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El debate en américa

Petro 'toma el dinero y corre' a Bogotá

Este hombre de pequeña estatura física ha demostrado crecerse ante las urnas y convencer a los colombianos de que el pasado (el suyo) es mejor no removerlo

El fantasma de Franco le ha quitado el sueño a Gustavo Petro. Al menos, eso es lo que dijo el presidente de Colombia en Madrid. Las «pesadillas» de Petro no son nada comparables con las que padecen las víctimas del terrorismo colombiano.

Entre la sopa de letras que azotó –y no termina de colear– en Colombia, están las de las FARC, el ELN, las AUC (Autodefensas Unidas) y las del desaparecido M19, movimiento en el que Petro fue un cuadro activo. En su memoria –y en la de las familias que lo padecieron– permanecen imborrables las imágenes del asalto al Palacio de Justicia en Bogotá.

Aún así, lo que enturbió el sueño del ex alcalde de Bogotá en España no fueron remordimientos o preocupaciones nacionales (deberían ser muchas), fue pasar la noche en el Palacio de El Pardo donde todos los jefes de Estados extranjeros que han pernoctado han alabado el cuidado de las instalaciones, el museo en el que se ha convertido la vivienda del espíritu que le impidió cerrar los ojos a Petro, «la televisión del Caudillo», su teléfono de baquelita, la mesa de trabajo, las camitas y la cama grande, los cuadros, frescos y el teatro o sala de cine donde sus nietos lo pasaron en grande.

Gustavo Petro no es un demagogo, tampoco es un histriónico modelo Nicolás Maduro o un descerebrado criminal al estilo de Daniel Ortega. Este hombre de pequeña estatura física ha demostrado crecerse ante las urnas y convencer a los colombianos de que el pasado (el suyo) es mejor no removerlo. Por eso, resulta chistoso que en su última comparecencia pública en esta visita de Estado haya tenido la ocurrencia de resucitar a Franco y echarle la culpa de sus supuestos problemas de insomnio.

Poner a Franco en la agenda es lo que más le gusta a Pedro Sánchez o lo que él piensa que le resulta más rentable

Poner a Franco en la agenda es lo que más le gusta a Pedro Sánchez o lo que él piensa que le resulta más rentable. Petro, agradecido al camarada Sánchez, no ha dudado en ayudarle para alimentar ese enriquecimiento, confiado en que se traduzca en votos para el PSOE en mayo. En reciprocidad, el presidente se ha comprometido a rascarse el bolsillo (el de los españoles, no el suyo) y entregarle un millón de euros para facilitar las negociaciones de paz con el ELN.

Ironías de la historia, fue Petro el que puso el veto a Sánchez cuando intento erigirse en mediador y le ha dejado reducido a una figura más cercana a la del convidado de piedra que a la de un hombre que presumía de poder ejercer sus buenos oficios.

Con el millón para este año –y quién sabe si para el que viene– Petro no ha dado un paso atrás en su campaña calculada contra la colonización, descubrimiento o como quiera llamar al descubrimiento de América, para el imperio español y para los límites de la tierra conocidos en 1492.

Ha sabido sacar de su baúl de los recuerdos los trapos oscuros de los otros para que tapen los suyos

Petro no es Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ni Maduro o Evo Morales cuando Evo era alguien.

Petro es mucho más listo que todos ellos juntos y ha sabido sacar de su baúl de los recuerdos los trapos oscuros de los otros para que tapen los suyos y dejarlos en el olvido de la historia, porque el tiempo los ha lavado con democracia.

De la mano de Sánchez y a la sombra de Felipe VI, el escurridizo presidente de Colombia se negó a usar un frac en la recepción de los Reyes. Dijo que lo consideraba de ricos, clasista, marginal, que «tiene que ver con la antidemocracia» y otras bobadas increíbles mientras lucía en cuello y pechera el collar dorado de la Orden de Isabel la Católica. Ah, y la llave de oro de Madrid que le entregó el alcalde José Luis Rodríguez Almeida.

Al final, mucho «yugo» español, más flechas contra la «oligarquía» y «el capitalismo neoliberal», pero al vil metal no le hizo ascos. Dicho de otro modo o al estilo de Woody Allen, aplicó la máxima que rige a la mayoría de los políticos: Toma el dinero y corre.