Con pulso firme al frente de las Cortes Valencianas

Marcela Miró no era lo que se llama, cada vez con más frecuencia, una profesional de la política: llegó a ella procedente del mundo académico. Más precisamente desde la Universidad Politécnica de Valencia, su alma mater, donde desempeñó las funciones como vicerrectora de Estudios y alumnado hasta 1995. Ese año, el recién estrenado presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, la llamó a su lado para ejercer como directora general de Relaciones Institucionales.

Entró en calidad de independiente, pero su buen hacer en la tarea encomendada impulsó a Zaplana a otorgarle un perfil cada vez más político: en 1996, Miró asumió su primera consejería, la de Educación, Cultura y Ciencia, siendo trasladada al cabo de un año a la de Bienestar Social, donde permaneció hasta los comicios de 1999, a los que decidió concurrir en las listas del Partido Popular.

Al obtener la formación de la gaviota la mayoría absoluta, Zaplana ya no estaba obligado, como había ocurrido en la legislatura anterior, a ceder la presidencia de las Cortes a un diputado de Unión Valenciana, por lo que propuso a Miró que, sin sorpresa, resultó elegida. Desde las alturas del hemiciclo del palacio de Benicarló, la primera mujer en presidir la cámara autonómica dirigió con pulso firme su funcionamiento.

De modo especial durante los debates. Sin ir más lejos, en marzo de 2003, cuando acababa de estallar la Guerra de Irak, parlamentarios de la oposición socialista la acusaron de haber impedido, en una veintena de ocasiones, que tomasen la palabra para criticar el compromiso del Gobierno de José María Aznar con Estados Unidos.

La presidencia de las Cortes Valencianas supuso el punto álgido de la carrera estrictamente política de Miró que, a partir de 2004, siempre en representación del Partido Popular, prestó sus servicios en la Sindicatura de Cuentas de la Generalitat, siendo renovado su mandato en cuatro ocasiones. Su fallecimiento ha truncado el último, iniciado en 2022.