En torno a David Isaacs y el principio de participación en las organizaciones humanas

El profesor David Isaacs ha fallecido en Pamplona el día 22 de agosto. Había nacido en Southborough-Kent (Inglaterra) el día 17 de septiembre de 1939. Fue pionero en España en la investigación sobre la dirección de centros educativos.

Aunque sabía de su presencia en la Universidad de Navarra, mi primer contacto personal con David Isaacs fue como profesor de una asignatura que llevaba por título, algo así, como «Dirección y gestión de centros educativos». Uno de mis descubrimientos de largo recorrido en esa asignatura fue la idea del principio de participación en las organizaciones humanas, su concepto y riqueza.

En muchas ocasiones he reflexionado sobre esa cuestión, allí abordada de modo genérico, dadas las enseñanzas de grado de las que se trataban. Sembró una semilla fructífera, en mi caso, tanto para las tareas de gobierno que he asumido en estos años pasados, como en proyectos de investigación en torno a la ciudadanía y la educación cívica y moral.

Una participación adecuada a la edad, madurez y competencias que posee quien la ejerce. Así cabe que sea activa, consultiva o decisoria en el marco de una comunidad concreta. Ciertamente, no hay comunidad sin participación; es justamente la participación la que la hace posible. Cabe en este marco plantearse si la escuela es, o debe ser, una comunidad. Si la respuesta es afirmativa, la participación resulta ser consustancial a la labor educativa, antes de si la escuela está conformada y gestionada democráticamente.

De este modo, la cuestión de la participación en la escuela puede tomar un enfoque interesante, en mi opinión –a sugerencia del Dr. Isaacs y desarrollado en textos de algunos autores del IESE–, distinto al más habitual: no se trata tanto de si el ejercicio cotidiano de la participación puede mejorar y consolidar la democratización de la escuela; sino si la democracia propicia la participación y potencia así la escuela como comunidad.

Conviene no perder de vista –esta reflexión es de uno de nuestros grandes en el área de educación de la universidad: Francisco Altarejos– que la escuela tiene una misión educativa, y toda dimensión suya, también la social y la política, encuentra su sentido propio en la referencia a esa finalidad.

La relación educativa supone una cierta desigualdad entre los sujetos, fundada en el aprendizaje. Pero esta desigualdad no impide la participación de todos en el quehacer común de la educación. Es más, en cierto sentido la reclama, y posibilita que se realice de modo más pleno, ya que la educación es un ámbito donde se vive la integración entre unidad y diversidad, inherentes a la participación.

Si de rasgos humanos se tratase, resaltaría, en línea con su más que difundida publicación La educación de las virtudes humanas (Eunsa), que tras el porte de seriedad inglesa estaba su amable interés por las personas, acaso no siempre mostrado de modo explícito. Recuerdo en los últimos años una llamada suya para consultar sobre algún profesional que pudiera ayudar de modo completo a alguien próximo a él, que le preocupaba. Además de la consulta, percibí un claro deseo de estar comunicados, a pesar de su situación de jubilación y frágil salud.

• Concepción Naval es catedrática de la Universidad de Navarra