionó más tras su invasión de Ucrania en 2014, Irán no se atrevió a atacar directamente a Israel y Corea del Norte dejó de probar armas nucleares tras una combinación de acercamiento diplomático y una demostración de fuerza militar estadounidense. Y aunque China mantuvo una postura agresiva en esa época, sus dirigentes tomaron buena nota de la determinación de Trump de hacer cumplir las líneas rojas cuando, por ejemplo, ordenó un ataque aéreo limitado, pero efectivo contra Siria en 2017, después de que Bashar al Assad utilizara armas químicas contra su propio pueblo.

Ahora la situación ha cambiado. Hay dos guerras activas en Ucrania y Oriente próximo y una altísima tensión con China.

En este sentido, un segundo mandato de Trump es una mala noticia para Irán unida a China y Rusia en el eje emergente de países antiestadounidenses. Tengamos en cuenta que la teocracia de Teherán se ha vuelto muy audaz, incluso ha acumulado suficiente uranio enriquecido para construir un arma nuclear básica, si decidiera hacerlo (según las estimaciones actuales). Irán, además, está en una guerra ascendente contra Israel, el aliado más cercano de Washington en Oriente Medio.

Más cerca de casa, EE. UU. tiene a México, donde los cárteles de la droga forman un gobierno paralelo en algunas zonas y trafican con personas y drogas ilegales hacia Norteamérica. Más abajo, en Venezuela, otro caso de país beligerante, el triunfo de Trump puede dar esperanza a su pueblo oprimido para salir de la autocracia socialista de Nicolás Maduro.

En cuanto a China, el mayor marasmo de debilidad y fracaso de Joe Biden pide a gritos una restauración de «la paz a través de la fuerza». En ninguna parte es más urgente esa necesidad que en la contienda con China.

Desde el principio de su mandato presidencial, Biden ha enviado mensajes contradictorios aunque ha mantenido los aranceles y los controles a la exportación promulgados por Trump, también ha buscado suavizar la presión a Pekín.

Ahora es el momento de presionar nuevamente sobre los productos chinos, como ha defendido Trump, y poner controles de exportación más estrictos sobre cualquier tecnología que pueda ser de utilidad para China.

Mientras China trata de socavar la fortaleza económica y militar estadounidense, Washington debería devolverle el favor, al igual que hizo durante la Guerra Fría, cuando trabajó para debilitar la economía soviética.

En cuanto a defensa, China ha duplicado el tamaño de su arsenal desde 2020, una expansión masiva, alarmante e injustificada. Estados Unidos tiene que mantener la superioridad técnica y numérica frente a los arsenales nucleares combinados de China y Rusia.

Por supuesto que Washington debería mantener abiertas las líneas de comunicación con Pekín, pero Estados Unidos debe centrar su diplomacia en Asia en aliados como Australia, Japón, Filipinas, Corea del Sur, Singapur, Indonesia y Vietnam.

Para disuadir el eje Pekín-Moscú-Teherán se necesitarán alianzas sólidas entre los países libres del mundo. La construcción de alianzas será tan importante en un segundo mandato de Trump como lo fue en el primero. Los críticos describieron a Trump como hostil a las alianzas tradicionales, pero en realidad, mejoró la mayoría de ellas. Trump nunca canceló ni pospuso un solo despliegue en la OTAN, su presión se centra sobre los gobiernos socios de la OTAN para que gastaran más en Defensa, algo que se ha mostrado necesario y fortalecerá la Alianza.

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