Teresa Unzu (1924 -2022)
Teresa Unzu, misionera y santa a lo Javier
Fundó las Misioneras de Cristo Jesús
María Teresa Unzu Lapeyra
Tras fundar las Misioneras de Cristo Jesús se fue a la India. Su objetivo era «ganar para Jesucristo esta India de Javier»
Teresa Unzu, una pamplonesa nacida en la plaza del Castillo, acaba de fallecer en la India, con casi 98 años de edad y 68 de misionera en ese país, tal y como había dicho: «Quiero morir allí, entre los míos… con mis hermanos indios». Pertenecía a una familia numerosa a la que, por tener 17 hijos, en la posguerra, cuando en este país se fomentaban las políticas natalistas, le regalaron una casa –‘el chalet de Unzu’- en el ensanche de la ciudad.
En la década de los cuarenta del siglo pasado, cuando Teresa estaba terminando su carrera de Químicas en Zaragoza, una compañera le recordó la sentencia de San Juan de la Cruz: «En el atardecer de la vida el Señor solamente te examinará de una ciencia: de la del amor» y, al igual que le sucedió a Francisco de Javier cuando Íñigo de Loyola le dijo «¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?», esta le impactó y su vida dio un giro de ciento ochenta grados, porque decidió que «en ese examen no cabían ni recomendaciones ni chuletas ni copiar, porque era ante Dios, y en él quería sacar la matrícula, porque era el único examen importante de la vida».
Fue entonces cuando, junto a otras dos navarras (María Camino Sanz Orrio y Conchita Arraiza), fundó las Misioneras de Cristo Jesús y, tras hacerse esta reflexión: «si Jesucristo dejó a su Padre y al Cielo por mí, ¿no voy a dejar yo a mi familia y mi Patria por él?», al estilo de Javier, se fue a misiones. Partió de Gibraltar y tras once días de navegación llegó al oeste de la India, cerca de Pakistán, a esa India que en sus cartas me la describía como «súper… superpoblada, con gentes súper ricas y millones súper pobres», y allá se convirtió «en una pobre misionera, trabajando siempre en el anonimato», con el único objetivo de «ganar para Jesucristo esta India de Javier».
Y aunque se integró plenamente en ese país y decía que «su amor por la India era como la tos, que no se podía disimular», hasta el final de sus días fue una gran seguidora de Osasuna y una gran navarra y española. Una vez que desde una emisora de radio de Bilbao la llamaron por teléfono a su misión, al oír que la entrevistadora le presentaba como una misionera «vasca», empezó su intervención puntualizando: «Majica, me vas a permitir que diga que yo no soy vasca, soy navarra».
En 1989 me envió la fotografía que ilustra este obituario y, en su reverso, con su perfecta caligrafía, escribió: «Aquí me tenéis con la santa madre Teresa de Calcuta. Hizo fundación en mi misión de Rajkot y tuve ocasión de acompañarla mucho allá por… 1982. ¡Una reliquia! ¿Verdad? ¡Cómo le quiere a JESÚS, qué valiente es dando su testimonio y qué bien cuida de los más pobres! ¡Y es tan humilde! Para mí es la piedra de toque».
Por eso, si ella «canonizó» a Teresa de Calcuta varios años antes de su muerte, nosotros, ahora, también podemos decir que esta navarra es nuestra santa madre Teresa de la India, que acaba de partir para el cielo.
La última vez que vino a España fue en 2005, cuando tenía 81 años, para que en Navarra le operaran de las rodillas –«me han puesto unas prótesis cuyo precio no podría pagar en India»–. «¡Bendito Dr. Janín, que me las ha puesto tan bien»! Aquí permaneció casi un año y en una entrevista en Diario de Navarra declaró que se había encontrado con «gente formidable», pero que «en esta Pamplona inmensa y preciosa lo que me ha impactado es el vacío espiritual, el consumismo, la ocupación de la gente en sus intereses, en su bienestar y bien pasar», al tiempo que lanzaba una serie de preguntas al aire: ¿por qué esta violencia doméstica? ¿por qué esta falta de amor? ¿por qué este derroche asqueroso de dinero que veo?
El 9 de enero de 2006, después de subir por última vez los cien escalones de su casa de la plaza del Castillo, salió de España desde Bilbao para no volver jamás, pues así me confesó que iba a suceder. Ya desde la India me escribió diciendo: «Soy tonta, pero siempre me cuesta salir de mi casa, de mi Patria pero, una vez aquí, estoy feliz en mi patria de adopción, con estos hermanos a los que procuro dar testimonio del amor que Dios les tiene». Al tiempo que me pedía encarecidamente: «sostened a Navarra fiel a su fe y a sus valores».
Hace cinco años, en la última carta manuscrita que de ella recibí –las siguientes ya serían hechas con el ordenador–, me decía «pronto iré al cielo y tú rezarás por mí. ¡Allí te espero!». Amén. ¡Teresa Unzu, intercede por tu Navarra y por tu España, a las que tanto querías!