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Ilustración de la página web del Colegio de Inteligencia en Europa

Colegio de Inteligencia en Europa

¿Será capaz Europa de sobrevivir a los neoimperios?

Europa debe metabolizar que el mundo que se intentó construir después de la Segunda Guerra Mundial, apoyado en pilares como la dignidad humana, el multilateralismo y los derechos humanos, hoy está fracturado

Hoy vivimos en una multipolaridad conflictiva, que algunos llaman neoimperialismo: potencias que compiten por recursos, poder digital, influencia militar y dominio económico.

En este nuevo escenario, China y Rusia se comportan como potencias imperiales. China ha convertido a América Latina en una de sus prioridades: en el año 2000, el comercio bilateral con la región era de 12.000 millones de dólares. Hoy supera los 450.000 millones. Es ya el principal socio comercial de países como Brasil, Chile, Perú y Uruguay. Además, desde 2005 ha invertido más de 160.000 millones de dólares en sectores clave: litio, cobre, energía, telecomunicaciones y puertos.

Sólo en el llamado «triángulo del litio» (Argentina, Bolivia y Chile), China controla cerca del 30 % de las reservas. En países como Perú tiene el 25 % del negocio del cobre y en el caso de Venezuela, China le ha otorgado en préstamos que ascienden a la cifra de 70.000 millones de dólares.

Rusia, por su parte, ha profundizado sus vínculos ideológicos y militares con gobiernos autoritarios. Venezuela es su principal cliente de armamento en la región, con más de 11.000 millones de dólares en compras desde 2005. En Nicaragua, Rusia ha instalado centros de entrenamiento policial y militar. Incluso Irán ha ampliado su presencia diplomática y sus acuerdos con regímenes afines, especialmente en Venezuela.

Curiosamente, estas potencias promueven una narrativa antioccidental para ganar simpatía en Hispanoamérica, especialmente entre movimientos de izquierda. Denuncian el «colonialismo» de Occidente, mientras avanzan silenciosamente con agendas que podrían describirse como neocoloniales.

Por otro lado, emerge ahora Estados Unidos ejerciendo su influencia global no solo con tecnología y finanzas, sino también con medidas de presión directa. Ha impuesto tarifas comerciales a países como China, India, Japón y la Unión Europea para defender su posición estratégica. Además, ha expresado interés en anexar territorios como Canadá o Groenlandia, y controlar el Canal de Panamá, considerado clave para su seguridad y comercio. Estas acciones, sumadas al poder de sus gigantes tecnológicos y al control del dólar, reflejan una estrategia de dominio global más sutil que militar: un neoimperialismo económico, diplomático y digital.

En esta época de neoimperialismo ya no hay reglas de juego, cada actor impone sus reglas, su cultura y su manera de ver el mundo. Este neoimperialismo no se ejerce mediante armas o tropas, tal y como era el imperialismo tradicional, sino mediante el poder financiero, digital y narrativo. La tecnología no es neutra: está diseñada con intenciones, sesgos y valores incrustados en sus códigos. Los algoritmos priorizan ciertos discursos, invisibilizan otros y, en muchos casos, refuerzan las estructuras de poder global.

Frente a esta nueva dinámica imperial, Europa debe metabolizar que el mundo que se intentó construir después de la Segunda Guerra Mundial, apoyado en pilares como la dignidad humana, el multilateralismo y los derechos humanos, hoy está fracturado.

La división entre Occidente y el bloque soviético marcó la Guerra Fría, pero también consolidó una visión de un orden global basado en normas y equilibrios. Con la caída del Muro de Berlín en 1989, muchos creyeron que comenzaba una era de estabilidad y democracia. Hispanoamérica avanzaba hacia regímenes democráticos, con pocas excepciones como Cuba. Parecía que el autoritarismo quedaba atrás.

La historia es terca y el muro de Berlín no ha caído en Latinoamérica

Sin embargo, la historia es terca y el muro de Berlín no ha caído en Latinoamérica. El llamado «socialismo del siglo XXI» rescató elementos del comunismo del siglo XX y el progresismo del siglo XXI para reciclar nuevas formas de autoritarismo. A nivel global, el sueño de un orden mundial basado en reglas está hoy profundamente cuestionado. Hemos pasado de la bipolaridad a una multipolaridad inestable, donde potencias emergentes compiten por poder, recursos, hegemonía cultural y dominio tecnológico. De manera que, por no haber caído el Muro de Berlín en Hispanoamérica, potencias como China, Rusia y en tercer lugar Irán, sienten que ese es un patio que no tiene dueño.

Europa, que fue protagonista en la construcción del orden internacional tras la Segunda Guerra Mundial, hoy aparece descolocada. Frente a la fragmentación global, la burocracia de sus instituciones y la falta de liderazgo impiden que el continente pase a la ofensiva para defender los valores democráticos que alguna vez inspiró. Mientras el mundo se reconfigura, Europa parece reaccionar más que anticiparse. Le cuesta ejercer influencia real más allá de sus fronteras.

Hispanoamérica es rica en recursos naturales, biodiversidad y potencial energético, mientras que Europa posee tecnología, capital y experiencia institucional

En un mundo que pareciera entrar en una etapa de imperios tecnológicos, económicos, personalistas y extractivistas, la alternativa es reafirmar una comunidad de valores que no vea en Hispanoamérica solo un mercado o una frontera. La región tiene el potencial de ser una civilización viva, con voz propia. En el plano económico, Hispanoamérica representa una región rica en recursos naturales, biodiversidad y potencial energético, mientras que Europa posee tecnología, capital y experiencia institucional.

Esta complementariedad crea un universo para desarrollar acuerdos de cooperación en todos los planos, eso sin destacar que los principios de derechos humanos, multilateralismo, justicia social y democracia une los horizontes de ambos mundos. Asimismo, Europa puede encontrar en la Asia más democrática, hablo de países como Japón y Corea del Sur, una alianza potente no solo económica sino también geopolítica.

El reto está planteado: o quedamos atrapados entre potencias que buscan esferas de influencia, o construimos alianzas que partan de principios y no solo de intereses. El momento exige liderazgo, visión y voluntad política. ¿Europa aún está a tiempo de asumir ese papel?

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