Kenneth Starr (1946-2022)
Dejó a Clinton al borde de la destitución
La Cámara de Representantes siguió sus recomendaciones en el caso Lewinsky, pero no se logró una mayoría en el Senado
Kenneth Winston Starr
Abogado de formación, llegó a la vida pública durante la presidencia de Ronald Reagan y fue procurador general en la de George H.W. Bush.
En los inicios de su segundo mando, allá por 1997, Bill Clinton atravesaba un buen momento político: la economía crecía a un ritmo sostenido, la escena internacional estaba relativamente calmada y su índice de popularidad se situaba en niveles elevados. El punto culminante de la buena racha se produjo en mayo de aquel año cuando la Corte Suprema, por unanimidad, falló que Paula Jones no podía querellarse por acoso sexual contra el presidente mientras éste desempeñase su cargo.
Las cosas empezaron a torcerse poco después, al resurgir el caso Whitewater, relacionado con algunas controvertidas inversiones inmobiliarias del matrimonio Clinton durante su época de Arkansas. Whitewater estalló en 1994 a raíz del suicidio de Vince Foster, el abogado personal del presidente.
La entonces fiscal general de Estados Unidos, Janet Reno, se vio obligada a nombrar un fiscal especial e independiente para investigar el asunto. Su primera elección era James Fisk, pero un conflicto de intereses –había sido su subordinado– hizo que el encargo recayera finalmente en Kenneth Starr, antiguo procurador general de la Administración de George H.W. Bush.
Durante tres años, desde 1994 a 1997, Starr llevó a cabo una investigación rigurosa de la que se desprendieron conductas reprochables por parte de la pareja presidencial, aunque no delictivas. A punto estaba Starr de culminar su tarea, que pidió a Reno el permiso para ampliar sus pesquisas. La fiscal general, haciendo gala de inmensa torpeza política, se lo concedió.
A Starr le llegaban ahora, por medio de unas grabaciones realizadas por una empleada de la Casa Blanca, indicios de unos sórdidos episodios sexuales que habrían tenido lugar en el mismísimo Despacho Oval. ¿Sus protagonistas? Clinton y una becaria llamada Mónica Lewinsky.
El fiscal especial exhumó unas declaraciones de Clinton con los abogados de Jones sobre la situación laboral de Lewinsky. Interrogada la becaria ante un jurado, confirmó el contenido de las grabaciones que el presidente había negado públicamente días antes.
No hizo falta más para que Starr intensificara el cerco sobre un Clinton que, en agosto de 1998, aceptó comparecer ante un jurado. De nuevo volvió a rechazar las acusaciones, por lo que Starr, convencido de que el mandatario había cometido perjurio, inició el proceso de destitución –impeachment–, enviando el expediente a la Cámara de Representantes.
Fueron meses de «justicia espectáculo», con un Starr implacable y un Clinton –secundado por su aparato propagandístico– quejándose de una conspiración para desalojarle. La Cámara admitió la mayor parte de las acusaciones de Starr y acusó al presidente de perjurio.
Quedaba el Senado. Eran necesarios dos tercios de los votos, 67, para obtener la destitución. Imposible con 45 senadores demócratas. Allí acabó la labor de Starr, que desapareció de la vida pública y se replegó en el decanato de Derecho de una universidad de su Texas natal.
Después, fue nombrado presidente de la institución, cargo del que fue destituido hace unos años al no haber prestado la suficiente atención a unas acusaciones de acoso sexual sobre unos miembros del claustro. Mordaz ironía.