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Marta Nercellas
El Debate en América

Tras 40 años de democracia, Argentina aún está gateando en lugar de ponerse de pie

Quienes manejan el discurso público le faltan el respeto a las evidencias; cambian su propio disfraz en el escenario, ya que ni siquiera tienen el respeto de ir al camarín para hacerlo

Tras la dictadura, el 30 de octubre de 1983 los argentinos eligieron democráticamente a Raúl Ricardo Alfonsín como PresidenteCarlos Carmele / ©RADIALPRESS

Hace 40 años, entre todos, decidimos que no podíamos seguir aceptando interrupciones violentas a nuestra vida política. Armamos los mejores planes: justicia y no venganza; lograr, lo que entonces parecía imposible: que la ley y el Estado de derecho fueran las únicas músicas que se escucharan en el campo de batalla que, todavía, tenían huellas de sangre, heridas sin cicatrizar y sillas vacías por las ausencias queridas. Dar vuelta otra página triste de nuestra historia no sería sencillo.

Una parte del quehacer fue impoluto, pero, la voz que recitaba el preámbulo de nuestra Constitución Nacional, la primera página de ese libro fundante de nuestra patria, la que resume los únicos objetivos por los que de verdad vale la pena soñar, se fue enronqueciendo.

Todo lo valioso de aquel juicio que fue un ejemplo en el mundo, se fue oxidando antes los gritos de otras demandas. Desde las violencias que se decidieron ignorar, las ausencias que parecían que no dolían en el cuerpo nacional, la cabal demostración de que sólo con democracia no se come y se educa; el sueño se convertía en pesadilla cuando la realidad no transformaba en pan los gritos de demanda. La voz que recitaba principios éticos se iba haciendo inaudible

No supimos valorar lo bueno que habíamos logrado y, tal vez sobredimensionamos lo que seguía faltando. Cuando los miedos ceden aparecen necesidades hasta entonces olvidadas, tal vez por eso hoy, nuevamente, ese fantasma es meneado por quienes pretenden que no intentemos reclamar por los valores que hicieron desaparecer en su feroz saqueo del Estado.

Habíamos recobrado la capacidad de reclamar, de hacer públicas nuestras quejas y no miramos si esos gritos rompían el cristal de una democracia que recién comenzaba a deletrear la palabra república. Al volver a alzar la mirada, lloramos frente al cristal astillado.

Hoy, para darme esperanzas, pienso que 40 años en una república representan menos de un año en la vida de un bebé, y eso, tal vez, aún estemos gateando en lugar de ponernos de pie, tambaleemos, tropecemos y perdamos el equilibro. Quizá es poco tiempo para poder afianzar las reglas de esa convivencia que quisimos construir y, aunque ya haya concluido el año mundialista, copiándome de Messi elegí creer y quise volver a tejer deseos.

Pero, pese al optimismo puesto en el intento, no puedo dejar de preguntar si el camino que vamos eligiendo es el que nos lleva al bienestar general, al afianzamiento de la justicia, a la paz interior, a asegurar los beneficios de la libertad, en definitiva, a cumplir aquellas promesas de las que nos enamoramos cuando pujábamos por parir la democracia.

Cuando a nuestro alrededor, quienes manejan el discurso público le faltan el respeto a las evidencias; cambian su propio disfraz en el escenario, ya que ni siquiera tienen el respeto de ir al camarín para hacerlo, y se abrazan a quienes nos juraron combatir, por el solo y egoísta deseo de manotear el poder, siento fatiga democrática; veo una sombra que me susurra que vamos perdiendo quienes –tal vez como demasiada ingenuidad– creímos que el triunfo de los valores y la ética eran posibles.

La palabra está tan devaluada que me parece una aventura torpe decir lo que pienso, pero no puedo evitarlo porque fluye a borbotones

Mil razones se desvanecen ante la dialéctica del piquete. Quien promete soluciones consensuadas no logra que lleguemos a nuestro lugar de destino porque a aquellos, que hace muchos años han perdido la cultura de trabajar, de lograr con su esfuerzo mantener a su familia, nos lo impiden. Tienen la caja de herramientas para demostrarnos que la tranquilidad que nos prometen es posible, pero parece que no encuentran la llave que abre su cerradura y sólo nos prometen hallarlas luego de las elecciones. Lo que hacen, se trenza en combate con las promesas que hacen para conseguir el voto que los encumbre en el poder, no para nuestro bienestar sino para el de ellos.

Quien nos trajo hasta aquí –altísimos porcentajes de inflación, brutales números de pobreza e indigencia, jóvenes que no saben leer o no entienden lo que leen y la vida vaciada de valor, por lo que puede ser arrebatada sin razones– nos pinta un cuadro que no es de nuestro museo. Ni con amnesia política selectiva podremos olvidar que fue socio de todos los corruptos y prometió encarcelarlos; que exhibió sin pudores que su único plan siempre fue SU proyecto.

Nos someten a un chantaje emocional en que sus principales respaldos son los que quieren asegurarse los negocios que ofrece y el miedo que logran infundir a los tibios, prometiendo una calle organizada a fuerza de punteros y de planes para someternos a la violencia que silencie los deseos opuestos a sus fines.

Nos dicen que las reglas de la democracia sólo son válidas si ganan ellos

Distintas voces que en diferentes idiomas nos dicen que las reglas de la democracia sólo son válidas si ganan ellos. La declinación socioeconómica que supieron conseguir va acompañada de la declinación político institucional que es el mejor instrumento para tomar al Estado como botín.

La alternancia debe ser rechazada porque lo hecho no puede ser valorado con las reglas del Estado de derecho que, al menos para juzgar lo que hicieron quienes se van del poder, impondrán los nuevos inquilinos de esos sitiales. La falta de idoneidad, el clientelismo y seguir siendo quienes puedan mensurar lo que es bueno y lo que no lo es, deben ser los habilitados para poder dar opinión sobre las políticas implementadas y las acciones desplegadas en el propio beneficio de quienes trabajaron denodadamente para asegurar tanta miseria

El reparto discrecional de cargos continúa. Hay que copar todas las áreas del Estado por si los cálculos salen mal. Hay que seguir pauperizando a todos –aquí el principio de igualdad sólo exceptúa a los dirigentes afines– para que la necesidad los haga imprescindibles a quienes la generaron.

Confundir la causa y el efecto, devastar cada signo de soberanía (comenzando por la moneda) para poder seguir teniendo el control. Mejorar todos los engendros –listas sábanas, colectoras, ley de lemas– hacer que el opositor no sólo juegue de visitante, sino que sienta que sólo se dejó entrar al público que les demuestre su hostilidad sin límites; tienen para ello los recursos del Estado que manejan como si fueran infinitos obligándonos a todos a chapotear en la decadencia.

¿Siempre debe construirse un puente que nos lleve a la otra orilla de la grieta? ¿Importa qué es lo que hay allí? ¿Se puede ser neutral y desprevenido cuando nos acercamos al nido donde se albergan los corruptos, aquellos, para quienes la palabra y los pactos son sólo escalones que pisotearan si los ayudan a encaramarse al poder que ansían? ¿Importan las palabras o los hechos a la hora de decidir? Oportunidad se parece a oportunismo pero, ¿es igual?

El brillo de postulados que no deben ser verificados para que no se opaquen, son los que enceguecen las miradas en un año electoral

Hay sellos partidarios, que, aun cuando el nombre se modifique, tendrán una esencia que permanecerá siempre, y son una ganzúa que abre cualquier puerta. Quienes la usan lo hacen con la convicción que tras alguna de ella encontrarán la impunidad por lo hecho y la ocasión para continuar en el camino de quebrar desde su núcleo, las reglas de la democracia.

Ese uso ilegítimo del poder público para beneficiar el interés privado fue el mató en la tragedia de once, el que paralizó el corazón de un bebé víctima de la miseria frente a la casa rosada, el que cerró escuelas porque aprender no es importante, el que generó soldaditos que reparten droga y muerte para procurar una bolsa de comida para su familia y el que va desalentando a quienes creían que la honestidad y la verdad eran las herramientas adecuadas para luchar por el bien común.

La corrupción es mucho más que el apoderamiento ilícito de dinero, porque es un veneno tan líquido que se filtra por hendijas que ni siquiera eran visibles a nuestros ojos y que, una vez que empapan los rincones de quienes resistían, matan todas las ilusiones republicanas.

En la confusión que se genera llamamos «arrepentido» al empresario que sólo cuenta algo de lo ocurrido buscando alguna ventaja por haber sido descubierto participando del robo a las arcas públicas pero que está esperando que los funcionarios de quienes fueron cómplices, vuelvan a ser los que deciden para no tener que entregar los dineros mal habidos. Por eso vuelve a tener chances quien nadie duda que es «fullero».

Realmente no importa si la corrupción se disfraza de soborno, de peculado, de extorsión, de concusión, de tráfico de influencias, de abuso de información privilegiada. Las formas cambian para que puedan deslizarse con facilidad, pero lo que no cambia, es que se aumentan los costes sociales, se disminuye la calidad de las prestaciones estatales reduciendo el beneficio que recibirá la gente. Lo que no cambia es que todo ocurre en beneficio del corrupto. Los algoritmos son medios. Las ecuaciones de la política corrupta siempre dan idéntico resultado.

La Corte afirmó que la trasparencia, la publicidad de los actos de gobierno , y el derecho a la información son la viga maestra del sistema democrático. Apoderarse de la voluntad de ese Tribunal y del sistema judicial todo, es, junto al vaciamiento de los organismos de control, un objetivo esencial que travisten con el ropaje de la democratización de esas instituciones.

El abismo moral, social y económico que procuran sabían que eran difíciles de obtener sin clientelismo, populismo y cleptocracia por ello, sin importar el discurso , éstos son los verdaderos objetivos de quien, mirándonos a los ojos , contradice lo hecho y lo dicho en el pasado reciente tal y como si hubiera nacido el hombre nuevo que muchas religiones nos prometen.

Hoy la mano que empuja a la urna el voto sólo debe tener fe en sus discursos, carecer de memoria y no distinguir lo inmoral de lo correcto

¿Podremos olvidarnos al votar cuántas personas –familias en muchos casos– vemos haciendo de las sucias veredas su hogar?, ¿Cuántas empresas anuncian constantemente el fin de su operatividad?. La excesiva volatilidad de nuestra macroeconomía que contrapone rigideces regulatorias aplastantes con permisos rápidos a amigos y empresarios convencidos que lo mejor es pagar peaje, ya que terminará beneficiándolos, convirtiendo en monopólica su oferta.

¿Lograremos no recordar que son ministros los que señalan las irregularidades y violaciones normativas del gobierno que integran ¿; ¿Que el crack mas intenso que vivimos no es financiero sino moral?; ¿Qué nos esconden que carecen de conciencia moral, de emociones, que nos tratan a todos como «cosas» descartables de las que se pueden servir? ¿O serán tan buenos psicópatas que sus víctimas ignorarán por siempre que lo son, pese a las evidencias que ni siquiera intentan ocultar.?

No creo que la corrupción –vestida con el ropaje que más convenga en el momento pre electoral– sea un mal sólo vernáculo, (ni siquiera me olvido del Watergate, pero, la gran diferencia es que el Presidente Nixon al ser descubierto renunció). En nuestro país ante las evidencias, sin siquiera intentar contestarlas, nos dice: Law Fare. La culpa es nuestra por haber advertido el engaño.

La anomia es un problema social y político. Es un diagnóstico de las instituciones pero también se refiere a nosotros como ciudadanos, nos da lo mismo avanzar por la banquina para llegar antes que coimear para no cumplir con la norma. Para que no nos gane el pesimismo – que va ganado terreno- tratemos que la memoria no nos juegue otra mala pasada, los psicópatas ( y los tenemos por montones) no tienen cura, los corruptos tampoco sólo se agazapan cuando las luces de la cámara se encienden, pero siguen oteando para ver donde ocultan su botín mientras buscan otra silla que les permita seguir robando .

Las represalias políticas y judiciales son contra los adversarios del Gobierno, por eso hay que conservarlo usando cualquier estrategia.

*Marta Nercellas es abogado argentina, especialista en Derecho Penal y Derecho Penal Económico, columnista y profesora.