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Miguel Henrique Otero
Miguel Henrique Otero

¿Hacia dónde va la Venezuela desfalcada?

En medio de un escenario de tierra arrasada, el otro factor que desquicia a Maduro, el que predomina en sus insomnios, es María Corina Machado y las primarias del 22 de octubre

Actualizada 04:30

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela

Nicolás Maduro, presidente de VenezuelaMiguel Zambrano / AFP

El viaje de Nicolás Maduro a China fue el viaje de un sujeto desesperado. Desesperado porque necesita dinero, mucho dinero –en efectivo, como lo prefiere la revolución bolivariana; en dólares, la moneda a la que rinde culto cotidiano–, porque las arcas del Estado venezolano están enrumbadas al colapso.

Viajó para contarle a los líderes chinos las razones de su desesperación; presentar la lista de las urgencias a las que se enfrenta; explicar los riesgos que el régimen está corriendo. Pero la China de hoy no es la del 2018 –fecha del anterior viaje de Maduro a ese país–, cuando las finanzas del gigante dominaban la escena mundial. La China de hoy es la de una economía en desaceleración, agobiada por una caída de la demanda que, en el análisis de los expertos, no parece fácil de revertir en el corto plazo. La China del 2023 no es la de los fajos de dólares abultando los bolsillos.

La China de hoy es la de una economía en desaceleración

Xi Jinping lo obligó a viajar, los más de 14 mil kilómetros que separan a Caracas de Pekín –y así dar cumplimiento a la pleitesía que el dictador pequeño le debe al gran dictador–; Xi Jinping le exigió una comitiva multisectorial y, al llegar allá, abrió su mano, levantó su brazo y se la puso en el pecho a Maduro: lo frenó. Le dijo, vamos despacio. Y dio un giro radical al encuentro: en vez de buscar soluciones al hambre de dólares del régimen, los chinos hablaron de sus proyectos políticos y económicos. De sus necesidades estratégicas. Del papel que, según el punto de vista de los planificadores del Partido Comunista Chino, debe tener Venezuela, para profundizar la penetración del régimen chino en América Latina; para lograr una tajada mayor en las obras públicas –sistema eléctrico, viviendas, minería, salud, telecomunicaciones, comercio, turismo y otros–; para establecer, de forma más estructurada, una operación de geoestrategia política y económica, que potencie la influencia de China en la región, y ayude a disolver las resistencias que todavía se mantienen –por fortuna– en amplios sectores de América Latina hacia la dictadura de Xi Jinping.

Se trata de sacar provecho del mal momento del régimen de Maduro –de exprimir al desesperado–, entre otras cosas, porque los chinos saben muy bien y no olvidan, que el régimen encabezado por Maduro es ilegal, ilegítimo y fraudulento; conocen en detalle su incapacidad para la ejecución de cualquier proyecto; y porque experimentaron de forma directa el gigantesco desfalco cometido con el Fondo Chino; por lo tanto, no importa el cuento que les cuente Maduro, no están dispuestos a entregarle varios miles de millones de dólares (se ha hablado de tres mil millones), si no obtienen a cambio avances sustantivos en su avanzada política mundial.

Sin embargo, no es China, en realidad, la pregunta de mi artículo: es el destino próximo de la Venezuela desfalcada por el propio régimen. Y no lo comento aquí de modo retórico, general: me refiero, en concreto, al desfalco de una cifra entre 23 y 30 mil millones de dólares –más de dos veces el presupuesto nacional–, en una operación encargada a Tareck El Aissami y a un grupo de sujetos de su confianza, que sobrepasó el plan establecido: como cuando los comisionados de ejecutar el atraco salen del banco y, en vez de volver a la guarida donde los espera el capo mayor, escapan por caminos imprevistos y se quedan con todo el botín. No reparten. Entonces, cuando finalmente, el capo y sus lugartenientes se percatan de que todo son excusas, que el dinero ha desaparecido en bancos de países delincuentes, al jefe del comando lo capturan y lo encierran en el Fuerte Tiuna.

Y, mientras continúa encerrado bajo el cuidado de Padrino López –socio y cancerbero–, Maduro se enfrenta a realidades que lo agobian: reservas internacionales a punto de colapso; dificultades insalvables, en el corto y mediano plazo, para aumentar la producción petrolera.

Un país cada día más empobrecido, en el que las demandas sociales y humanitarias son tan grandes y profundas, que se necesitarían no años, sino décadas del presupuesto nacional para remediarlas aunque sea de forma superficial; un cuadro inflacionario que no logra detenerse, al tiempo que los salarios pierden a diario su capacidad de compra; una nueva fase de deterioro de los servicios públicos, que han vuelto a entrar en una espiral descendente, rumbo a un gran colapso eléctrico, de suministro de combustibles, de internet y de producción y distribución de alimentos.

Y como si todo lo anterior no fuesen, cada uno, problemas de enorme envergadura, también los CLAP han entrado en fase de emergencia: basta con ver los vídeos de cómo, en los barrios más pobres del país, entre las mafias que los distribuyen y los beneficiarios espoleados por el hambre y la desnutrición, se están produciendo trifulcas verbales, que a menudo se resuelven a golpes.

Sobre los beneficiarios de los CLAP –a menudo, el único acceso a algún alimento que tienen más de dos millones de personas–, no solo acecha el monstruo de la corrupción en el PSUV, en las UBCH, en los coordinadores de zona y demás burocracia ladrona: pesa, con cada vez peores consecuencias, el monstruo del desfalco, el del régimen que se robó a sí mismo –¿acaso es algo distinto a eso, régimen que roba a régimen, el atraco capitaneado por El Aissami a la PDVSA roja–, cuyas brutales consecuencias no son otras que más hambre, más enfermedad y más muerte. Más dificultades. Más adversidad. Mayor empobrecimiento.

En medio de este escenario de tierra arrasada, el otro factor que desquicia a Maduro, el que predomina en sus insomnios: María Corina Machado y las primarias del 22 de octubre. Lo saben Maduro, Diosdado Cabello, y sus respectivos secuaces; lo saben cubanos, chinos, rusos, bielorrusos e iraníes; lo saben Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Lula, Petro, Correa, Ortega y Díaz-Canel; lo saben Sánchez, Podemos, etarras, independentistas y demás progresías; ¿qué saben? Que no hay manera de parar el camino electoral opositor, como no sea imponiendo un Estado de Excepción (declarado o de facto), con el Ejército, la Guardia Nacional y el DGCIM en la calle, arremetiendo en contra de la hambrienta sociedad venezolana.

¿Es hacia este escenario de represión, detenciones forzosas, violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos, donde marcha la Venezuela desfalcada?

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