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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La extraña enfermedad de Hernández

¿Qué puede llevar a un español de tanto éxito, hijo de andaluz, a renegar de España y decir que es mejor Qatar?

Actualizada 09:13

No sé si existe eso que llaman «un futbolista inteligente» en la cancha. Pero si lo hay sería Xavi Hernández, el metrónomo humano que marcaba el compás de los partidos. Su perfecta geometría en el pase daba sentido al tiki-taka, hoy devenido en una aburridísima manera de jugar al fútbol. Era tan bueno que su talento se reconoció enseguida. El centrocampista catalán jugó en todas las categorías inferiores de la selección española y durante catorce años lo hizo en la absoluta, con la que disputó 133 partidos y ganó dos Eurocopas y un Mundial. Durante todos esos años no hubo queja alguna por parte de Hernández, hijo de un andaluz de un pueblo almeriense, que ganó encantado prestigio y dinero vistiendo la camiseta española. Aunque es cierto que en las grandes celebraciones de los títulos de España se le veía con perfil bajo y una flema que contrasta con sus expansiones eufóricas cuando lograba algún éxito con su equipo de Qatar, el Al Sadd.

Tras colgar las botas en el Barcelona, en 2015 emigró a Qatar, para abrochar un buen dinero en su crepúsculo jugando en el Al Sadd, donde a partir de 2019 se convirtió en entrenador. Allí Hernández pudo conocer de primera mano la democracia catarí, un faro de libertades. La Constitución local es muy avanzada: se basa en la sharia, la rigorista y medieval ley islámica. A la hora de elegir gobierno no hay problema, pues mandan siempre los mismos, la familia real, que goza de plenos poderes al no haber partidos ni sindicatos. Tampoco existen cansinas polémicas mediáticas, porque la libertad de expresión está proscrita. En cuanto a los derechos de las mujeres, causa sin duda muy querida para una persona de sesgo progresista como Hernández, todo va bien: en los juicios el testimonio de ellas ya vale la mitad que el de ellos. De los 2,6 millones de habitantes de Qatar, solo 313.000 son locales con plenos derechos, el resto son inmigrantes, que no siempre reciben el mejor trato (las organizaciones de derechos humanos denunciaron graves abusos con los obreros de fuera contratados para los estadios del insólito Mundial de Qatar).

Pese a todo lo que acabamos de exponer, Hernández estaba encantado en Qatar. En 2019 explicaba que: «Creo que el sistema funciona mejor aquí que en España». Y es que el flamante nuevo entrenador del Barcelona arrastra una extraña enfermedad del alma: no traga a su propio país. Mientras se forraba en Qatar, meca de libertades y feminismo, ponía a parir al Tribunal Supremo de España, calificaba de «vergüenza» su sentencia sobre el golpe de 2017, apoyaba campañas por la libertad de los que llamaba «presos políticos» y defendía el «derecho a decidir». España le ha dado a Cataluña el mayor autogobierno de una región en Europa y la ha primado una y otra vez (empezando ya con los aranceles textiles del XIX y siguiendo con Franco y hasta hoy). España le ha dado también de todo a Xavi, incluso lo más valioso: su afecto. Pero él no ha querido nada, intoxicado por la plomada de un nacionalismo excluyente (o tal vez, y sería bien triste, abrazando la correcta causa simplemente para hacerse perdonar el desdoro de sus ancestros andaluces, que no lo hacen perfectamente identitario ante los próceres pata negra).

Ahora que ha vuelto a España, una sugerencia para Xavi: súbase a su coche con su familia y viaje sin apriorismos de Tarrasa a La Coruña, de San Sebastián a Almería, de Alicante a Cáceres… Abra los ojos y descubra su propio país. Tal vez se le sacuda la empanada filoseparatista. Será siempre bienvenido a su casa.

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