
Keir Starmer junto a Donald Trump
El Brexit reaparece en escena: los aranceles de Trump reavivan el discurso euroescéptico británico
Cinco años después de su entrada en vigor, el Brexit parecía, para muchos británicos, una página escrita en tono de arrepentimiento. Pero la reciente decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de imponer un arancel del 10 % al Reino Unido —frente al 20 % dirigido a la Unión Europea— ha agitado las aguas. La noticia ha sido recibida por los euroescépticos como una inesperada vindicación: una prueba de que fuera del bloque europeo, el Reino Unido puede negociar en su propio interés. Que el Brexit, pese a las crecientes críticas, no fue un error.
«El dividendo del Brexit salva al Reino Unido de lo peor de los aranceles de Trump», titulaba con entusiasmo el diario The Telegraph, una de las voces más fervientes del euroescepticismo británico. Y no tardaron en sumarse las voces conservadoras. «Este trato diferenciado protegerá miles de empleos británicos», proclamó Andrew Griffith, portavoz de Comercio del Partido Conservador. Para ellos, el arancel reducido es prueba del «dividendo del Brexit», una expresión que ha vuelto al primer plano tras meses de silencio político.
Sin embargo, la realidad, como de costumbre, es más compleja.
Pese a los titulares triunfalistas, la rebaja arancelaria no parece obedecer a una «relación especial» entre Londres y Washington, ni a una cortesía diplomática cosechada por el primer ministro Keir Starmer. En palabras del propio asesor de Trump, Sebastian Gorka, en declaraciones a la BBC, «esto solo es el comienzo», en alusión a una política comercial más amplia.
La Bolsa de Londres ha sufrido duras caídas tras los aranceles
La clave, según coinciden analistas y funcionarios del Gobierno británico, reside en la balanza comercial. A diferencia de la UE, el Reino Unido mantiene un déficit con Estados Unidos: importa más de lo que exporta. Este dato técnico se ha convertido en el salvavidas del Reino Unido en la tormenta arancelaria. «Nadie gana en una guerra comercial», recordó el propio Starmer a un grupo de empresarios en Downing Street, intentando aplacar la euforia conservadora.
Más aún, en sectores clave como el automovilístico y el acero, el Reino Unido no ha esquivado los peores golpes. Ambos productos, que representan una parte esencial de sus exportaciones a EE.UU., se verán gravados con un arancel del 25 %. Lo que Londres ha evitado con el 10 % generalizado, lo está pagando con dureza en sus sectores más estratégicos.
El Gobierno de Keir Starmer ha optado por la prudencia. Ha descartado, al menos de momento, responder con aranceles propios y ha abierto un periodo de consultas con las empresas hasta mayo. La idea es clara: ganar tiempo y seguir negociando un acuerdo bilateral con Estados Unidos, centrado no solo en bienes, sino también en tecnología e inteligencia artificial.
Para Starmer, que regresó de Washington en febrero con promesas aún vagas sobre un futuro pacto comercial, esta nueva guerra arancelaria ha llegado en el peor momento. Su Ejecutivo ha anunciado recientemente recortes sociales y su principal objetivo era reactivar el crecimiento económico. El Instituto Nacional de Estudios Económicos y Sociales ya estima que los aranceles podrían recortar hasta un 1 % del crecimiento del PIB británico.
Irlanda del Norte, en tierra de nadie
En este complejo tablero geopolítico, la pieza más frágil sigue siendo Irlanda del Norte. Bajo el Protocolo del Brexit y el Acuerdo de Windsor, este territorio forma parte del mercado único europeo. Si Bruselas responde con aranceles más duros que Londres, las empresas norirlandesas podrían quedar atrapadas entre dos regímenes regulatorios. «Si el Reino Unido decide no aplicar reciprocidad, nos situará en clara desventaja», advirtió Stephen Kelly, director de Manufacturing NI.
Es cierto que el Brexit ha permitido al Reino Unido evitar el arancel del 20 % aplicado a la UE. Pero también lo es que otros países como Brasil o Afganistán han recibido el mismo trato. La decisión de Trump responde más a fríos cálculos comerciales que a favores políticos. «Incluso los talibanes consiguieron un mejor trato que Starmer», ironizó el partido independensita escocés SNP, subrayando el carácter arbitrario de la política comercial estadounidense.
A escasas horas de que entren en vigor los aranceles recíprocos este miércoles 9 de abril, el episodio revela tanto la fragilidad de las promesas del Brexit como la dificultad de navegar en un orden global cada vez más volátil. La estrategia del Ejecutivo británico —mantener la cabeza fría— parece ser, por ahora, la única ancla posible en medio de una tormenta que apenas comienza.