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Cristina y Alberto Fernández, vicepresidenta y presidente de Argentina, respectivamente, al menos, sobre el papelNatacha Pisarenko / GTRES

El Debate en América

Argentina cruje mientras busca su propio destino

Con una clase política dividida y enfrentada, al calor de una grieta profunda, los caminos del futuro de Argentina se ven difusos y difíciles

La Argentina de estos días atraviesa por un mar de tensiones. Acostumbrada a las tormentas prolongadas, la sociedad se conforma con encerrarse en sus desvelos y procurar sobrevivir como pueda.

Con una clase política dividida y enfrentada, al calor de una grieta profunda, los caminos del futuro se ven difusos y difíciles.

No es que la Argentina carezca de recursos (materiales y humanos) y fuertes potencialidades, pero su grandeza dormida se hunde en las confrontaciones, los desmanejos y el cortoplacismo culturalmente arraigado.

A cada lado de la grieta, también abundan las fisuras. La actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner –con gran ductilidad– interpreta roles opuestos dentro de la alianza gobernante.

Mientras que, por un lado, lidera el oficialista «Frente de Todos» y empuja a la administración de Alberto Fernández y al peronismo –en su conjunto– detrás de sus causas judiciales bajo las banderas de la persecución, la victimización y las conspiraciones -alimentadas por el reciente atentado contra su persona-; se constituye, por el otro, en fiscal de su propio Gobierno, señalando errores, aludiendo a los «funcionarios que no funcionan», atacando ministros, advirtiendo desvíos, y exculpándose del rumbo de las cosas como un modo de mantener su capital político pese a las desventuras.

Pero ante el agravamiento de los problemas y la posibilidad de un regreso al poder, divide las opciones de su agrupación jugando cartas a precandidatos enfrentados y avivando la posibilidad de su propia candidatura, generando así tiranteces y una gran tensión interna.

El oficialismo amenaza ahora con eliminar las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias de 2023

El oficialismo amenaza ahora con eliminar las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias previstas para agosto de 2023, como un modo de evitar la resolución de esa confrontación opositora.

Las reglas pueden cambiarse todo el tiempo y sin pudor. Curiosamente, fue el mismo Macri quien bajo su mandato había analizado en 2017 y 2019 suspender la ley de primarias (sin concretarlo), presentando –incluso– un diputado de su confianza un proyecto al respecto.

Igual matriz de comportamiento se da a ambos lados de la grieta si de lo que se trata es de perjudicar al rival u obtener beneficios propios.

La Argentina de las instituciones maleables, de las leyes cambiantes –como tantas reglas de juego nuevas se necesiten–, convierte a las normas en volátiles, alimentando así el descredito y la desconfianza de una sociedad de por si anómica.

Mientras Macri desune a la oposición y Cristina Fernández arrastra al peronismo, Javier Milei divide y aglutina

Mientras Macri desune a la oposición y Cristina Fernández arrastra al peronismo, Javier Milei –un joven economista que encabeza una tercera fuerza creciente de derecha y corte liberal– divide y aglutina, a la vez, a sus contendientes y comienza a sustraerles votos, especialmente entre los sectores jóvenes (sin distinción de clases sociales) desencantados con las fuerzas mayoritarias.

Huelgas salvajes que paralizaron por meses la industria del neumático amenazando extender sus consecuencias al sector automotriz, sindicalismo irracional que bloquea establecimientos productivos, piqueteros marchando por las calles –y acampando– para pedir planes sociales en lugar de clamar por trabajo, son solo pinceladas de una conflictividad creciente.

La pobreza alcanza al 36,5 % de la población. Unos 17 millones de argentinos viven en estado paupérrimo

Recientes datos del INDEC (el Instituto de Estadísticas Oficiales) indican que la pobreza alcanza al 36,5 % de la población, es decir que unos 17 millones de argentinos viven en estado paupérrimo.

Cifras que, si bien muestran una ligera disminución respecto de las anteriores, promedian la idea de que cuatro de cada diez argentinos son pobres. Ello en medio de una economía distorsionada, con una moneda en permanente devaluación, múltiples tipos de cambio y una inflación que se encamina a alcanzar los tres dígitos anuales (100 %).

La Argentina es el país de la ajenidad a la hora de ahondar en las culpas

En tal contexto el poder ejecutivo acaba de enviar el presupuesto 2023 para su aprobación por el Congreso, con metas que ya de antemano se saben falaces e incumplibles.

No existen las certezas, las previsiones ni los responsables. La Argentina es el país de la ajenidad a la hora de ahondar en las culpas.

Paradójicamente, en medio de la grieta, toda moderación es percibida como debilidad y el diálogo es un bien escaso ejercido por pocos.

La política ha ido debilitando a las instituciones, capturándolas al servicio del poder, tomándolas como botín de reparto entre los miembros de las alianzas gobernantes, a fin de manejar fondos, posibilitar negocios, conseguir afinidades y poner a los débiles organismos de control al servicio de investigaciones que impliquen a «los otros» que han dejado el poder o integran la oposición.

Las causas de corrupción demoran un promedio de 14 años en resolverse y la mayoría de las veces prescriben

Mientras la justicia federal, ambivalente, pone su foco en el pasado y las causas de corrupción demoran un promedio de 14 años en resolverse (la mayoría de las veces perdiendo vigencia por prescripción), la Oficina Anticorrupción -complaciente y dependiente del propio poder al que debe controlar- se retira de las investigaciones que comprometen a los funcionarios de turno, con acciones erráticas que carecen de toda continuidad jurídica en el tiempo.

El fantasma de la corrupción se vuelve así una percepción intensa y generalizada

El fantasma de la corrupción se vuelve así una percepción intensa y generalizada que alcanza a los tres poderes, la clase política, el sindicalismo, los empresarios y a la sociedad misma.

Sin vocación por rendir cuentas de parte de los funcionarios –ni de la sociedad en exigirlas– y con hechos de corrupción que nunca se detectan en tiempo real, todo se vuelve sospecha.

La trilogía de los poderes republicanos no muestra un mejor escenario. Un poder ejecutivo encabezado por la figura de Alberto Fernández, que simboliza a un mandatario con escaso poder de liderazgo.

Por otro lado, un Congreso de la nación virtualmente paralizado que funciona sólo con sesiones especiales (no ordinarias) en el que las principales fuerzas –tras las elecciones del 2021– no cuentan con mayorías decisivas, y que expone dificultades para lograr acuerdos mínimos, mientras brinda espectáculos de intentos reformistas institucionales fuera de todo diálogo y consenso.

Una Corte Suprema de Justicia resistente a los embates del poder político, que intenta desentenderse del flamante y penoso trámite en el Senado por el que obtuviera media sanción un proyecto que propone incrementar sus integrantes de 5 a 15, mientras desde hace casi un año una de sus vocalías permanece vacante sin que el presidente de la República proponga una candidata (hay anuencia en que debe ser ocupada por una mujer). Parafraseando a Bill Clinton: «Es el país, estúpido» el que no funciona.

La Argentina podría definirse como un Estado débil con una sociedad frágil

La Argentina podría definirse como un Estado débil con una sociedad frágil. Si bien el Estado argentino se muestra voluminoso, su eficacia dista con creces de su tamaño. Engrandecido pero ineficiente, poco consigue realizar con éxito aun en sus funciones más básicas.

Por otra parte, si bien la sociedad parece movilizada, la calle se ha convertido en un negocio que manejan algunos factores de poder a fin de mostrar capacidad de movilización y ocupación del territorio.

Millones de argentinos reciben diferentes tipos de ayuda social, condicionando así su libertad, su dignidad y su futuro

En suma, nada es lo que parece, y esa debilidad genérica ha ido mutando a un estado clientelar con una sociedad cada vez más dependiente, en la que millones de argentinos reciben diferentes tipos de ayuda social, condicionando así su libertad, su dignidad y su futuro; alimentando un circulo de degradación y desesperanza.

A casi cuatro décadas de la restauración democrática, el país crujiente intenta sobreponerse por enésima vez a otra de sus crisis cíclicas cuya resolución provocará ajustes, desplazamientos y deterioro social. Se agota un modelo de hacer política.

No hay salida posible sin acuerdos definitivos de orden institucional y de largo plazo

El diálogo, tan resistido por todos, terminará impuesto por la dura realidad. No hay salida posible sin acuerdos definitivos de orden institucional y de largo plazo que modifiquen la matriz de resolver los problemas que retrasan el desarrollo, postergan las soluciones de fondo y mantienen a muchos argentinos rehenes de la vieja política.

La sociedad busca aires frescos, el fin de la grieta y un país previsible. Quienes no lo entiendan se sorprenderán con los resultados electorales del año próximo.

  • Marcelo Bermolen es director del Observatorio de Calidad Institucional de la Universidad Austral