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Juan Rodríguez Garat
Análisis militarJuan Rodríguez Garat
Almirante (R)

La era de los príncipes guerreros

Tan amoral como pragmático, Maquiavelo nos da la clave que explica el comportamiento de Putin, Xi y el propio Trump

Actualizada 04:30

Los presidentes Donald Trump de EE.UU., Xi Jinping de China y Vladimir Putin de Rusia

Los presidentes Donald Trump de EE.UU., Xi Jinping de China y Vladimir Putin de RusiaÁngel Ruiz

Entre las guerras de verdad y la de los aranceles, la humanidad vuelve a vivir tiempos difíciles que creíamos superados. Saldremos adelante —no es la primera vez que el mundo parece ir a peor— pero lo haríamos antes y con menores sacrificios si entendiéramos de verdad lo que está pasando en el mundo. Algo de lo que deberían ocuparse nuestros líderes, porque ya escribió Clausewitz que «el primero, el supremo, el de mayor alcance de los juicios que se espera del estadista es establecer la clase de guerra en que se va a embarcar, sin confundirla ni intentar cambiarla por algo extraño a su naturaleza.» Pero, si ellos no lo hacen, tendrá que ser el pueblo soberano quien lidere con su opinión… y, con un poco de suerte, también con sus votos.

Si a mi entender no es lo que parece ¿qué es lo que está pasando? No son pocos los estudiosos de la geoestrategia que, atendiendo a la superficie de las cosas más que al fondo, a los pretextos más que a las verdaderas razones de lo que ocurre, anuncian la vuelta del imperialismo. La invasión de Ucrania, las amenazas a Groenlandia —no se puede dar otro nombre a la advertencia de que no se renunciará al uso de la fuerza para ocuparla— y la expansión marítima de China parecen darles la razón. Las grandes potencias vuelven a querer ampliar sus fronteras —no es difícil encontrar pretextos en la historia o en la geografía— y, de la mano de sus ambiciones imperiales, vuelve la guerra como «continuación de la política por otros medios» que definió Clausewitz.

Yo, sin embargo, creo que ese análisis peca de ingenuo. La guerra política del XIX tenía su lógica. Perseguía intereses nacionales y, por esa razón, era predecible hasta cierto punto. Se podía prevenir mediante el mecanismo de la disuasión, y para ello bastaba elevar suficientemente el coste para el agresor. Por desgracia, no es eso lo que vemos hoy.

La guerra inconveniente

A Rusia no le conviene una guerra en Ucrania que desangra a su pueblo, retrasa su desarrollo económico y la debilita frente a China. Tampoco beneficia a los EE.UU. enfrentarse a sus aliados por Groenlandia —si lo que quiere es defenderla frente a otros posibles agresores, ya está obligado a hacerlo por el tratado de Washington— o librar una guerra de aranceles en la que, según la opinión generalizada de los que entienden de esos asuntos, todos vamos a perder. No beneficia a China enturbiar una política de expansión económica que a largo plazo puede darle el cetro global con el mezquino acoso de sus buques de guerra a los patrulleros de los países que comparten las costas del mar de China Meridional.

Y, si no es la vuelta del imperialismo ¿a qué, entonces, debemos enfrentarnos? Yo apostaría por algo aún más antiguo y oscuro. No se anuncia la era de la geoestrategia, sino la de los príncipes guerreros. No vuelve el siglo XIX, sino el XVI. No es Clausewitz quien inspira a Putin, Trump o Xi, sino Maquiavelo. Escribe el florentino: «Nada le proporciona mayor estimación a un príncipe que las grandes empresas y las acciones fuera de lo común». Y, de entre todas las grandes empresas, destaca la guerra, que para él no es una lacra sino una herramienta: «Un príncipe, pues, no debe tener otro objetivo ni preocupación ni cultivar otro arte que el de la guerra».

Tan amoral como pragmático, Maquiavelo nos da la clave que explica el comportamiento de Putin, Xi y el propio Trump, por más que, seguramente, ninguno de ellos lo habrá leído. Para él, la guerra «comporta tanto valor que no solo mantiene a quienes han nacido príncipes sino que en muchas ocasiones asciende a los hombres de condición privada a semejante rango». ¿Qué más pueden querer personajes que, como tantos antes que ellos —y como tantos de sus coetáneos en otras latitudes— se dicen patriotas pero ponen a sus patrias al servicio de su ambición?

La guerra —en Chechenia, Georgia, Siria o Ucrania— ha sido la palanca que ha empleado Putin para cambiar la constitución de la Federación Rusa en 2021 y, de facto, convertirse en príncipe en el sentido que da Maquiavelo a esa palabra. Unos años antes, en 2018, Xi se había asegurado la posibilidad de un mandato vitalicio amparado en la dictadura comunista. Trump, también candidato a príncipe, lo tiene mucho más difícil en los EE.UU., una nación de amplia tradición democrática. Sin embargo, ni siquiera se molesta en negar que lo vaya a intentar. Y sus palancas —presiones militares y enfrentamientos económicos que le permitan culpar a otros del fracaso de sus políticas— van a ser esencialmente las mismas que las de Putin, Xi… o, por poner algún ejemplo menos intimidante, Nicolás Maduro.

¡Mejor para Putin! ¡Mejor para Trump!

El lector podría pensar que, en el fondo, la guerra es la guerra, ya se libre por los intereses de Rusia o por los de Putin. Pero creo que sería un error. En la era de los príncipes guerreros, la disuasión es mucho más difícil. Las sanciones a Rusia y la continuidad del apoyo militar a Ucrania subirán el coste de la guerra para Moscú y prolongarán la contienda… ¡Mejor para Putin! Las represalias comerciales harán que el ciudadano norteamericano sufra las consecuencias de la guerra de los aranceles… ¡Mejor para Trump!

Si, en esta difícil era, los españoles —o los europeos— queremos paz, más vale que estemos preparados para defendernos. Si queremos que se escuche nuestra voz, más vale que aprendamos el idioma que hablan los poderosos. Si queremos respeto, más vale que sepamos hacernos respetar.

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