El popular escritor de la realeza europea

El Príncipe Miguel de Grecia pudo haber rozado el Trono de su país en caso de que el último Rey de los Helenos, Constantino II (1940-2023), hubiera fallecido prematuramente o no hubiera dejado descendencia. Al no verificarse ninguna de estas hipótesis, sin olvidar una modificación de las leyes dinásticas que permitió la incorporación de las mujeres al orden sucesorio, quedó pronto liberado de obligaciones. Por ejemplo, la de contraer una unión estrictamente dinástica: al final terminó desposándose en 1965 con la artista Marina Karella, procedente de la burguesía industrial ateniense, en presencia de la Familia Real griega al completo –Constantino II fue uno de los que sujetó las coronas ubicadas encima de las cabezas de los novios, según indica el rito ortodoxo– y de sus tíos carnales, los Condes de París.

Mas esta condición de segundón –sin que esta palabra deba interpretarse en modo despectivo– no es óbice para que el Príncipe Miguel se convirtiera en un personaje original dentro de la realeza contemporánea. De entrada, por su nacimiento: hijo del Príncipe Cristóbal, a su vez retoño menor de Jorge I, primer Rey de los Helenos y de la Princesa Francisca de Orleans, su padre era un personaje original, culto y fascinado por el ocultismo, viudo de la multimillonaria norteamericana Nancy Leeds –cuya fortuna hizo que el primer exilio de la Familia Real fuese más llevadero–, mientras que su madre llegó a posar como modelo publicitaria para generar ingresos.

Cuando vino al mundo, su padre contaba con 50 años, lo que colocó al Príncipe Miguel en una curiosa posición familiar: era primo hermano del Rey Pablo, que le sacaba 38 años, y del futuro Duque de Edimburgo, tío segundo del Rey Miguel de Rumanía, 19 años mayor que él, y menos de un año más joven que otra sobrina segunda, la futura Reina Sofía de España. Podía haber sido, por decirlo de forma coloquial el niño mimado de la familia. Sin embargo, la desgracia empezó a hacer acto de presencia en 1940 con la inesperada muerte del Príncipe Cristóbal. El triste episodio obligó a madre e hijo a emprender un atribulado periplo por Marruecos –donde estaban exiliados los Orleans–, España –el idioma de Cervantes fue el primero que aprendió el políglota en ciernes– y Francia, donde la Princesa Francisca falleció víctima de depresión en febrero de 1953.

Huérfano con once años, Miguel de Grecia fue prohijado por el Conde de París –recién retornado a tierras galas tras la derogación de la Ley de Exilio–, que le trató como uno más junto a su numerosa prole. Años más tarde, el Príncipe Miguel tuvo desavenencias con su tío carnal, tipo de carácter difícil, si bien el afecto mutuo y la gratitud terminaron imponiéndose. Sus vacaciones y demás espacios de tiempo libre los pasaba el Príncipe Miguel en Grecia junto a los Reyes Pablo y Federica y sus tres hijos. Su formación estuvo igualmente dividida entre ambos países: estudió Ciencias Políticas en París y fue alumno de la Academia Militar griega.

Aunque para su vida profesional, eligió la escritura: novelas, numerosas obras de divulgación histórica –muy interesante resulta, entre otros, el libro dedicado a la Emperatriz Carlota de México– desprovistos de aportaciones novedosas, pero escritos en una prosa amena, y ensayos sobre las monarquías europeas, redactados en colaboración con historiadores. Con todo, queda por aclarar cómo se quedó sin ser el autor del libro de entrevistas con el Rey Juan Carlos, función que al final incumbió a José Luis de Vilallonga.

Con todo, sus publicaciones recibieron buena acogida por parte del gran público en muchos países –varias de ellas han sido traducidas al español–, por lo que el Príncipe Miguel abrió una página en Instagram, redactada en inglés, que utilizó para poner su rico archivo fotográfico a disposición de sus miles de seguidores. La estuvo alimentando hasta el pasado noviembre.

En el plano personal, fue padre de dos hijas: la menor, Olga, es hoy la esposa de su primo segundo el Duque de Aosta, uno de los pretendientes a la extinta Corona de Italia. Los Grecia, más dotados para la estrategia dinástica que para la política, han sabido siempre mantenerse en el «circuito».